Las estatuas están en peligro de extinción

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Todos los días leo las noticias y me encuentro con la misma nota alarmante: una estatua más derribada. Con pico, pala, fuerza bruta y también con la ayuda de alguna grúa, estamos acabando con ellas porque, repentinamente, decidimos que ya no nos caen tan bien. Y por eso caen. Caen sin importar su especie: estatuas racistas, homofóbicas, conquistadoras, brutas, ciegas, sordas, mudas, torpes y hasta testarudas están siendo eliminadas indiscriminadamente por los humanos. Es una caída que afectará todo el ecosistema mundial de estatuas, monumentos y plazas y que, como siempre, nos afectaría a todos si llegasen a extinguirse.

Ya era demasiado tener que preocuparnos por los animales en peligro de extinción, como para que ahora tengamos que quemarnos la cabeza pensando en qué debemos hacer para contrarrestar la eliminación indiscriminada de las estatuas. Algunos eruditos proponen que una de las soluciones es tratar de unificar ambos problemas, no porque sea más efectivo, sino porque en verdad somos muy flojos como para resolver cosas por separado.

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Sin embargo, aún no se ponen de acuerdo en si catalogar a las estatuas como animales o catalogar a los animales como estatuas. Esto último, claramente, sería de mejor provecho para los animales porque, al ser considerados como estatuas, estoy seguro de que los Gobiernos del mundo se esforzarían más en salvarlos.

No obstante, a diferencia de los animales, las estatuas tienen una particularidad: fueron creadas por nosotros mismos. Lo que da para pensar dos cosas. Primero, ir a derribarlas sería admitir que nos equivocamos al erigirlas, por lo tanto, no pensamos tan bien como creemos, entonces, ¿por qué estamos tan seguros de que demolerlas es una esplendorosa idea? De malas decisiones está hecho el mundo, por eso hay más asientos que reposabrazos en los cines. Ah, esos cines que también están en vía de extinción, por cierto.

Y segundo, piedad con las estatuas, por favor. Ellas no pidieron ser traídas al mundo, nosotros decidimos unilateralmente construirlas. Y no solo eso, las construimos con igualdad. Nos da igual construirlas de un tipo que haya asesinado a miles de personas, como de un tipo que haya salvado a un país de la destrucción, o de alguien anónimo pero lo suficientemente simpático como para que salga chistoso en la foto que los turistas suban a Instagram. Nada de eso importa al momento de construir una estatua, siempre nos ha parecido simpático esculpir a un hombre o a una mujer en mármol, piedra caliza, acero e, incluso, oro, y dejarlo a la intemperie para que las palomas le defequen encima.

Porque ese es otro problema del que tendríamos que encargarnos si desaparecen las estatuas. ¿A dónde irán a cagar las palomas? Primero les damos sus sanitarios y, después, se los quitamos, eso no es justo. A nadie le gustaría levantarse un día por la mañana, dirigirse al baño plácidamente con la dulce esperanza de encontrarse con su amada poceta y terminar haciendo sus necesidades en el suelo desnudo, estéril y vacío.

Con las palomas sucederá lo mismo. Un día, una bandada de palomas volará hasta su estatua de confianza y no encontrará nada, por lo que se verá obligada a bombardear las cabezas de los peatones, los parabrisas de los carros circundantes y las fachadas de los edificios. Ahora, si imaginamos esto a gran escala nos encontraremos con el fin de la vida en la Tierra tal y como la conocemos: lluvias ácidas de excrementos, edificios y medios de transporte disueltos, una sociedad paralizada por la fobia a las palomas. El mundo se iría a la mierda, literalmente.

Es mejor entonces que para evitar una catástrofe dejemos a las estatuas en su lugar y, si tanto nos fastidian, no las reproduzcamos tanto. Controlemos su natalidad y pensemos con más detenimiento antes de construir una. Hagamos estatuas genéricas sin forma alguna que sepamos que no van a ofender a alguien en un futuro y que tendrán una larga y placentera vida observando excrementos de palomas y a jubilados en las plazas.

Y si en algún momento del futuro incierto, por su propia indeterminación morfológica, llegase una estatua a ofender a alguien que le encante las formas definidas y esta terminase destruida en el suelo, entonces le deseo una muerte feliz, porque terminará demostrando un principio que rige la cultura: lo que el hombre construye con las manos, lo destruye con los pies.

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