El Tesoro Quimbaya, vergüenza colombiana

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Por estos días Colombia le está pidiendo a España la devolución del único montoncito de oro que le regaló de buen corazón. Pero no le reclama ni un miligramo del centenar de toneladas que robó en lo que hoy es este país durante los casi 400 años de iniquidades que duraron la Conquista y la Colonia.

Por orden de la Corte Constitucional, el gobierno nacional debe solicitarle a España que reintegre 122 piezas precolombinas de oro que le regaló voluntaria y formalmente en 1893. Los magistrados de ese tribunal armaron un entablado de almidonadas disquisiciones jurídicas, propias de este país de rábulas, con el que creen haber llegado a la certeza de que la Constitución Política actual –promulgada en 1991– tiene manera de obrar sobre el pasado para invalidar el obsequio hecho 98 años antes por el presidente conservador Caros Holguín Mallarino a la reina Gobernadora de España, María Cristina, en recompensa por un laudo arbitral que falló en favor de Colombia al dirimir un lío de límites con Venezuela.

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La decisión de esa corte echó por tierra en apelación la original de un juez que al estudiar en primera instancia la demanda de un ciudadano no encontró soporte jurídico de ninguna especie para concluir que hubiera sido ilegítimo el obsequio que tiempo después comenzó a ser reconocido como parte extraordinaria del patrimonio cultural nacional. Tan valioso que no puede ser estimado como corresponde en este país que se avergüenza de sí mismo. Por eso lo regaló.

El tesoro originalmente estaba constituido por 433 piezas de oro, fue extraído en 1891 de dos tumbas de la cultura prehispánica Quimbaya por el saqueador de hipogeos Fabio Lozano Torrijos, quien lo vendió al gobierno de Colombia y este, tras hurtar 311 de ellas, lo mandó a Madrid para ser exhibido dentro de la programación conmemorativa del cuarto centenario del descubrimiento de América (nunca hemos dejado de estar inmensamente agradecidos con España por haberse tomado el trabajo descubrirnos).

El arte y las culturas indígenas en Colombia han sido siempre, en términos generales, motivo de desprecio, repugnancia y deshonra, a menos que sean lucrativos. Hacen parte del invencible complejo nacional de inferioridad. El insulto más popular en este país mestizo es “indio de mierda”.

En vista de que lo mejor del tesoro ya estaba en Madrid, Holguín Mallarino decidió obsequiárselo a la reina en 1893 y no se volvió a saber del él en Colombia. En España, entre tanto, se le reconoció el valor artístico extraordinario que posee. En vez de haber sido fundido, como era de esperar, fue expuesto en el Museo Arqueológico y más tarde, a partir de abril de 1941, pasó al recién fundado Museo de América, en donde se exhibe como la mayor joya precolombina de su colección.

Si Holguín Mallarino (tío bisabuelo de la actual canciller, María Ángela Holguín, a quien le corresponde la bochornosa tarea de pedir la devolución del regalo) no hubiera obsequiado el tesoro Quimbaya, no cabe la menor duda de que habría sido negociado en el mercado negro para financiar alguna guerra civil o fundido y vendido por su peso en oro con el fin de llenarle los bolsillos a algún corrupto –una constante histórica–, como seguramente ocurrió con las 311 once piezas restantes que lo integraban.

El Quimbaya fue tenido como el tesoro americano más valioso conocido hasta 1987, cuando apareció otro todavía más grandioso que yacía en la tumba perdida del Señor de Sipán, en Perú, perteneciente a una civilización anterior a la de los Incas.

El aprecio real que España mostró por el tesoro incidió para que a finales de los años 30 Colombia –a pesar de carecer de estimación por su propia dignidad– creara el primigenio Museo del Oro, de Bogotá, en el que hoy se exhiben algunas pizas prehispánicas menores que se han podido salvar del saqueo, la corrupción y la vergüenza. Con todo, es el segundo más grande e importante de su tipo en América, después del de Perú.

Despierta interés por su rareza el hecho de que la Corte Constitucional de Colombia –mejor conocida por la corrupción que ha engendrado en sus entrañas– se haya ocupado en exprimir y retorcer suposiciones jurídicas para aducir que el tesoro debe regresar de España, en contra, incluso, del precepto universal de la decencia según el cual “lo que se regala no se quita”.

Esa misma Corte abunda en fallos –opuestos a la moral y a la ley– en contra de los derechos fundamentales de las minorías indígenas nacionales, sumidas en el abandono, la exclusión, la violencia, el hambre y a la aniquilación. El tesoro, además de haber sido regalado sin remedio hace 178 años, por lo menos está a salvo de Colombia en el Museo de América.

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