Durante décadas, Cuba fue el orgullo de la política exterior mexicana. Las relaciones exteriores de México se jactaban de su irreprochable rol ante la isla. Por una vez México se asumió potencia regional y buscó llevar a cabo una política de símbolos. El objetivo era doble: por un lado un genuino interés en la isla, pero sobre todo, una política simbólica de independencia y soberanía ante los Estados Unidos. Cuba fue un instrumento de negociación y diferenciación de la cancillería mexicana
Sin embargo la relación de México con Cuba se sobrecargó de símbolos y se ausentó de políticas concretas. La diplomacia mexicana actuó con elegancia pero sin trascendencia. México fue uno de los muy pocos países que nunca rompieron relaciones con la isla. Además, el país azteca mantuvo una postura de apoyo a Cuba en los organismos internacionales. La solidaridad de México no fue únicamente filantrópica; pero sin duda fue bien recibida por un gobierno cubano en continuo asedio internacional.
El problema es que la diplomacia mexicana pecó de ingenua e inofensiva. La famosa doctrina Estrada que dictaba la no injerencia de México en asuntos internacionales, funcionó durante una época pero muy rápido se volvió obsoleta. La política exterior mexicana se volvió la de la intrascendencia. En lugar de asumir su rol de liderazgo regional México se escondió atrás de una doctrina que lo eximió de tomar decisiones. México ganó reputación pero perdió influencia.
Nada mejor para ejemplificar el fracaso mexicano que las negociaciones actuales entre Cuba y Estados Unidos. México ha brillado por su ausencia en el desenfriamento de las relaciones. El país que invirtió más políticamente en Cuba ha sido completamente relegado a un rol de espectador en el momento más crítico. En lugar de disfrutar los frutos de décadas de una política exterior notable hacia la isla, México se sienta en el asiento trasero y alardea con las manos sin lograr captar la atención de nadie. Es cierto, este es el momento de Estados Unidos y Cuba, pero pudiendo actuar como puente, México ha actuado como vado.
Ese es el trasfondo del problema exterior de México. El país es irrelevante en el contexto internacional porque él mismo se ha asumido irrelevante. Ha basado su poca diplomacia en la forma sin fondo: el teatro, la algarabía y los símbolos. Al hacerlo ha omitido casi por completo su peso económico y político. En un contexto internacional urgido de liderazgos y contrapesos, la quinceava economía del mundo se ha asumido pequeño. Como consecuencia, la participación de México se ha vuelto un valor prescindible en la resolución del conflicto entre su vecino del norte y Cuba.
La ausencia de México en el proceso de reconciliación entre Cuba y Estados Unidos es una muestra más de la increíble debilidad de la diplomacia mexicana. Mientras que desde la cancillería se emiten comunicados aburridos e inofensivos, la realidad dicta que a nadie le importa. Décadas de apoyo a Cuba han acabado desperdiciadas en la nada. La verdad es que la cancillería podrá emitir los comunicados que quiera; en el mundo real nadie está escuchando.