Feliz cumpleaños a Caracas, la bonita

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Caracas hoy cumple 453 años de haber sido fundada. Yo llevo más de año y me medio que no toco el cielo de la ciudad que me dio mis primeras bocanadas de aire.

A veces desde el exilio soy el conquistador y otras veces soy el indio. Y por más lejos que esté, nunca podré dejar de ser ambas. Cuando la memoria pone al desterrado a soñar, a veces esta le lleva por los recuerdos reales y le llena de feliz amargura, y otras veces le lleva por recuerdos inexistes que pertenecen a un pasado propio que se sigue siendo conjugado a la distancia.

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A veces corro a toda velocidad con mis zapatos de goma por la cota mil y siento que la profundidad del porvenir es infinita, y que al final de la autopista se encuentra el océano que me llevará de vuelta. Después recuerdo como caía el granizo la mañana de un 16 de julio.

Gigantes bolas hielo, como lágrimas, rompen la burbuja que me dio de mamar en mis primeros 17 años de vida. Mi memoria también sucumbe ante el irresistible vicio de recrear el olor del petricor que subía por los aires cuando la lluvia caía en el patio de recreo del colegio. Mareado en ese olor, el tiempo desaparece, la razón desaparece y la existencia pasa a ser sentimiento puro.

Excavando en los archivos de mi correo me consigo con una persona extranjera que usa mi mismo nombre. Este tocayo mío utiliza una forma de hablar que, desde el exilio, se asemeja al lenguaje nativo que mantengo guardado en un cajón y que solo sale a tomar aire cuando me consigo a otro desterrado.

Sin embargo, cuando tengo la fortuita ocasión de conseguirme a uno del valle, me atemorizo y escondo el dolor de mi destierro por miedo a que esta pena no vaya a ser compartida. He soñado mucho con ser parte de la lista de fundadores de la ciudad y ahora me es imposible.

Soñé que me llamaba Santiago y que comía plantas salvajes repartidas en el monte de la ciudad, pero ese no es mi nombre y mi estómago no resistiría esa sustancia.

También soñé con tatuar Caracas en mis viseras y ya no puedo porque la tinta de una población no es material exportable. Y por más que añoro, ya no soy la persona que puede materializar esas añoranzas. Ahora soy extranjero en la ciudad que me permitía jugar con el ruido del tráfico y los gritos de los hambrientos.

Hoy también se conmemora el odio y la locura que caracterizan a los habitantes de Caracas. Para Caracas ser ciudad, unos se imponen a los otros por la fuerza, sino es a sí, no parece ser Caracas.

 Las perezas de la ciudad son testigos fidedignos. Ahí guindadas en los arboles llevan toda la vida esperando que sus cohabitantes se tranquilicen. Las perezas se caen a ver si nos contagian su calma y los de protección civil las vuelven a subir en los arboles porque saben que los caraqueños jamás se quedaran tranquilos. Me imagino que, para la fauna silvestre de esa ciudad de concreto, es injusto tener que observar la debacle de una sociedad tan atípica.

Que bajón de ánimo tan grande debe ser presenciar la indiferencia de los que pensaban que iban a salvar la ciudad.

Yo quiero vivir 453 años más en Caracas, en la Caracas que nunca ha existido, en esa que inunda mi mente con fantasías impensables. Como el avión que sobrevuela el valle y, de repente, cae en picada a 90 grados de inclinación y se convierte en un vagón de tren que aterriza perfectamente en el riel erguido del cabletren de Petare. O las guacamayas mensajerasque sustituyen a la mensajería móvil y nos convierten en la ciudad más moderna y salvaje del mundo.

Pienso que en los techos de la ciudad se inaugurarán estacionamientos y que los caraqueños observarán juntos las tardes inéditas de la película del Ávila; siempre igual y nunca la misma. El agua potable y el servicio eléctrico comienza a llegar a las casas más pobres.

El Dios del sol y la diosa del agua sustituyen a Corpoelec y a Hidrocapital. Entonces, Caracas comienza a ser lo que siempre ha sido y lo que nunca fue; un paradisíaco infierno que se difumina a la distancia.

Feliz cumpleaños bonita

Por: Alejandro Termini 

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