Una crónica personal: Desde el 28 de julio a través del tiempo

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El 28 de julio hubo algo diferente. Eran las 8:20 de la noche y en la entrada del Liceo Andrés Bello, en la avenida México de Caracas, un numeroso grupo de vecinos y votantes exigían entrar al centro electoral para ser testigos del proceso de totalización. Los escudos de los funcionarios policiales bloqueaban la entrada, pero esto no amainaba los gritos y consignas.

Un colectivo de motorizados llegó al lugar y súbitamente toda la masa de gente concentrada en la puerta del liceo se volteó hacia la calle y -teléfonos en mano- comenzó a grabarlos y gritarles. Momentos de tensión dieron paso al retiro de los colectivos, cumplieron su misión de advertir con su presencia.

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¿Qué fue lo distinto? Los rostros de los funcionarios policiales no destilaban rabia, era la primera vez en mi vida que veía tanta gente bajo la oscuridad de la noche exigiendo sus derechos en el centro electoral más importante del país, y los colectivos a esa hora parecían disminuidos, sin rumbo.

A las 5:30 de la mañana abro los ojos y me sorprendo al ver la cantidad de mensaje en mi celular. Me entero que hay reportes de centros electorales en todo el país en los que hay filas de electores desde la noche anterior. ¿Qué? En 27 años como periodista jamás había pasado algo así en ningún proceso electoral. En eso momento no me imaginaba que el día me iba a seguir sorprendiendo.

Retrasos en algunas mesas, ausencia de testigos; lo usual de todos los procesos que poco apoco se va superando. Nada que significara una muestra representativa para preocuparse. Tanta calma y paciencia en la gente -que esperó horas para votar en ciertos centros- me llamó la atención.

Entre los periodistas conversábamos que nunca habíamos visto un día electoral con tanta paz. No hubo ni siquiera denuncias de puntos rojos, que esta vez prácticamente desaparecieron.

24 horas después noto cansancio en mis ojos y me levanto con déjà vu. El Concejo Nacional Electoral ha proclamado a Nicolás Maduro ganador, pasada la medianoche. Me viene a la mente la frase de San Pablo: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

Escucho silencio, mucho silencio. Calles vacías, aceras desoladas. ¿A dónde fueron todos? ¿Qué está pasando? Como el agua que se calienta en un tazón -de a poquito- y que luego llega a su ebullición comienzo a recibir reportes de protestas en las zonas populares de Caracas del este y del oeste de la ciudad.

José Félix Ribas, La Dolorita, La Vega, Autopista Caracas-La Guaira, El Valle-Coche, Antímano, 23 de Enero, avenida Urdaneta. Y por si fuera poco, los reportes llegan desde todo el país. Una muestra de indignación popular espontánea de gente que grita fraude, harta de sufrir, dominada por el hambre.

El efecto multiplicador no se detiene y para la tarde de ese día los periodistas no nos dábamos abasto para poder contener el flujo informativo. Por fin, a las 3:45 de la tarde, “la negrita” -una gran amiga periodista a quien conozco desde mis tiempos en el Diario El Globo- me dice: “Esto es un 13 de abril, pero al revés (refiriéndose a las protestas populares de ese año que devolvieron a Chávez al poder)”. Es entonces cuando compruebo mi déjà vu.

Voy en la moto con Raúl. Nuestra asignación es ir a la sede de Vente Venezuela. Son las 5:45 de la tarde del 28 de julio y me concentro en el ruido de la moto pensando que los cronistas observan con detenimiento, no hacen juicios. Yo no soy parte de ese grupo, pero sabía que debía cumplir con el protocolo periodístico de mi asignación. 

Llegamos a una casa ubicada en plena subida hacia El Ávila con una puerta pequeña flanqueada por dos personas y un detector de metales. Me identifico y me hacen pasar para que mi nombre sea revisado en la lista de acreditación. Para mi sorpresa no aparezco. Preguntó por qué si cumplí con el requisito de enviar mis datos y un joven -con cierta altivez- me dice que eso no era garantía para pasar. Le repregunto por qué y su respuesta fue: No pasó el filtro. ¿Cuál filtro?, le pregunto y se me queda viendo sin decirme nada.

Me retiro sin entrar en conflicto y me ubico cerca de la puerta para observar. A lo lejos escuchaba que un periodista explicaba a un grupo de señoras que había problemas con las actas. No entendí mucho así que miré a Raúl y decidimos partir del lugar.

Veo el reloj y son las 6:08 de la tarde. Edmundo González Urrutia y María Corina Machado iban a hablar a las 6:00 de la tarde, pero les cortaron la luz, según nos informa un colega. Han pasado más de 18 horas desde que Elvis Amoroso, presidente del CNE, anunciara que Maduro había ganado nuevamente las elecciones con 51,2% versus 44,2% de González Urrutia.

Finalmente, aparecen para anunciar que con 73% de las actas la votación superó incluso a los números dados a conocer por el ente electoral que favorecían a Maduro. Pienso: Esto es una paliza y no está el 100% de las actas. La sabiduría popular intuía que le habían robado su voluntad. Tengo una amiga que siempre me dice que la intuición es la experiencia internalizada.

¿Cómo lograron recuperar esas actas que el gobierno de Maduro impidió que tuvieran en mano? Esa es una historia de héroes, colaboradores, gente harta e inteligencia. Esa comprobación de datos brindó a las protestas una prueba concreta de la violación de su voluntad, de la imposición de una “verdad”. Lejos de apagar los ánimos, los números empoderaron a los manifestantes. TikTok explotó con lives.

La orden de reprimir ya había sido girada por el propio Maduro y el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López. Miles de registros en redes hechos por los propios ciudadanos al instante y en diferido estaban al alcance de todos. Se hacían virales las vallas con propagando política de Maduro desmontadas por la gente. Súbitamente nos dimos cuenta que los corazones rotos y traicionados de los venezolanos fueron contra el máximo símbolo de estos 25 años: ocho estatuas de Hugo Chávez fueron derrumbadas ese día en todo el país.

Octubre de 2012. Mi pauta de ese fin de semana en el Diario El Nacional era de política y no de economía (había que reforzar a ese equipo). Mi misión era cubrir una concentración del oficialismo en la Plaza O’Leary en el centro de Caracas. Me bajé de la moto, escondí mi credencial y me mimeticé entre la gente.

Había gran algarabía y un reguetón a todo volumen que salía de unos parlantes para animar a la gente. Trato de llegar a la tarima para ver quiénes están y veo a lo lejos a Darío Vivas, pero de repente alguien me hala del brazo y me dice: “Blanca. ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí?”.

Resultó ser una de mis fuentes dentro del chavismo que sabe que conmigo siempre sus datos están seguros. Lo saludo y le digo: “Me pusieron a cubrir política por hoy”. Veo, por detrás de él, una mano que también me saluda de lejos y me doy cuenta que es otra de mis fuentes.

Luego de 45 minutos tengo todo lo necesario para la nota de color. Mientras me monto en la moto me doy cuenta de que están repartiendo claveles y tengo en mi memoria muy fresco que pensé: A la mayoría de la gente que está aquí no se le ha dicho la verdad. Creen que la enfermedad de Chávez es pasajera. Ese día la última línea de mi nota de color se refería a los claveles de la concentración oficialista y rezaba: “Esos mismos que se usan para adornar los ramos que se colocan en los funerales”.

No hay carros en la vía y la noche está linda. Estamos llegando a Parque Central muy cerca del enlace con la Autopista del Este. Raúl detiene la moto y me dice: “Mira”. Un numeroso grupo de personas agrupada frente a una escuela que sirve como centro electoral.

 No logro ver el nombre, pero saco mi celular y comienzo a grabar para enviarlo a la mesa de redacción y en ese momento Raúl me dice: “Guarda el celular”. El contraste de la calle vacía iluminada por los faros con la bulla y consignas de la gente en un solo lugar me hace pensar que es una imagen bella. Llegan los colectivos reagrupados una cuadra antes. Sus motos rugen y tres de ellos se bajan y se acercan, pero no hacen nada, deciden retirarse. Raúl y yo estamos en la acera de enfrente siguiendo la escena en silencio.

Prendo el televisor y aparece Nicolás Maduro. A su lado está Elvis Amoroso. Es el acto de proclamación en la mañana del 29 de julio. Mientras esto sucede ya comenzaban a verse algunas protestas. La primera de ella en el barrio José Félix Ribas en Petare. Veo el televisor y pienso en el contraste de situaciones. Mientras está hablando lo interrumpe un mensaje en su teléfono que decide ver y, al mismo tiempo, se le acerca alguien para decirle algo al oído. Me llama la atención y le veo el rostro, pienso en ese momento que seguramente le están informando de la situación generalizada de protestas.

El domingo 31 de octubre de 2010 el presidente Hugo Chávez anunció -en su programa Aló Presidente- la expropiación de la Siderúrgica Venezolana (Sivensa). Escuchaba desde mi puesto el televisor ubicado en la sección de política en El Nacional. Sivensa fue la empresa de producción de acero más importantes del país, después de la Siderúrgica del Orinoco. Un negocio familiar impulsado por la familia Machado por décadas. Tomé mi blackberry y busqué su BBpin. Le escribí: “María Corina, lamento mucho lo de Sivensa”. Me respondió: “Blanca, Sivensa fue el esfuerzo de años de mi familia”. Dos años después la empresa -rebautizada como Complejo Siderúrgico Nacional- ya no producía acero.

Son las 2:30 de la tarde del 31 de julio, el canal oficial Venezolana de Televisión parte su pantalla en dos. De un lado la sesión de la Asamblea Nacional liderada por Jorge Rodríguez y del otro lado Nicolás Maduro presidiendo el Consejo de Estado desde el Palacio de Miraflores. Un nuevo déjà vu me invade. Rodríguez y Diosdado Cabello son los encargados de dar los discursos más amenazantes. “Con la derecha no negociaremos”. La narrativa madurista se expresa como un guion. Giro el rostro y veo en mi celular las imágenes de TikTok que aparecen y me muestran la concentración convocada por la oposición. Justo va pasando un camión con María Corina y Edmundo al frente.

Me gustan los acertijos y soy aficionada a las novelas policiales porque me retan a pensar. Me gusta observar y analizar y siempre me ha fascinado la simbología de las cosas. Termino de tomar un café y es martes 30 de julio. Me levanto y se me cae mi libreta de anotaciones. La recojo y leo en unas de sus páginas una efeméride con una nota al pie de página que dice: “Plutón retrocederá hacia Capricornio”. Plutón representa en la simbología a los cambios definitivos, a la destrucción. Capricornio: son las estructuras que creíamos sólidas.     

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