Flexibilización de cuarentena y venta de gasolina: un gran alboroto

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Este primero de junio pasará a la historia de Venezuela no solo como el día en el que, desde la administración de Nicolás Maduro, se dolarizó el precio de la gasolina, sino también como una oportunidad para volver a socializar con desconocidos tras casi tres meses de confinamiento como medida preventiva por el COVID-19.

Largas colas de vehículos y motos copaban la mayoría de las calles y avenidas cercanas a una estación de servicio. Las personas fuera de sus autos conversando con los nuevos “amigos”. Algunos con la mascarilla bien colocada –tapando nariz y boca–, mientras otros lo usaban de collar o cintillo. Y es que el anuncio de la flexibilización de la cuarentena y la reactivación de la venta de gasolina “alborotó el avispero”.

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“El venezolano es así. Le encanta pararse en una cola a hablar con desconocidos, bueno, yo soy así”, dijo entre risas el taxista con el que me desplazaba. Otra convocatoria a reunión laboral me sacó nuevamente de mi confinamiento. La cita estaba pautada para las 11 de la mañana y entre tres compañeros decidimos compartir un taxi de confianza. Diez minutos antes que nos buscara un mensaje del conductor retrasó los planes. “Siento informarles que acaba de llegar la cisterna de gas, aprovecharé de surtir. Les aviso por si tienen un plan B”, escribió.  

Lo que en principio parecía que podía significar un problema para la administración madurista al parecer llegó para calmar los ánimos y alegrar algunas almas, vista la actitud relajada de centenares de venezolanos en las interminables colas. “Mucha gente está contenta echando gasolina. No le importa cuánto tenga que pagar, siempre que puedan echar”, dijo un hombre en Los Palos Grandes.

Esas palabras quedaron resonando en el interior del taxi, hasta que el conductor decidió romper el silencio y, haciéndose eco de su experiencia, añadió: “Es verdad, a mí por ejemplo me toca echar gasolina el miércoles y de gratis porque es subsidiada, pero si tuviera que pagarla, yo prefiero pagarle 30 dólares al bombero que pagarles 150 dólares a las ratas de la Guardia Nacional, siempre que tenga la oportunidad de tener mi tanque lleno, porque además este es mi medio de trabajo”.

A lo que continuó el típico debate entre los pros y los contras del precio de antes y el de ahora, el “chanchullo” de quienes vendían gasolina y hasta el cupo en la cola durante la cuarentena y cuál sería el nuevo mecanismo de “trampa”. Era una conversación amena en la que los cuatro dentro del carro participábamos y explicábamos nuestros razonamientos e ideas.

A lo que escuchamos el chasquido de los cauchos contra el asfalto aún húmedo por las lluvias de la mañana y sentimos el frenazo repentino: un par de motos circulaban en sentido contrario a la vía. “Yo preveo que hoy se registraran unos cuantos choques y accidentes, la gente anda como loca y no respeta nada”, dijo otra vez el taxista, con la voz acelerada y alterada, imagino que por el susto.

Se sentía otro ambiente

La falsa normalidad se siente en el este de la ciudad, la cantidad de los locales comerciales que subieron sus santamarías la mañana de este lunes fue aproximadamente el doble o casi el triple a los que logré ver abiertos un mes atrás en un breve recorrido desde Los Dos Caminos hasta Las Mercedes.

Aunque los tapabocas ocultaban la sonrisa de muchas de las personas que caminaban por la calle o transitaban en sus vehículos, el ambiente que se sentía era otro: ya no se respiraba ese desanimo mezclado con nostalgia y melancolía, que acompañó a la ‘Sultana del Ávila’ durante los últimos 80 días.

Un pequeño grupo de hombres trotaba por la parte alta de Altamira. Al llegar al cruce de la Luis Roche, uno de ellos gritó algo ininteligible desde el carro, pero que al parecer les dio la voz de alto al resto: otro vehículo transitaba en sentido contrario. La vía que usualmente se usa de bajada para empalmar a la Francisco de Miranda y la autopista, ahora servía para que un conductor subiera.

Se escucharon algunos gritos y cornetazos, el conductor dio una vuelta en U y desplazándose ahora en el sentido correcto de la vía, se incorporó al final de una de las colas para surtir gasolina. “Ese es rolo de loco”, dijo mi compañero, junto a un par de improperios imposibles de repetir aquí.

Un poco más abajo unas 30 personas se aglomeraban en las afueras de una entidad bancaria frente al Obelisco, esperando para ingresar a la agencia. Muchas de estas personas olvidaron que el requisito indispensable era el tapaboca. Aún me quedan un par de dudas: si casi a las 12 del mediodía aún no habían abierto el banco, ¿será que sí abrió? ¿Los habrán dejado pasar sin mascarilla?

En Las Mercedes el olor a mariscos frescos inundaba el ambiente, sin duda, los restaurantes de la zona “han vuelto a la normalidad”. Los motorizados estaban desperdigados en grandes grupos por los alrededores. No se trataba solo de los que estaban haciendo cola en la gasolinera, también había varios haciendo rondas. “Guarden sus teléfonos”, dijo con temor la otra compañera.

Un par de horas después, de regreso a casa, conversábamos del escepticismo de algunos ante la gravedad del COVID-19 y las consecuencias reales del virus en Venezuela. Mientras la persona que nos esperaba en la oficina renegaba de la pandemia, los que íbamos dentro del transporte público coincidíamos en que la flexibilización de la cuarentena podía ser un cuchillo de doble filo.

Todos concordábamos en que, justo cuando comienzan a aumentar los casos de contagios en el país, Maduro flexibiliza las medidas de confinamiento para sobreexponer sus alianzas tras la llegada de la gasolina, como una certera jugada de ajedrez.

Una vez más el taxista compartió sus comentarios. “Aquí la gente no se toma las cosas en serio. Hoy los vemos celebrando, mañana seguro los veremos enfermos. Lo único que pido es que ojalá ninguno de esos, que no se cuida, se monte en mi carrito y me venga a infectar”, dijo mientras los demás asentimos desde el pánico que nos generaron sus palabras tan reales como propias.

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