En estos días cuando se ha destapado la olla nauseabunda de la corrupción que involucra a cuadros medios y altos del PSUV, militares y civiles, donde no están todos los que son ni son todos los que están, quiero relatar un caso de decencia política: el de mi tío Herman Brito, dirigente de AD en la resistencia contra la dictadura de Pérez Jiménez y, posteriormente, diputado por el estado Sucre y jefe de la Seccional Carúpano de ese partido, donde junto con Monagas los adecos eran imbatibles.
Mi tío Herman, como todos los sobrinos lo llamábamos, se incorporó desde muy joven, diría desde los 16 años, a la lucha política al final del gobierno de López Contreras y en pleno ejercicio del de Medina Angarita. Me cuenta mi tío Ángel Brito que los jóvenes de Río Caribe tenían las opciones de AD o el PCV, porque el cura Paulino había celebrado la caída de la República Española en abril de 1939 y ello causó un rechazo natural al naciente Copei.
A Jóvito Villalba lo veían como un gran orador pero no con un proyecto claramente definido. Así, aquellos muchachos con el caricaturista Caludio Cedeño a la cabeza, Jesús Rivera, Luis “Licho” Bello y mi tío Ángel Brito se decantan por el PCV, pero mi tío Herman y otros, entre ellos Arturito Hernández Grisanti, siguen a Rómulo Betancourt y AD.
De una familia pobre, mi abuelo Francisco “Chito” Brito era un pequeño bodeguero y mi abuela Felicia «Licha” Lugo dedicada a sus ocho hijos, mi tío Herman emprende rumbo a Valencia a estudiar Derecho en la Universidad de Carabobo, residenciándose en la casa de los Aguilera, sus primos. Allá lo agarra el 18 de octubre de 1945 y luego el 24 de noviembre de 1948, estudiando tercer año de Derecho. Pasa a formar parte del aparato de «acciones especiales» de AD, dirigido entre otros por Alejandro Izaguirre.
Como parte de la estructura clandestina, AD lo traslada a Caracas para esas acciones conspirativas. Una vez me comentó Américo Martín que entre 1953 y 1957 el destino de los líderes de AD eran la cárcel, el exilio o el cementerio. Delatado en una actividad, cae preso en 1953 y allí comenzó el suplicio. Después de las sesiones de tortura, donde nunca se quebró a manos de los esbirros, el Bachiller Castro y el Gavilán, dos de los más crueles agentes de la Seguridad Nacional, es trasladado a Guasina.
A ese campo de concentración viajaban todos los meses durante cuatro años mi tío Luis Brito y mi tía Rosario Brito a llevarle plátanos verdes, yuca, pescado salado y otros productos a su hermano menor encarcelado. De lo que cargaban, la mitad se lo robaban los guardias nacionales a cargo de la custodia. Al caer Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, no se sabía dónde estaba mi tío Herman hasta que apareció en la Cárcel del Obispo en Caracas, todo maltrecho por las torturas.
De allí se incorpora a la reconstrucción de AD en vista de las elecciones presidenciales previstas para diciembre de 1958 y es destacado por Betancourt al estado Sucre, donde AD libraba una lucha contra URD, de la cual salió vencedora y mi tío fue elegido diputado nacional por su estado.
Narraba mi tío que cuando la división del MIR en abril de 1960, Betancourt llamó a sus hombres más cercanos para informarlos de la escisión. Al terminar, dijo el presidente “prepárense porque el próximo es Paz. Cómo, soltó alguien a lo que Rómulo dijo: Sí, viene otra división porque Prieto y Paz Galarraga nos van a meter en un problema con la Iglesia y nos van a tumbar y yo que he pasado más de 15 años entre el destierro y exilio, no voy a tomar ese riesgo”. Y así fue. En esas dos divisiones mi tío Herman se mantuvo leal a Betancourt y a AD.
Por allá, por 1980 en la UCV, una vez hablando con Simón Sáez Mérida, quien era una enciclopedia andante, le comenté que había tenido un tío diputado por AD, llamado Herman Brito y Simón me dijo: “Ese era un gran jodido de carácter y guapo en la tortura. Era más adeco que Rómulo”.
Aquejado por una diabetes terrible, afectado por la cárcel y las torturas, su salud fue mermando y a los 48 años murió bajándose de un avión en Bogotá el 8 de septiembre de 1971, donde se fue a tratar en la Clínica Barraquer porque se estaba quedando ciego.
Cuando mi mamá revisó los papeles que él tenía en una caja, se encontró que había dejado una casa en Río Caribe, donde funcionaba el Comité Municipal de AD en el Distrito Arismendi, a lo que se agregaron dos letras de cambio pagaderas a los señores Francisco Rojas y Dimas Cedeño, prestamistas del pueblo, por 2.000 bolívares cada, equivalentes en ese momento a 1.200 dólares.
Se fue como vino al mundo: sin nada, y dejó a sus esposa y tres hijos menores en el apartamento donde vivía alquilado en la Avenida Victoria de Caracas. Nos dejó un legado imperecedero, de que se puede ser político y honesto, lo que adquiere mayor significación actualmente, donde la estructura del poder está podrida.