Lima: Cantagallo en ruinas tras 20 años de abandono

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    Pareciese que una guerra se desató en esta comunidad asentada cerca al río Rímac, y que un campo de refugiados es la nueva cara de la ilusión que alguna vez existió.

    Cientos de familias se han quedado sin un techo, sin ropa, lo han perdido todo por el incendio ocurrido el pasado jueves 03 de noviembre en la madrugada. Incluso un niño se debate entre la vida y la muerte pues tiene el 55% de su cuerpo quemado. Aún se desconoce como se originó el fuego. Pero lo que se conoce, y bien, es que las distintas gestiones gubernamentales y municipales han dado la espalda durante dos décadas a las personas que viven en Cantagallo. Y que las promesas de reubicación y mejores condiciones de vida nunca llegaron.

    A esta comunidad -abandonada- no se le brindó el ambiente idóneo o facilidades para que puedan vivir dignamente en la capital del Perú. Este incendio los ha dejado con la ropa que llevaban puesta. Ni más, ni menos. Son cerca de 2 mil las personas que hoy no tienen agua, alimentos, familias que han perdido sus negocios y sus hogares, quedándose sin ningún respaldo y muchos incluso con deudas en las entidades financieras.

    En 2014, con la gestión de la anterior de la alcaldesa de Lima Susana Villarán, se compró un terreno de más de 7000 metros cuadrados en Campoy, San Juan de Lurigancho, para reubicar a la comunidad y mejorar su calidad de vida. Pero al iniciar la nueva gestión con el actual alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, el terreno fue vendido y el dinero destinado a otras obras, dejando nuevamente a Cantagallo en la nada y sin una repuesta ante tamaño atropello a su dignidad.

    La población de Cantagallo también se enfrenta a otro problema: En Lima se cree que toda esta comunidad pertenece la tribu shipibo-konibo, provenientes de la región de Ucayali. Lo cierto es que también radican personas de otros lugares del Perú, quienes hoy viven literalmente en la calle.

    La ayuda está llegando, el gobierno central y local está brindando su apoyo y la sociedad civil se ha unido al arduo trabajo de hacer renacer al pueblo, pero no es suficiente. Esta comunidad tiene miedo a ese futuro cada vez más incierto y se pregunta ¿hasta cuándo continuará la buena voluntad? En unas semanas, ¿se acordaran de ellos? ¿La prensa seguirá hablando de ellos? ¿Qué pasará con el terreno y su reubicación?

    Queda la incertidumbre de ver en esta desgracia una oportunidad para que las autoridades se reivindiquen en su indiferencia y le devuelvan a este pueblo lo que se les negó durante los últimos 20 años.