Ayer por la tarde mientras observaba el partido de octavos de final del Campeonato de España Infantil entre el CB Imprenta Bahía San Agustín mallorquín y el Barça, reflexioné sobre el lujo que supone para rapaces de trece o catorce años, no solo participar en un torneo tan eminente, sino desarrollarse en un entorno que fomenta valores ejemplares como el compañerismo y el esfuerzo.
Unas horas después el Barça de Pau Gasol, en una noche de fiesta en el Palau Blaugrana, se proclamó campeón de la ACB, y no pude evitar conectar la figura de Pau con un grupo de púberes que entrena con entusiasmo día tras día, después de su jornada escolar, con el anhelo de emular a su ídolo. Pensé en sus adiestradores vocacionales, en esos padres abnegados que interrumpen su jornada laboral y atraviesan raudos la ciudad para colocarles en la cancha de juego.
Pau fue uno de esos niños. Aquellos primeros pasos quedos en su Sant Boi natal. Las clandestinas pachangas familiares antagonizado por su hermano Marc y su padre Agustí. El alborozo con su ingreso en el Barcelona a los dieciséis años.
Ahora es el espejo de esos muchachos. Su carrera ha superado cualquier expectativa. Nadie, ninguno de sus entrenadores de formación, pudo imaginar jamás semejante desenlace. Es casi imposible que alguien nacido en un pequeño pueblo del Baix Llobregat —«Well I was born in a small town», que diría John Mellecamp— llegue a ser una estrella de la NBA, a jugar junto a Kobe Bryant, y a ganar dos títulos en la liga estadounidense. Aún más difícil es lograrlo sin renunciar a tus principios, exhibiendo una humildad modélica y fomentando el espíritu colectivo. «No he inventado la vacuna contra el cáncer», respondió quitándose importancia, recién aterrizado en la Ciudad Condal tras su primer anillo.
En su heroico regreso Gasol ha ido más allá de su laudable ethos. Hace siete meses aún cojeaba. Hace solo cinco veíamos videos suyos en los que practicaba casi caminando, con gran precaución.
En sus primeros encuentros se mostró temeroso, con movimientos lentos y cautos. Era lógico tras una lesión de dos años e iniciada su cuarta década. Muchos, incluso sus más fieles, dudamos. Otros fueron injustamente duros y despectivos. La alta competición no entiende de mitos y se muestra inmisericorde si llegas un segundo tarde, o si el miedo inconsciente a una recaída condiciona la disputa de un rebote.
Pero él continuó con su temperancia. Sabía, como solo conocen los elegidos, que el momento llegaría, que como decía Michael Jordan «Cuando alguien se alegra demasiado de un triunfo parcial es porque no cree en la victoria final».
Su crecimiento gradual hasta exhibir la excelencia presente solo es entendible desde el enorme sacrificio, a través de pródigos y esmerados cuidados y sobre todo a partir de un deseo sobrehumano de volver a ser tú en la biosfera de tu embrujo.
El Barça ganó un nuevo título tras siete años de sequía, pero el gran vencedor es Pau Gasol, la perennidad de su leyenda.
La ilusión, el ansia incontenible, la lucha feroz por tus sueños, te acerca a cumplirlos.
Anoche dio la vuelta al ruedo. Fue sacado a hombros, sin anunciar su despedida. No existe el adiós para aquel cuyo mensaje permanece.