Tal parece que a los Duques de Sussex no les será tan fácil, ni tampoco así lo quieren, separarse de la monarquía británica. Tras un comunicado publicado en su cuenta en la red Instagram, en el cual expresaban que a partir de ahora dejarían de pertenecer a la monarquía senior, se independizarán económicamente, pero siempre seguirán sirviendo a la Reina Isabel II, Meghan y Harry pusieron a Gran Bretaña de cabeza.
La monarquia es la institución más importante de Inglaterra y sus afines, al punto de que las decisiones gubernamentales más importantes pasan por Buckingham. Aunque esto no la ha eximido de ser, también, polémica y llena de escándalos. Pero, haciendo valer su jerarquía, poco después de la publicación de los Duques, el palacio real respondió, literalmente, con una declaración de tres líneas en otra red, Twitter. En ese comunicado dejaron en claro que si bien respetan la decisión de la pareja de buscar otros horizontes, «el asunto está apenas empezando a discutirse y no es tan sencillo de resolver».
Poco después, The Times, uno de los principales diarios ingleses, aseguró que la decisión de Meghan y Harry fue tomada unilateralmente y que ni la Reina ni nadie de la familia real estaban al tanto de la misma, antes de que se emitiera el comunicado.
Así, las intenciones de los Duques de vivir en la casa que la monarca les regaló por su matrimonio, Frogmore Cottage, siendo de su propiedad, ella paga los gastos de manutención y demás servicios, o que el Estado continúe encargándose de su seguridad y custodia, pueden peligrar. Pero estos privilegios no son los únicos que penden de un hilo.
Según Vanity Fair, la pareja tampoco renunció al 5 % del sueldo que recibe por su título nobiliario de parte de la Reina ni al 95% que recibe por Cornualles, el ducado de su padre, el príncipe Carlos. Según el mencionado diario, también él estaría furioso por la decisión inconsulta.
Muchos expertos en temas de la realeza se han atrevido a decir que este incidente recuerda un ventarrón similar al sucedido en 1936, cuando el rey Eduardo VIII abdicó al trono para casarse con la estadounidense Esther Wallis, una mujer divorciada dos veces a quien la monarquía de entonces no aceptó como su futura reina.