Adiós, ‘Abuelito’

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Durante cerca de 10 años caminó la misma ruta corta y circular por el borde de la quebrada La Vieja y algunas calles aledañas del barrio Los Rosales, en los cerros orientales de Bogotá. Desde cuando aclaraba el día hasta bien entrada la noche, ‘Abuelito’ buscaba al guardabosque que le enseñó su oficio y lo abandonó en aquel lugar. Mantenía la esperanza inquebrantable de que iba a regresar y juntos volverían a recorrer la floresta en busca de leñadores furtivos y depredadores de la fauna silvestre.

         La actriz y animalista Ángela Piedrahita lo vio por primera vez en 2010, cuando ella llegó al barrio. Con claras trazas raciales de labrador, mezcladas con algunas otras razas grandes, ‘Abuelito’ recorría una parte de la montaña, regresaba al mismo recodo en donde su amo lo abandonó y permanecía echado durante largas horas esperando su regreso. Para ese año era un perro fornido, enérgico y jovial, de unos tres o cuatro años de edad.

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         Trabó amistad con un grupo de soldados del Ejército Nacional que durante largo tiempo fueron enviados para prestarle seguridad y rendirle honores a un prominente burócrata que residía en el vecindario. ‘Abuelito’ les ayudó a mantener la guardia. Los acompañó durante los patrullajes que hacían por una parte del sendero de la quebrada en busca de señales de peligro para el personaje al que cuidaban y era entonces cuando creía que, de alguna manera, había vuelto, felizmente, a su tarea de proteger la floresta en equipo.

         Ángela se enteró por algunos antiguos vecinos de la zona que el perro anduvo primero con el guardabosque que lo llevó muy joven y le enseñó el arte de amar la arboleda y a beber de la fría y cristalina agua que baja por la quebrada, cada vez más escasa (dicho sea de paso) por la connivencia de las autoridades de Bogotá con los urbanizadores piratas y otros depredadores.

         Sobrevivió con el alimento que le daban los soldados de sus raciones de campaña y de eventuales platos de comida que le alcanzaban algunos vecinos a los que les cayó en gracia por su carácter gentil, apacible y sosegado. Demostraba amor a diario con sus benefactores, a quienes observaba y oía en silencio desde la calzada en la que permanecía más tiempo esperando al hombre que lo desamparó sin dejar rastro.

         El espacio de ‘Abuelito’ fue frecuentado por otros perros abandonados que llegaron y se fueron.

         Los habitantes del lugar, de clase alta, se topaban con ‘Abuelito’ cuando salían a caminar con sus propios perros. Conocían sus pasos, sabían que estaba esperando a su amo prófugo y admiraban la serenidad con la que soportaba los vientos fríos de las noches y las heladas bogotanas de los amaneceres en ciertas épocas del año. En algunas oportunidades que caminé con Zeus, mi amado bóxer blanco, por los dominios de ‘Abuelito’, este fue completamente indiferente a los gruñidos dominantes de aquel.

         Ángela lo acostumbró a sus visitas periódicas y él salía a su encuentro tan pronto la veía venir en la distancia con la seguridad de que le traía cariño y algún bocado.

         ‘Abuelito’ comenzó a envejecer y en ocasiones engordaba más de lo necesario debido a la comida que le obsequiaba en vecindario, pues unas personas le brindaban un plato sin saber que otras acababan de hacer lo mismo. Pero no todos eran constantes y por eso, de pronto, también bajaba de peso.

         Su andar comenzó a ser menos ágil y llegó un momento en que no pudo recobrar la agilidad de otros días por causa de un daño progresivo en los huesos de su cadera, típico de su raza predominante. Pero ‘Abuelito’ no se detuvo en sus rondas ni las disminuyó. Solamente se demoraba más en realizarlas.

         Sabía que los vecinos comprendían el dolor por el abandono que llevaba en su corazón. A los diez años de edad, aproximadamente, sentía fatigas y sus pasos eran todavía más lentos. Entonces, Ángela y otros vecinos le construyeron una pequeña cabaña de madera al lado de la quebrada y le instalaron un dispensador canino de agua potable y un platón en el que iban a ponerle raciones de alimento concentrado.

         El pasado jueves, 1 de diciembre, Ángela quiso ir a verlo, pero no pudo debido a sus quehaceres y a los torrenciales aguaceros de esta época. Pero fue el viernes a llevarle un plato de sopa caliente para ayudarle a mitigar el frío y no encontró a ‘Abuelito’ con la rapidez de siempre. Lo buscó por los lugares que recorría en la búsqueda eterna de su amo y tampoco lo localizó. Entonces, contactó a una vecina con la que había hecho amistad gracias al anciano perro.

         La mujer le contó que horas antes ‘Abuelito’ había comenzado a convulsionar y con la ayuda de otras personas lo llevaron hasta el hospital veterinario más próximo, donde, vencido al fin por la vejez y el abandono, murió.

         Adiós, ‘Abuelito’. (Ver video).

        

         (NOTA. Alguno de estos días, cuando Ángela, otros amigos de ‘Abuelito’ y yo coincidamos en Colombia, vamos a colocar una placa de piedra en algún lugar de la moribunda quebrada de aguas claras que este entrañable perro amó y cuidó).

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