“Ahora no hay invitación a cenar o al cine, sino a echar gasolina”

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En casa de Juan José Ravel desde hace tres semanas, aproximadamente, hay itinerario nuevo que se rige por la cantidad de gasolina que le queda en el tanque de su vehículo. “Desde que volvió la crisis del combustible, me la paso dando vueltas por Caracas buscando gasolina a precio regulado. He tenido problemas con mi pareja porque no entiende que mientras mi sueldo no supere los dos dólares mensuales, no puedo darme el gusto de pagar 60 dólares o más en gasolina”, contó.

A pesar de que en la oficina no lo están obligando a trabajar de manera presencial, él se preocupa por la escasez de combustible ante la posibilidad de no poder responder a una emergencia. “Me queda medio tanque, pero me siento como si el carro estuviera en ‘échame’ porque esa gasolina se acaba muy rápido. El martes pasado estuve casi 8 horas en cola para surtir y cuando me faltaban como 200 metros para llegar a bomba, se acabó la gasolina”.

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Laura, su esposa, comenzó en cuarentena un emprendimiento de postres caseros. El nuevo negocio, lejos de traer soluciones y calma a su hogar, ha generado problemas. “Laura me acusa de querer, según ella, que su negocio fracase, pero ella no entiende que, con este problema con la gasolina, yo no puedo estar haciendo delivery y mucho menos pagar un tanque de gasolina que me cuesta casi 100 veces más que lo que yo gano mensualmente”.

En un chat de amigas, Cristina cuenta con gracia su más reciente experiencia. Después de varios meses esperando para volver al ruedo en cuanto a las citas románticas, “anoche me escribió Jorge, uno muchacho que me gusta mucho, pero por la pandemia no hemos podido salir, y me dijo: ‘Bueno, Cris será que me acompañas a echar gasolina y al menos así pasamos gran parte del día juntos”. “Adiós romanticismo. Fin del mundo a lo que nos ha llevado esta situación. Ahora no hay invitación a cenar o al cine, sino a echar gasolina y yo que pensaba que me había pasado de todo ya”.   

Las respuestas de sus amigas no se hicieron esperar. Entre la burla y simpatía, la mayoría agradeció el gesto de Jorge de querer invitar a su amiga Cristina a compartir “gran parte del día”, aunque fuera en una cola para echar gasolina. “Acéptale la cita, pero dile que cuando hayan llenado el tanque te invite a comer, pero lo piden por delivery para que no te diga que por tu culpa se volvió a gasta la gasolina”, le respondió Lorena entre risas.

Por su parte, Dalia Sánchez quien es maestra de preescolar, decidió desempolvar su bicicleta y esperar a que “se resuelva este rollo” para volver a surgir de combustible su carro. “Yo vivo frente a la bomba de El Llanito y esas colas son inhumanas, no solo por la espera, sino también el peligro que uno corre cuando te toca pasar la noche ahí”, dijo.

“Yo preferí abrir el maletero del apartamento y sacar mi bicicleta, lo máximo que puedo necesitar es echarles aire a los cauchos y por lo menos hasta ahora eso no lo cobran”, agregó la maestra. “Yo igual no salgo de noche, no estoy yendo al colegio, así que no necesito el carro. Prefiero esperar a que se resuelva este rollo de la gasolina”.

Tragedia cotidiana

Anabel Rivero recordó que cuando recién estaba empezando de nuevo la crisis del combustible sintió tristeza por las historias que escuchó en la cola donde había invertido más de 12 horas sin poder equipar.

“La cola de la Río de Janeiro me agarró casi que en Chuao. Mi papá llegó a la cola a las 4:00 am y me guardó el puesto hasta las 7:00 am que llegué yo. Como a las 3:00 pm, cuando ya me faltaban como 20 carros para llegar, el guardia nacional pasó por los carros diciendo que se había acabado la gasolina. Casi me pongo a llorar de la frustración”, recordó.

No obstante, destacó que la frustración propia no fue mayor que la de una mujer que se encontraba unos cinco carros detrás de ella. “La señora lloraba, me dio mucho sentimiento porque decía que había dejado a sus dos hijos pequeños encargados a la conserje del edificio, pasó la noche en la cola y no llegó a surtir. Lo que le quedaba en el tanque no le alcanzaba para volver a su casa. La solución del guardia fue: ‘Deje el carro aquí para la cola de mañana y váyase en mototaxi o pida la cola’. Mi frustración se quedó corta con lo que debió sentir esa señora”, afirmó.

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