La pandemia y sus limitaciones interrumpieron el desarrollo normal de las actividades laborales de muchos ciudadanos, en especial de aquellos que debían trabajar con público o en oficinas cerradas. Tal es el caso de este grupo de venezolanos que en medio de la adversidad buscaron soluciones para poder ganar un dinero extra y mantenerse económicamente durante las semanas de flexibilización.
Juan Carlos trabaja en una agencia de eventos que prácticamente cerró desde marzo del año pasado, cuando se anunció la cuarentena por la COVID-19, ya que no se estaba realizando ningún acto público que implicara concentración de multitudes.
“Yo me encargo de toda la producción audiovisual: fotografías, videos e iluminación, pero cobro por evento facturado. Los primeros tres meses de la pandemia sobreviví con los ahorros, pero ya luego se me empezó a complicar la vida. Cuando comenzó el boom de los delivery en bicicleta, estuve averiguando porque siempre he manejado bici y se me hace fácil, pero la verdad es que no era rentable”, contó Juan Carlos.
Aseguró que la propuesta de encargarse de despachar productos y alimentos a domicilio a bordo de su bicicleta propia no solo le parecía poco rentable, sino peligroso: “Lo que ganaba por comisión por hacer uno o tres despachos diarios no iban a recompensar si me robaban la bici o se me dañaba alguna de sus piezas. Así que por cosas de la vida comencé a salir con una muchacha que tiene dos niñas y me ofreció pagarme por darles clases de manejo. Ahí vi el negocio redondo”.
Ahora Juan Carlos cuenta que con dos bicicletas profesionales le da clases no solo a las dos hijas pequeñas de su pareja, sino que la voz se corrió y tiene un grupo de diez aprendices. Al principio cobra un dólar por clase, pero si se trata de prestar alguna de sus bicicletas el costo puede aumentar hasta cinco dólares, dependiendo de la frecuencia con la que tomen las clases y las distancias que recorran. Los fines de semana organiza recorridos por la ciudad para que sus alumnos puedan pedalear a gusto. “Un día de estos me los llevo a la montaña, ahí el precio aumenta, claramente”, aseguró.
Christian, quien trabaja en la misma agencia de comunicaciones, se vio afectado igual que Juan Carlos ante la suspensión de eventos. “A mí algunos amigos me llamaban una que otras veces para hacer unas fotos, sobre todo los panas que tienen negocios de comida o tiendas de ropa. Pero con eso no estaba ganando mucho, si acaso para el día a día. Conversando con mis jefes a mediados de octubre nos pusimos a buscar opciones y se nos ocurrió ofrecer transmisiones a través de zoom”.
Detalló que han ido conversando con sus antiguos clientes y ahora ofrecen transmisiones de bodas, cumpleaños, reencuentros, anuncio de sexo del bebé, compromisos y comuniones. “Sonará tonto, pero es un trabajo importante. Obvio no se cobra un dineral, pero nos permite mantenernos activos. Nosotros les ofrecemos a los clientes los mejores equipos, Internet satelital y personal calificado. Es igual como si estuviéramos haciendo una transmisión en vivo para televisión, buscamos escenografía, iluminación. Hay pre y post producción”.
Ni tan nuevo
Aunque ofrecer clases de cocina y baile no sea tan innovador, hay quienes por falta de tiempo o destreza en el pasado no se dedicaban a eso, a pesar de que la danza o la cocina fuera su pasión. No obstante, la pandemia revolucionó a medio mundo e hizo que muchas personas cambiaran sus perspectivas y se sintieran motivadas a hacer de su pasión un negocio rentable.
Como es el caso de Carla Suárez, quien es maestra de preescolar, pero siempre le ha gustado la cocina y el baile, aunque su grupo de amigos prefieren los estilos más “estridentes”. “Tengo 15 años casada con un come gato, ese hombre no sabe bailar ni el cumpleaños feliz y la mayoría de sus amigos son iguales, pero yo sí siempre he sido fan de la música caribeña”.
Siguió contando su historia de emprendimiento. “Un día, en una reunión con motivo al cumpleaños de uno de los muchachos, les ofrecí darles clases básicas de salsa, merengue y bachata. Al principio se lo tomaron en broma, pero la esposa de uno de ellos me apoyó. Lo que empezó como un chiste se convirtió en un negocio, porque ahora les doy clases a todos los amigos de mi esposo. En total somos un grupo de baile de cuatro parejas, algunas veces me pagan en efectivo y otras veces me traen comida o cosas que pueda necesitar. Lo mejor de todo es que fue algo improvisado, pero que ha generado buenos frutos”.
También Carla aprovechó su pasión por las artes culinarias y empezó a preparar los platillos que ella más disfrutaba comer y cocinar. Durante los meses de noviembre y diciembre se dedicó a vender platos navideños y ahora con la llegada del año nuevo aseguró que piensa variar el menú. “Cree una cuenta en Instagram y por ahí he ido ganando seguidores, vendo mis comidas. El otro día hice un par de live durante la preparación de las hallacas y el pan de jamón, tuvo buena receptividad. Después me di cuenta que tenía varios mensajes privados preguntando si daba clases de cocina, creo que ese será mi nuevo proyecto para este año”.