“Miénteme”: un bolero y una declaración socio-política

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El variado repertorio latinoamericano de canciones de autor es un repositorio casi infinito de filosofía, psicología, sociología y resabios. Hoy, para intentar una interpretación acerca de cómo llegan al poder y la calidad de los mandatarios, me propongo considerar al bolero “Miénteme” (1950), de Armando Domínguez Borrás (1921-1985), compositor mexicano, por cierto hermano de otro de los grandes, Alberto Domínguez: “Vereda tropical”, “Perfidia” y uno de los más bellos, “Frenesí”, especialmente en la espectacular versión de nuestro Oscar D’León.

Esta digresión viene al caso por la incomodidad que nos ha producido la elección de Gustavo Petro, pero es que ella por si sola no produce tanto sobresalto, como el hecho de la renacida infección de la plaga rojo-purulenta a lo largo de nuestro continente, a saber: el procesado y no declarado inocente Lula da Silva en Brasil, con mayoría en las encuestas frente al poco equilibrado Bolsonaro; el harto ignorante Pedro Castillo, plagiario al 86% en su tesis de la Universidad César Vallejo en Perú, venciendo irracionalmente al fantástico economista Hernando de Soto, quien ha presentado fórmulas eficientes para disminuir el estado de miseria en Latinoamérica y crear genuinas expectativas de riqueza en los pobres del continente, autor de las obras “El otro sendero” y “El misterio del capital”, quien es una referencia mundial sobre el tema y obviamente que no necesita copiarse de nadie; Xiomara Castro, la esposa del nepótico amiguito de Chávez y tampoco declarado inocente de felonías, José M. Zelaya en Honduras; los népotas Daniel Ortega y su esposa, sospechosos de pedofilia, en Nicaragua; AMLO, acomplejado, ineficaz y conflictivo, con ansias de perpetuarse, la incógnita de Boric en Chile y la tapa del frasco: Nicolás Maduro, “supermonigote”.

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Veamos con cierta extensión la idea de POPULISMO LATINOAMERICANO en el Diccionario de Política por Bobbio, Manteucci y Pasquino, Siglo XXI, editores, Madrid 1997, pág. 1257: “… el populismo no sería otra cosa que la específica modalidad de expresión política de las masas populares en situaciones tales que éstas no ha podido desarrollar una ideología-organización autónoma de clase… a primera vista en todos los discursos políticos calificados como populistas parece existir un punto en común: la apelación a un referente básico que no es otro que “el pueblo”.

Existen incluso autores que sostienen que lo propio del populismo radica justamente, en la promoción política de la figura ideológica “del pueblo” por encima de las decisiones de clase. Laclau reconoce el hecho de qué tal referencia al pueblo desempeña un papel de importancia central en las ideologías populistas, no obstante considera que este solo rasgo es insuficiente para definir acabadamente al fenómeno en cuestión.

Es posible, en efecto como ocurre con una amplia gama de discursos políticos, que en ellos figuren reiteradas apelaciones al pueblo, sin que esta circunstancia los convierta necesariamente  en discursos populistas “… lo que transforma un discurso en populista es una peculiar forma de articulación de las interpelaciones [preguntas]popular-democráticas al mismo. Nuestra tesis es que el populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante” (Ernesto Laclau, autor argentino, en Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, Madrid Ed. Siglo XXI, 1978, pág. 201). 

La cita pone en evidencia lo que de manera simple se percibe: el populismo comporta una descomunal confusión. El “tal pueblo” privado de ideología o como fenómeno, en todos los casos sin excepción, no sabe lo que quiere, como sí, aviesa y perfectamente sí que lo saben quienes son sus conductores populistas, que aspiran SIMPLEMENTE DETENTAR INDEFINIDAMENTE EL PODER SOBRE SUS CONCIUDADANOS, a costa del derrumbamiento, con razón o sin ella, del sistema o gobierno precedente.

No hay ideología por medio, no hay propósitos, sino despropósitos y aparece fulminantemente: apoderarse del poder por el poder mismo, sin fecha y sin rendir cuentas. Se debe tomar en cuenta otro factor muy pero muy importante: La incompetencia de los advenedizos, que es lo primordial/primigenio de la corrupción, seductores clásico del tal pueblo. A esto debe agregarse, que cualquiera orientación izquierdista (marxista-comunista-socialista) ha quedado desvanecida por el Zar Putin Primero y su despiadada e injustificada invasión a Ucrania, quien de la izquierda más radical viró, sin aviso y sin protesto, hacia la derecha más abyecta, “sin pasar por home” y dejando sin piso ideológico a la tal izquierda escatológica. (¡Pobre Marx!…).

La única manera que encuentro para explicar los desencuentros Latinoamericanos con sus “líderes” está, a mi parecer, en lo más profundo de su sentir, o sea, lo que refleja la letra de sus canciones. Así pues, procedo a glosar la sorprendente letra de “Miénteme”, pero poniendo los versos en orden al propósito de estas palabras y adaptándolo a la circunstancia política que aquí discuto.

“Siempre fui llevado por la mala

Y es por eso que te quiero tanto, 

Mas si das a mi vivir 

La dicha con tu amor fingido,

Miénteme una eternidad

Que me hace tu maldad feliz”.

Apelando a mi perspectiva  musicológica, puedo afirmar que por más alegre que parezca una cumbia, guaracha o golpe de joropo, el contenido de los versos es casi siempre melancólico; definitivamente triste, con morriña/saudade. Se dan muchas explicaciones y la más plausible parece ser la del mestizaje. El proceso de asimilar tres culturas diferentes, negra, india y blanca y obtener un producto más o menos homogéneo, como ocurre en Venezuela casi como excepción, da como resultado esa música (tangos, milongas, chorinhos), la poética (Neruda, el propio Borges, Andrés Eloy) y hasta la pintura (recordar a Guayasamín, Alfaro Siqueiros, Rivera) manifestaciones todas bastante melancólicas. Difiere todo el conjunto y con mucho, con la alegría festiva sana, simplista y rolliza que proyectan las polkas europeas, sus himnos y hasta las pinturas (excepciones hechas por ejemplo, con Goya).

Esta melancolía induce a un pensamiento depresivo, triste, resignado con la vida que le ha tocado vivir al mestizo. No siente, como ocurre con los habitantes del hemisferio norte, alemanes, norteamericanos, suecos, noruegos etc., la idea espontánea de una realización para mejorar. Sorpresivamente, sin embargo y aún criticando a los gringos, desde su miseria, les encantaría pertenecer “¡¡al gran sueño norteamericano!!”. ¿Quién entiende esto?

Si su vivir está signado por su mala suerte, la mentira de los líderes les proporciona dicha, aunque sepan que es fingida (siempre ha sido así) y aún reconociéndolo, les proporciona felicidad la maldad aviesa de los prohombres: Un obvio caso de masoquismo. Y lo presenciamos, desde la zaparrastrosa Cuba hasta la endeudadísima Argentina y la candidata al fracaso inminente que es Chile.

«Voy viviendo ya de tus mentiras

Se que tu cariño no es sincero

Se que mientes al besar

Y mientes al decir ¡te quiero!

Me conformo porque sé 

Que pago mi maldad de ayer”.

Pero, a pesar de todo y porque nadie escarmienta en el pellejo ajeno de esta desastrosa Venezuela, no obstante las cercanías, la laboriosa Colombia vota por un ex–guerrillero y mafioso. No obstante que el pueblo, martirizado por efecto de la inclemente guerrilla, sabe perfectamente que el sujeto no es sincero (¿síndrome de Estocolmo?), resulta que se embarranca para empeorar y ya lo está avisando; pero de nuevo en medio de su morriña-saudade se conforma con las mentiras que le son ofrecidas, porque considera que paga su maldad de ayer, o sea que está purgando algún pecado.

Me pregunto ¿cuál será: existir, simplemente ser?. Precisamente en países ubicados en la franja planetaria envidiada por más conveniente, más rica y más provista de recursos o “commodities”.

​Finalizando la glosa:

“¿Y que más da?

La vida es una mentira;

Miénteme más 

Que me hace tu maldad feliz.”

Sabemos perfectamente que cuando hablamos “con el bravo pueblo” se suele escuchar esta respuesta: “Me da igual quien gane o pierda, total, siempre estamos mal”. Además de la morriña/saudade, el conformismo es una parte de la vida de los humildes. Ciertamente han sido maltratados por la vida, pero inexplicablemente carecen de reacción positiva (estamos hablando de mayorías/promedio). Sin embargo, no podemos olvidar “el caracazo” cuando, por un pequeño aumento en el precio de la gasolina en un porcentaje ínfimo, se produjo una entusiasmada conflagración, auspiciada por esta panda de pillos hoy en el gobierno y que por cierto han aumentado lenta y desmedidamente el precio de la gasolina, Y NADA PASA.

Simplemente porque la maldad mentirosa hace felices a “los del pueblo” y no aparece un liderazgo verdaderamente creíble y orientador; lo peor es que da la impresión que este estado de cosas se mantendrá hasta que no cambie la tendencia, comenzando por las conversaciones entre un sistema de gobierno que no le conviene ni quiere “soltar el coroto” y unos interlocutores matungos, que no tienen capacidad de resolución.

Como he dicho en otros artículos, resulta condición imprescindible, convocar para esas reuniones al “partido verde oliva”, de lo contrario no tiene sentido conversación alguna, como no sea para un paseíto gratis.

Estas palabras, empero, terminan melancólicamente, porque quien escribe no visualiza solución alguna ante el conformismo del pueblo y al fingimiento, ineptitud y falta de arrestos de los líderes opositores, con la protuberante excepción de María Corina Machado. Además, dejando constancia que en una muy eventual campaña electoral deberían ser extrañados del léxico los prostituidos términos “patria, pueblo y cambio”.

Mientras tanto, la única clave para comprender los desencuentros de “el pueblo” con los líderes, parece ser : “Miénteme una eternidad. Miénteme más que me hace tu maldad feliz”.

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