Desde una mirada crítica, el populismo como enfoque de la política económica de los gobiernos intervencionistas y personalistas tienen como objetivo defender el bienestar del “pueblo”, comprometiendo el gasto público, sin incentivar el crecimiento macroeconómico, pero con una intención de mejorar la distribución del ingreso a favor de los sectores más desposeídos de la sociedad.
Es significativo resaltar que es un modelo donde los intereses políticos se anteponen a los intereses económicos de la sociedad.
El término populismo se ha usado en política con dos acepciones diferentes. Una de ellas tiene un significado positivo, pero principalmente se usa con una connotación negativa.
En algunos casos se identifica erróneamente el populismo con la demagogia. Mientras esta última está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los electores, el populismo está referido a las medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes.
Cuando Hugo Chávez tomó el poder en Venezuela hace casi 20 años, promovió un populismo de izquierda que parecía estar concebido para salvar la democracia. Pero, por el contrario, ha provocado la implosión del modelo democrático en el país como se evidenció la semana pasada cuando el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se apropio de las funciones del Parlamento.
El futuro de Venezuela es una advertencia: el populismo es un camino que, al principio, puede lucir como una democracia. Sin embargo, cuando se le analiza hasta su conclusión lógica, puede provocar que la democracia se debilite o incluso se convierta en autoritarismo. El populismo no siempre termina siendo autoritarismo.
En Venezuela la práctica del populismo ha servido para conservar gobiernos, pero concretamente cuando emergió la llamada Quinta República, un proyecto político sustentado en el Socialismo del Siglo XXI por Hugo Chávez Fría.
Se inició una fase de desconstrucción en las políticas sociales, económicas y educativa, con el propósito de establecer un cambio con tono nebuloso que proponía cambios en la Constitución de práctica del modelo socialista, pero que en lo concreto no era más que el modelo populista.
Si algún líder latinoamericano contemporáneo se emparenta con la figura de Juan Domingo Perón, en términos de esa doble característica, es el fallecido presidente.
Efectivamente, desde que la escena venezolana fue copada con su presencia, Chávez revitalizó la práctica política populista a través de un discurso cargado de emocionalidad que sintonizó eficazmente con la población.
Lo grave: el concepto de populismo es tan complejo, lo han visto como una especie de patria cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente.
El patriotismo inducido por Nicolás Maduro agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos. Es decir, en nombre de estas personas Maduro se erige como el defensor de los intereses nacionales y democráticos frente a la inevitable invasión del imperio norteamericano.
Por eso es que Kurt Weyland, un politólogo de la Universidad de Texas, escribió en un artículo académico de 2013 que el “populismo siempre estará en conflicto con la democracia”.
Quedó revelado que Maduro es el constructor de su crisis económica. Estratégicamente sustituyó la producción por importación, ejemplo los CLAP, quebrando a la mayoría de los productores nacionales.
Maduro, aún con los pocos dólares que le entran al país, mantiene una visión distorsionada e interesada de lo que se debería hacer ante una aguda crisis económica.
Sin duda, todo tiene una clara intención: el populismo se mueve que la gente dependa de las “bondades” del Estado venezolano o en su defecto de la revolución bolivariana.
La gente, 76%, no conoce los alcances económicos y sociales que pueda arrojar una robusta macroeconomía. El pueblo piensa con pragmatismo en su lucha existencial humana, derivándose una realidad concreta: ¡El populismo es muy popular y gana hasta elecciones!
No obstante, Venezuela es el peor ejemplo del resultado de un gobierno populista, en el que las instituciones se han debilitado tanto que la corrupción es casi generalizada y la calidad de vida ha colapsado. Sin embargo, esas consecuencias son evidentes solo después de que el daño está hecho.
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