La promesa de un futuro idílico, recompensa del trabajo y el ahorro, ha sido sustituida por la crítica; que aboga por un cambio del presente, sin proponer un sistema de futuro. El nuestro es un siglo crítico que busca la radicalización del presente a través de la rebelión efímera. Nuestras rebeliones son efímeras porque buscan la desaparición de una corriente de pensamiento hegemónica para dar reconocimiento a una forma de vida minoritaria. Nuestras rebeliones no buscan sustituir el pensamiento hegemónico por uno nuevo que sea mejor, sino tan solo materializar la crítica del presente.
El futuro plural – entendido como el progreso de un ideal, el mejoramiento de las técnicas científicas o la globalización- nos lleva a la memoria del pasado plural; lo cual implica que los protagonistas y motores de la historia no le pertenecen a una civilización en específico. La linealidad del tiempo ha dejado de ser perfecta y el presente se bifurca como punto de partido para el pasado y el futuro. El pasado de la tradición única cayó en el siglo anterior con la culminación de la sociedad industrial. En cambio, el futuro idílico- promesa de una determinada ideología- cayó finalmente con la llegada de la virtualidad, que es el motor de las rebeliones críticas del presente.
Si lo fuésemos a ver en una imagen, el presente abarcaría 360 grados. En este plano total, el futuro deja de ser el resultado de una revolución del tiempo, que propone un sistema de vida, y pasa a ser el resultado espontáneo de la crítica del presente. Es por esto que creo que la modernidad está en su punto álgido, ante la puerta que abre una infinidad de desenlaces que son posibles por la crítica. Por consiguiente, no es de pesimistas no poder proponer un sistema de futuro para la sociedad. El futuro es ahora sumamente variable e incierto y, por consiguiente, la propuesta de nuestra generación solo tiene cabida en la crítica y la rebelión del presente.