El discurso del Odio

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    Volviendo al tema de las elecciones en Guatemala, queda siempre algo pendiente por abordar. Quizá otro de los graves indicadores de situación, es el discurso de temor y odio que se impuso desde varias semanas antes de la votación del 16 de junio pasado, y hasta los días actuales.  Fue un recurso propagandístico grave, de pésima intención, que no midió los daños colaterales y que deja un nefasto precedente.

    El rumor contra presuntas características particulares personales de un candidato, la extradición de otro, las acusaciones contra una más y el recurso del odio que una aplicó como parte de un discurso destructivo, son solo algunos de los elementos que convirtieron lo que debería ser una fiesta cívica en algo menos que una tragedia de la era democrática.

    ¿Por qué esforzarse en convertir las redes sociales y los medios masivos en una caja de resonancia del odio y la descalificación? La explicación es muy simple: porque no tienen nada bueno qué ofrecer. Los que tenían planes de trabajo y una propuesta al menos articulada, no la esgrimieron pensando en ir al balotaje. Prefirieron la descalificación personal como arma proselitista antes que ir a la propuesta y con ello lograron unos avanzar pero otros simplemente, figurar.

    Construir el país a partir del odio es una decisión muy cuestionable. Hacer del discurso negativo todo un tema de campaña es un retrato de la calidad de los proyectos, pues olvidaron los genios detrás de estas propuestas, que se debe buscar construir un gobierno a partir de votos y no uno resultado de los antivotos contra otros. Es decir, los aspirantes deben ganar por mérito propio y no por lo malo o mediocre que puedan ser sus contrincantes. El contraste entre ganar por votos y antivotos define el sentimiento colectivo de elegir al mejor o al menos peor, un hándicap para cualquier proceso democrático en sociedades fragmentadas.

    Afortunadamente y amparándose en ley, las circunstancias van cambiando poco a poco. A la descalificación de unos y otros se estaba sumando un proceso de descalificación del proceso como tal, sin duda para impulsar un nuevo rompimiento del orden democrático electoral, como ocurrió en 2015 con el gobierno de Otto Pérez y que hasta hoy no aterriza en más que escándalos y procesos que parecieran únicos en su especie a lo largo de la historia del país.

    Es imposible escribir la historia con el ceño fruncido y el sentimiento de venganza oculto detrás de cada gesto. No hay heroísmo ni civismo que valga cuando la nación, el sistema y la incipiente estructura democrática languidece víctima de el egoísmo político. Y no tiene mérito nada de ello porque son soluciones temporales y pasajeras, cuyas consecuencias pueden ser apocalípticas, dicho esto en un entorno democrático.

    Lucrar del odio es vil. Lucrar del caos y la fragmentación social, es miserable. Ni los patrocinadores de quienes hoy siembran tormentas quedarán a salvo de las tempestades que la situación actual heredará al país en el corto plazo.