Eva vende chupetas y tapabocas en las calles para poder alimentarse

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    “Lloro porque no hay nada, porque no vendí nada”, cuenta Evelyn Masrii, mejor conocida como Eva, una mujer de avanzada edad y de origen sirio que se gana la vida vendiendo chucherías y demás productos en las calles de Los Teques, negocio que se vio afectado con la implementación de la cuarentena preventiva por el COVID-19.

    Masrii, a quien aún se le dificulta un poco manejar el español, señaló que vive en casa de una hermana y suele salir a trabajar hasta el mediodía, como lo permitían las autoridades en las primeras etapas de flexibilización de la cuarentena, pero la soledad en las calles no le ayudan.

    “Yo salgo desde las 8 de la mañana hasta las 12, a veces hasta las 9 o las 10, como veo que no hay ventas. La venta muy difícil, vendo muy poquito. No sé cómo hago, estos no son míos. Yo salgo a trabajar, no tengo hijos. No tengo esposo, no tengo casa. Vivo en la casa de mi hermana arrimada”, dijo.

    Eva, que en una de sus manos lleva un puñado de chupetas y en la otra varios tapabocas, explicó que los segundos son fiados y al venderlos recibe un porcentaje de las ganancias, pero en ocasiones el dinero no le alcanza ni para comprar los productos que vende a los transeúntes de la capital mirandina.

     “Yo vendo esto a una señora”, dice mientras muestra a la cámara varias mascarillas de diferentes colores. “Ella es peluquera y yo le dije ‘por favor, dame para vender’. Ella me fía eso. Gracias señora Rosa, si ella no me fía, yo no podría vender nada. No podría ni comer”.  

    Esfuerzos para sobrevivir

    A Masrii le ha tocado, en varias ocasiones, ver la vida color de hormiga, porque muchas veces lo que gana no le alcanza para sobrevivir: “A veces me he acostado sin comer”.  Incluso, fue presa del miedo y la mala intención para que saliera de las calles y no siguiera trabajando.

    “Me dijeron que yo tengo coronavirus, yo no tengo nada gracias a Dios. Yo nunca me enfermé, nunca me dio fiebre ni nada. Desde que llegué a Venezuela, hasta ahorita, estoy caminando y caminando”, contó, pero la experiencia no ha sido fácil.

     “No hay nada, la calle siempre está vacía. Quiero vender y la calle está vacía. A veces llego a la casa muy, muy cansada porque cuando uno camina y vende, y cuando a uno le compran, Dios le da más vida; pero cuando no hay ventas, uno viene muy agotado a la casa. Yo lloro a veces”, dijo.

    Si el sueldo mínimo de un trabajador formal no es suficiente para subsistir en Venezuela, mucho menos lo poco que puede ganar una vendedora ambulante como Eva, quien, entre la venta de chupetas y tapabocas, hace todo lo posible por alimentarse.

    Agradece que cada cierto tiempo cuenta con la ayuda de un bono de Maduro o con los productos de la caja CLAP, pero esto no es siempre: “A veces yo como arroz solo, a veces con aliño. Yo puedo a veces cuando llega el bono, puedo comprar cosas más caras”.

    A pesar de que no le gustan las sardinas, ha preferido confiar en sus beneficios. “Como pollo a veces, a veces. No voy a mentir, a veces como pollo. Sardinas, a mí no me gusta la sardina, pero qué voy a hacer. Dicen que la sardina es buena para la mente, para la salud. Entonces yo estoy tratando de comer sardina con el espagueti, con el arroz y la verdura”, finalizó.

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