«Así somos los bipolares, locos de perinola»

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    A Maritza Bautista se le puede ver repartiendo saludos y buen humor en los pasillos del Colegio Universitario de Enfermería del Centro Médico de Caracas, donde es una de las encargadas de limpieza. Cuando anda de buenas, le cuesta no reír,  aún cuando cuenta escenas duras de su vida. Tiene 44 años y en el mismo instituto fue diagnosticada como bipolar, algo  que más que un peso fue una explicación. Desde entonces se entiende y se acepta. 

    A los cuatro años su madre la regaló, porque no podía mantenerla. Vive aquí y allá. A veces en casa de una de sus hermanas, en una cama adaptada dentro de un closet, porque en el pequeño apartamento de interés social, de la llamada Gran Misión Vivienda Venezuela, viven otras 12 personas. En otras ocasiones, se cuela en la residencia para hombres donde vive su ex pareja. 

    Maritza es, si se quiere, una mezcla de bipolaridad con una gran dosis de optimismo, producto del cariño que le entregó la mujer que la crió. Su rostro solo se endurece cuando habla de su muerte. «Mi verdadera mamá no sabe cuándo cumplo años yo, tampoco cuándo me viene la regla». 

    Para los que la rodean solo tiene su cara alegre y sus carcajadas. Cuando la energía baja, se aísla. Llorar es un acto casi clandestino, que se lo reserva para sí misma.