“No tengo a dónde ir”: Estudiantes venezolanos en EEUU temen ser deportados

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“No tengo a dónde ir. Regresar a Venezuela es complicarles la vida a mis papás y tampoco tengo a dónde ir aquí en Estados Unidos si cierran la universidad”, cuenta Christian García, un tachirense de 21 años de edad que estudia segundo año de Economía Política Internacional en The College of Idaho.

Similar situación es la que plantea Raúl Romero, también de 21 años de edad, quien salió de Caracas en 2016 recién graduado de bachiller para cursar dos años de bachillerato internacional en Estados Unidos. Hoy estudia tercer año de Estudios Internacionales enfocados en las relaciones entre China y Latinoamérica en la Universidad de Kenyon College de Ohio.

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Ambos venezolanos se encuentran a la expectativa de qué les deparará su futuro académico si se llegase a cumplir la reciente decisión del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), que obligaría a los estudiantes internacionales a abandonar el país o arriesgarse a ser deportados si las casas de estudios deciden cambiar completamente su pensum a clases en línea debido a la pandemia del COVID-19.

Para Christian la medida es una falta de “empatía” del organismo hacia miles de jóvenes que buscan cambiar y mejorar sus condiciones de vida a través del estudio en las distintas universidades de Estados Unidos. “Alrededor de 90% de los estudiantes internacionales en esta universidad estamos 100% becados. Cada realidad es distinta, hay estudiantes a los que les han bombardeado su casa, decirles que se devuelvan es una falta de empatía. No es sensible”.

Contó que, a pesar de que su universidad es pequeña, siempre se han mostrado cercanos y responsables por la comunidad estudiantil, especialmente por los inmigrantes que en ocasiones provienen de países que sufren conflictos armados: “Aquí hay estudiantes de Siria y Palestina, gente que ha sido víctima de agresiones sexuales, sin alejarse de la emergencia humanitaria que se vive en Venezuela. En la universidad siempre se han mostrado dispuestos a escucharnos y ayudarnos”.  

¡No tengo cómo volver!

Ambos estudiantes hicieron uso de sus redes sociales para expresar el descontento por la eventual medida migratoria, así como recibieron el apoyo de propios y ajenos, también fueron criticados por quienes aludían que se trata de un grupo de “niños ricos y llorones”, como los calificaba un tuitero, que pretendían quedarse a vivir en Estados Unidos y renegar de su país natal.

La noticia que tomó por sorpresa a Raúl lo atemoriza: “Estamos en medio de una pandemia y nos dicen que nos podrían deportar si el semestre pasa a ser completamente online, esto cae como un balde de agua fría. Me da mucho miedo regresar a Venezuela porque es exponerse a una serie de riesgos innecesarios”.

El caraqueño que, al igual que su coterráneo, cuenta con una beca completa que le prohíbe trabajar, salvo que sea dentro del campus, aseguró que lo poco que logra ahorrar le alcanza para sus gastos extras y medianamente apoyar a su familia en Venezuela. “Regresar no solo significaría el gasto de un pasaje aéreo y no tendría ingresos. Sería un gran estrés financiero para mi familia, que tuvo que cerrar el negocio de quesos que teníamos y ahora depende mayormente de los ahorros, que no son muchos”.

Christian también describió su estatus actual: “Mi familia la está pasando mal, los ayudo en lo que puedo, pero también tengo mis gastos acá. Irse a casa no es sinónimo de seguridad y mucho menos lo es para mí regresar a San Cristóbal, donde se va la luz y el Internet constantemente. Para hablar con mi familia debo estar pendiente de mi celular y que mi mamá me avise que tienen luz e Internet para poderlos llamar. Cómo voy a poder terminar mis estudios así estando allá”.

Explicó que la universidad de Idaho les da a al menos 120 estudiantes que se quedaron en el campus mientras pasaba la pandemia comida, techo y trabajo: “Cómo le dices a un estudiante que se ha esforzado y se ha ganado una beca que se devuelva a su país. Cómo los devuelves si todas las fronteras están cerradas. Los costos de ese viaje salen del bolsillo propio y solo se tendrían 10 días para abandonar el país. No tengo los recursos para eso, en mi cuenta tengo como 5 o 10 dólares”.

Riesgos e indignación

Ambos venezolanos explicaron que muchas veces las becas estudiantiles, especialmente cuando son completas como el caso de ellos, les impide trabajar fuera del campus. Por lo que sus ingresos anuales, la mayoría de los casos, no supera los 2.000 dólares. Dinero que deben invertir en gastos extras propios del día a día, además de la ayuda que envían a sus familiares en Venezuela.

Cuentan que desde el momento del anuncio están buscando opciones que les permita revertir la posible medida, poder mantenerse en Estados Unidos y culminar sus estudios. Viajar a otros países, contando con ayudas de amigos podría ser una opción, pero poco viable por las mismas limitaciones de la pandemia, además que no todos cuentan con esa fortuna.

Christian explicó que, de tener que tomar una decisión apresurada, se ha planteado como última instancia solicitar asilo político: “Mi mamá fue discapacitada médicamente hace 2 años y no puede trabajar, mi papá es pensionado. Eso me pone a pensar qué voy a hacer, no tengo nada y me faltan 2 años de carrera”.

“La gente cree que porque eres estudiante en Estados Unidos tienes dinero y tienes la vida fácil, la verdad es que dependemos mucho de la beca y la universidad”, indicó.

Lo que medianamente tranquiliza a Raúl es que en su universidad aún se están impartiendo clases presenciales, pero si esto llegase a cambiar sus opciones son muy reducidas. Con el pasaporte venezolano con fecha próxima de expiración, siente que la medida lo pondría “entre la espada y pared”.

“Tendría que enfrentar una serie de riesgos: no hay vuelos comerciales entrando al país. Lo otro que afecta es la conectividad del Internet, podríamos perder el estatus legal. Convertirse en un inmigrante indocumentado es un riesgo innecesario. Hace poco prohibieron H-1B, son muchas condiciones en riesgo”, añadió.   

Futuro incierto

Raúl no tiene claro lo que hará más adelante, pero se mantiene confiado en la posibilidad de culminar su carrera y poder aplicar a nuevos estudios. “No sé qué será lo que viene después de la graduación. Voy a aplicar a programas de postgrado y doctorales”.

“Algunas personas critican que esté persiguiendo la oportunidad de estudiar aquí, como si tener una beca fuera algo malo. Yo he recibido una beca de la que estoy muy agradecido, pero corresponde a mis méritos, es una beca de liderazgo que me ha cubierto todos los estudios. Estados Unidos es un país con muchísimas oportunidades, pero el racismo y el sentimiento antiinmigrantes les han hecho la vida imposible a muchos”, dijo Raúl.

Entre la ansiedad y la angustia que le produce esta situación a Christian, señaló que: “Decidimos no quedarnos solo en la queja, estamos buscando opciones y acciones ante esta decisión. Porque irse también significa el riesgo de no poder regresar. A pesar de la ansiedad, en mi universidad la gente se ha unido y creamos un activismo entre los estudiantes y profesores para protegernos. Incluso una profesora se ofreció a dar clases presenciales para restarle poder a la medida”.

El tachirense, que aplicó para ocho universidades en el exterior (dos en Canadá y seis en Estados Unidos) y tomó la opción que le ofrecía cobertura total, aplaude el compromiso de su casa de estudios. “Nuestra universidad es generosa, pero es pequeña. Nos han apoyado, pero no pueden hacer mucho más. Hay muchos estudiantes que tienen convenios con sus gobiernos. No es que yo quiera aprovecharme de la situación, no es que me quiera quedar en Estados Unidos a hacer vida, es que es la única opción que tengo en estos momentos”.

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