El desgaste del poder

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La estabilidad democrática para los historiadores se terminó de romper a finales de la década de los ochenta y la última década del siglo XX, cuando las elites tradicionales venezolanas se desenlazaron de la realidad de la sociedad, la cual se encontraba en una grave crisis económica en la que los bienes de consumo incrementaron sus precios, el desempleo aumentaba cada vez más y el acceso a medicinas era restringido dada la limitada oferta.

Era evidente, el descontento y las dificultades de la sociedad venezolana durante la década de los ochenta y noventa, es una realidad que no guarda distancia de la actual situación de la  Venezuela bajo la cuestionada y cada vez más similar a una dictadura como la de Nicolás Maduro, en la que la inflación más alta del mundo ha sido el mejor indicador macroeconómico de su gestión, lo que dejó al bolívar venezolano completamente destruido e imposibilita vivir dignamente a un pueblo que lucha su sobrevivencia.

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El desgaste del poder ha traído el descrédito del oficio político. De ese oficio que D’Alembert llamó «el arte de engañar a los hombres»; que Kant definió como «la habilidad para adaptarse a todas las circunstancias». Y que la Unesco ha identificado como «ciencia de la convivencia humana». Para el escritor norteamericano Mark Twain los políticos «son la única clase delictiva por naturaleza».

El desgaste del poder es un suceso que vale la pena examinar para extraer el secreto del porque los gobernantes padecen una inexplicable bajada en apoyo popular al principio de la mitad de su mandato.

Sin embargo, no es una regla concreta pero que los ciudadanos asumen con acuciosidad ante los excesos del poder y los desaciertos de quienes se encargan de la toma de decisiones en los tres contextos: nacional, regional y municipal. También, señalan los estudiosos del fenómeno político que el poder desgasta, y cuando se ejerce mal el desgaste es mayor y muchas veces no hay vuelta atrás para recuperar la credibilidad perdida. 

La Venezuela del siglo XXI, 85% de los ciudadanos desean un cambio de gobierno nacional. No obstante, Maduro teniendo como su gran desafío el de tomar una nueva postura ante la miseria del populismo como estrategia pragmática de captar votos o respaldos estratégicos, tal es el caso del carnet de la patria y los diversos bonos, instrumentos de control social.

Lo grave, el concepto de populismo es tan complejo, el gobierno lo transforma como una especie de nacionalismo cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente.

El nacionalismo inducido por el gobierno revolucionario agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos o invisibles, es decir en nombre de este colectivo es que Nicolás se erige como el defensor de los intereses nacionales frente a la supuesta inminente invasión del imperio norteamericano.

En correspondencia con la intencionalidad intrínseca en que se mueve el gobierno, se revela como una la verdad que la revolución bolivariana está flotando en varios escenarios para llegar hasta el 2024.

Activa además la estrategia de la psicología inversa y de la amenaza política del miedo para evitar contarse en cualquier evento electoral incluso a su medida, las amenazas casi a diario que hacen los voceros de la revolución hacia la oposición, se expresa especialmente en el discurso político de sus autoridades partidistas, narrativas afianzadas en los medios de comunicación social, y se concretiza mediante los selectivos procedimientos represivos, los que generan experiencias traumáticas en la mayoría de la población que percibe la amenaza como algo que puede transformar el miedo en terror o pánico, germinando en nuestro caso la desmotivación en la mayoría de los venezolanos que buscan  rescatar el voto en el escenario presidencial de 2024.

Es indiscutible, la amenaza política que se establece a través del poder. Foucault dice que “todo poder es un modo de acción de unos sobre otros. Se ejerce el poder cuando unos individuos son capaces de gobernar y dirigir conductas. Conducir conductas implica gobernar, y gobernar constituye la forma más acabada del poder”.

El poder como gobierno no resiste en el tiempo, la idea de un sometimiento absoluto en la conducta de la gente; en contradicción el poder revolucionario se enfrenta a sus propios límites o decadencia, por ejemplo: la posibilidad que brote contundencia la rebeldía del todo social, convocando el rescate del voto como sustancia significativa de toda democracia.

Marcos Hernández López Presidente de Hercon Consultores

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