José Pulido: “Soy un trovador de la calle”

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Mientras muchos esperaban que el Primero de Mayo en Venezuela se anunciara el aumento del salario mínimo y este anhelo nunca llegó; en Italia, un poeta venezolano, de 78 años de edad, recibía una noticia que jamás había previsto.

Era algo más que un sueldo, un incremento del ticket de alimentación, o un bono de guerra, en la cual seguramente en su vida querrá participar.

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Era un abrazo y un beso enviado a través de un correo electrónico. Un acuerdo, un gesto de admiración, un reconocimiento a su trabajo. Era, en fin, el amor.

Horacio Biord Castillo, poeta y presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, le comunicaba al periodista y poeta José Pulido que Rafael Cadenas había sido escogido miembro honorario de la Academia Venezolana de la Lengua, y así mismo los miembros correspondientes Fanuel Díaz Acosta por el estado Miranda; Juan Carlos Chirinos por Trujillo, y él por Aragua.

“Es un honor para la corporación contar con el aporte de estos distinguidos intelectuales y escritores. Bienvenidos sean”, escribió en un tuit la Academia.

Con esa excusa llamé a Génova para saber de los buenos amigos José y Petruvska Simne (su esposa y compañera por más de 50 años), quienes no encuentran reparo para querer, enseñar o ayudar.

Más firmes que las laderas del Ávila. Resistentes a pandemias, virus, inflación, mudanzas, manifestaciones, protestas. Ellos siguen intactos, gallardos, buenos.

Son esos seres que quizás lleguen a comprobar que sí es posible vivir en Júpiter. De pronto porque su secreto es que vienen de otra galaxia y no nos lo han contado.

Son la referencia. La constatación de que se puede vivir, crecer, y disfrutar, sin dañar a nadie. Son, como se decía antes, “gente”. En la tristeza, en la adversidad, tras la muerte, los despechos, el abandono, o el dolor, Pulido y Petruvska siguen allí; y todavía ríen.

¿Cómo se siente tras conocer la noticia de su ingreso a la Academia Venezolana de la Lengua?

-Me siento bien, me siento contento, porque la pasión mía es el lenguaje, es la escritura, son las palabras, y el hecho de que la Academia Venezolana de la Lengua me abra las puertas y me incorpore a ese grupo de personas que aman también el lenguaje, me hace sentir acompañado.

Aun no estando allá, siento que estoy en un lugar donde además hay gente que yo admiro y leo mucho, que son amigos. Es como si de repente le fortalecieran la tribu a uno.

– ¿Usted pasa a ser individuo de número de la Academia?

-No. Está el individuo de la Academia, que tiene un sillón y una letra; y el miembro correspondiente. Rafael Cadenas es el miembro honorario y nosotros, Fanuel Díaz Acosta por Miranda; Juan Carlos Chirinos por Trujillo, y yo, por Aragua, somos los miembros correspondientes por estados.

– ¿Cómo imagina su accionar desde Europa?

-La Academia es un órgano rector de la actividad lingüística y literaria. Yo soy un narrador, pero estoy fundamentalmente trabajando e investigando la poesía. Los aportes que yo haga en esos terrenos, la poesía y la narrativa, le sirven a la Academia porque todo lo que escribo es un trabajo de investigación lingüística.

Busco que las palabras no pierdan vigencia, no pierdan valor. Ahora, me imagino que habrá tareas específicas y me dirán “puedes ayudarnos en tal cosa” y yo lo haré.

No puedo ir a Venezuela, no voy a ir, pero sé que puedo hacer cosas útiles en función de lo que la Academia necesita porque, al fin y al cabo, lo que uno sabe hacer es escribir y eso lo puedo hacer desde aquí.

En octubre iré a Salamanca, como poeta invitado, y es indudable que en ese encuentro estaré también representando a la Academia.

-Usted me dijo que se sentía honrado por el anuncio. Sin embargo, admite que no creyó que sucedería. ¿Por qué?

-Con toda honestidad te diré que yo vivo y siempre he vivido muy al margen, muy aparte, de las instituciones en donde predomina el investigador: el hombre o la mujer sabia.

Se trata de grupos de alta inteligencia, de una trascendencia que fácilmente se comunica a nivel internacional. La Academia Venezolana está relacionada con la Real Academia Española. Entonces, a mí me parece que son tareas superiores. Yo soy un trovador de la calle. Yo soy un poeta de la calle.

¿Qué significa para usted ser “un trovador de la calle”?

-Nunca fui un investigador serio como ellos. Yo trabajo el lenguaje de otra manera. No es que menosprecie su labor, sólo que ellos hacen un trabajo especial. La mayoría de los integrantes de la Academia han hecho carrera lingüística. Yo no.

Yo trabajo la lengua como un amante apasionado pero muy de la calle. He sido más formado por toda esa angustia. Yo quiero que la gente entienda lo que es la poesía, y quiero, además, nutrirme con los sentimientos que hay en la calle.

Nunca pensé en ser miembro de la Academia. Solamente fui un miembro de un gremio periodístico, el Colegio Nacional de Periodista, porque era mi trabajo.

Yo sé que hago unos aportes al idioma, pero estoy aprendiendo todos los días. Ahora, quienes están en la Academia, esos lingüistas, esos no están aprendiendo. Ellos nos están enseñando.

– Con tantos años de trabajo en las salas de redacción, así como en la escritura de sus novelas, poemarios, y biografías, puede contarme cuál es el mayor hallazgo que ha descubierto usted del español.

-Voy a decir algo que sería mejor que lo dijera otro y no yo, porque siempre me sonará feo: en la poesía yo estoy apostando a algo que podría resultar interesante algún día.

En la poesía, de pronto, yo puedo jugar con varios planos, con varios tiempos, con varias propuestas en un poema. Y siempre trato de que, primero, si el poema no logra alcanzar poesía, al menos se presente como un objeto en donde el idioma esté bien cuidado.

Puede que el poema no consiga lo que yo quiero, pero siempre será una estructura en la cual el español está bien resguardado y bien representado.

Al menos eso hago, en un principio; pero siempre quiero ir más allá. Quiero que ese poema logre desatar poesía, y eso sólo se logra cuando encuentra lectores que entran en él o que dejan que ese poema entre en ellos.

Yo quiero que el poema sea como una pastilla: o que te quite el dolor o que te lo cause.

– ¿Qué hallazgo tiene del idioma?

-Primero, no me aparto del castellano. Podría vivir en 60 países distintos, escuchando otros idiomas, y me resisto a que el castellano salga de mi cabeza.

Desde niño oí palabras en castellano que ya no se oyen. Descubrí algo que todos los lingüistas saben, pero yo no lo sabía: cada palabra, una sola palabra, contiene todo lo que existe. Una sola palabra puede contener la historia y la sabiduría de la humanidad. Puede ofrecer rastros de una civilización.

Cuando supe eso, entendí que puedo nombrar una palabra y darle otro sentido; porque la respeto, porque la valoro, porque sé todo lo que significa. Porque sé todo el camino que ella ha recorrido.

¿Por qué en nuestro país no se aprecia a quien escribe? Porque creen que cualquiera puede hacerlo. Creen que como todo el mundo habla, todo el mundo utiliza las palabras como es, y esto no es así.

Cuando tú te das cuenta de que una palabra no son sólo cuatro o cinco letras, o cuatro sílabas; entiendes que ella es como una especie de cofre. Es un tesoro con cosas buenas y cosas negativas. Entonces, tú empiezas a unirlas, a indagar qué efecto puede causar una con otra.

Ese es uno de los trabajos con el lenguaje, pero el poeta no sólo hace eso…

Yo puedo soñar algo que me insinúa una palabra o una acción. Me digo: “Cónchale, yo soñé esto y quisiera hacer algo con eso”.

De repente se me atraviesa algo en el día o me acuerdo de algo que tú dijiste caminando por el Ávila. Entonces, esa palabra actúa con la que yo tengo agarrada y se vincula con la que viene de la calle. Allí me asombro porque llegan unas imágenes que no había pensado y se revuelven con el sentimiento de uno.

Tratar de escribir eso y que tenga olor, color, sabor, trascendencia, me parece interesante.

Es un trabajo que nadie te paga, pero es mejor que si alguien te pagara, porque si yo logro un buen poema, que contenga poesía, y un día tú lo lees y ese poema te salva la tarde o te da fuerzas para seguir viviendo mañana; eso es una gran felicidad para uno.

Con sólo imaginarlo me da felicidad. ¿Por qué? Porque estás utilizando palabras que todo el mundo carga por allí, por la calle, y las bota, las tira al suelo. Uno las agarra y puede hacer cosas hermosas con ellas.

– ¿Recuerda cómo se acercó al lenguaje y a la literatura?

-Creo que mi aporte a la Academia puede ser encontrarle el origen a algunas palabras, porque yo he escuchado muchas palabras. Sé que cuando las oí resonaban desde África, desde los indígenas nuestros, pero también desde los pueblos que llegaron a Venezuela: los sefarditas, los moros. Palabras que se repetían y se convirtieron en algo normal.

Las mujeres tenían una manera de conversar que de pronto provocaban que una palabra fuese muy dulce, o de pronto una palabra era fuerte. Otras te despertaban la curiosidad y las ganas de quedarte sentado con ellas.

Mamá nos llevaba a donde unas amigas que vivían en Güigüe (estado Carabobo). Eran unas negras preciosas, como mi mamá. A mi hermano y a mí nos encantaban. Eran unas señoras muy cercanas a la descendencia de esclavos y oían ópera. Eso me asombraba.

Ellas tenían un libro que yo quería leer. Un día me dijeron que me lo iban a prestar, pero si lo leía y devolvía luego. El libro era La Divina Comedia y estaba en italiano.

Por supuesto ese libro a mí me parecía mágico y en Villa de Cura, donde nací, nadie sabía qué libro era ese.

– ¿Qué autores de habla hispana deben ser indispensables para cualquier lector y mucho más para quienes deseen escribir?

-Borges. Él no sólo representa la inteligencia y la cultura sino también una manera fácil y transparente de conocer lo complicado; y en poesía, Alejandra Pizarnik.

Al escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia lo recomiendo porque quien lo lee, siente más deseo de seguir leyendo y de allí se llega a García Márquez, a Cortázar, a todos ellos.

Le confieso a Pulido que no he leído al autor mexicano, y me dice que al terminar la conversación me enviará uno de los libros de este escritor “porque tengo que leerlo”.  Cumplió. También envió uno de la canadiense Anne Carson.

– ¿Qué le ha dejado la literatura a usted y, al mismo tiempo, qué le ha dado usted a ella?

-La literatura, en general, me ha servido para conocer no solamente los diferentes modos en que la gente ha vivido tragedias y comedias sino también los diversos modos en que los autores han abordado esas novelas y han manejado ese lenguaje.

Ello me ha servido para la poesía porque al conocer todo eso, la poesía me dice: “Mira, vamos a tratar de causar la misma impresión de Don Quijote con un poema de una página”.

Puedo generar una impresión inolvidable con un poema. Tan inolvidable como leer a Don Quijote. Ese es el reto.

Ahora, a la poesía yo le he dado mi vida. Y lo que ella haya tomado de allí solamente será visto y apreciado por quien lea la poesía con ganas de sentirla porque esa es una vaina de emociones, de sentir, de sentimientos.

Pulido ríe y bromea. Me dice en tono cómplice que ya no puede decir tantas groserías “porque pertenece a la Academia”.

Me asombra descubrir cómo ese niño nacido en el año 1945 en Villa de Cura, donde según le contaron no había siquiera un libro para leer en su infancia, haya escrito siete novelas: Pelo Blanco, (1987); Una mazurkita en La Mayor, (1989); Los Mágicos, (1999); La canción del ciempiés, (2004); El bululú de las ninfas, (2007); El requetemuerto, (2012); y Ponzoña de paisaje, (2015).

Dos libros de entrevistas: Muro de confesiones, (1985); y La sal de la tierra, (2004).

Dos libros de cuentos: Los héroes son villanos tímidos, (2013); y Vuelve al lugar que se te ha señalado, (1995).

Cuatro biografías, tres de ellas dedicadas a los pintores Braulio Salazar, Oswaldo Vigas y Luis Domínguez Salazar, y una al director de orquestas Gustavo Dudamel.

Además de los poemarios Esto, (1971); Paralelo Lelo, (1971); Peregrino de vidrieras, (2001); Duermevela, (2004) y Nunca es un artificio el viejo exilio, (2015).

Por su poemario Los poseídos recibió en el año 2000 el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía.

Recientemente, algunos de sus poemas fueron incluidos en el libro El puente es la palabra, Antología de poetas venezolanos en la diáspora. Compilación de  Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Cáritas de Venezuela.

Participó en Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà  (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Barralibros.editores le publicó el poemario Heridas espaciales y mermeladas caseras.

Editorial Ítaca publicó Los espacios del adiós y otros poemas. Además de la novela Ponzoña de paisaje, en su segunda edición.

Borella Edizioni editó su poemario Cada ciudad dice que sí grita que no, en italiano y español.

Y Manuscritos madrileños, de Editorial Pavilo, editó El canto del tuqueque, poemas de animales, (un libro coeditado junto a Enrique Viloria Vera).

Como si fuera poco, los miembros del jurado del I Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz del año 2022 decidieron, por consenso, otorgarle una mención honorífica por su obra En la sombra sin fondo.

Nada de esto lo deslumbra o envanece. Sigue siendo el señor amable y sencillo que habla con asombro. Como si todavía se mantuviera en él la misma alegría que sintió cuando tenía diez años de edad y leyó: “Nel mezzo del cammin di nostra vita/mi ritrovai per una selva oscura/ che’ la diritta via era smarrita”.

“A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto”, la cita del Dante al inicio del Infierno, en La Divina Comedia.

“¿Qué proyectos literarios está desarrollando usted en la actualidad?”, le pregunto; y me cuenta que está revisando una novela.

“Estoy corrigiendo una novela desde hace años, y estoy trabajando en un poemario para que sea el último. No es que estoy diciendo que me vaya a morir, pero estaré listo…

No importan las ganas que yo pueda tener de escribir, con 90 o con 100 años. ¡Ojalá pueda vivir 120 años! No es que diga que me voy a echar a morir, lo que digo es que quiero que el último libro de poesía se haga a tiempo.

No voy a echar a perder lo que hice antes porque me ponga tonto o se me olviden las vainas; a menos que haga un poema sobre el olvido. Uno tiene que ser sincero con uno mismo”, acota.

– ¿Cuál podría ser la función del escritor en este momento, cuando se habla, incluso, de textos escritos por inteligencia artificial y se multiplican a diario los coach o influenciadores en todas las redes sociales?

-Lo importante es la obra que tú hagas. Cuando aparece un verdadero lector, tiene que aparecer un verdadero escritor, un verdadero poeta.

Si la gente supiera de escritura y de poesía como sabe, por ejemplo, de beisbol, se llenarían los estadios para escuchar recitales de poesía.

La gente entiende de fútbol, de beisbol, de boxeo, y no quiere entender de poesía. ¿Quién se lo pierde? ¡Quien no quiere entender!

Imagínate tú perderte los poemas de Yehuda Amijai o perderte la poesía de Anne Carson. Algo todavía peor: perderte El libro de horas de Rainer Maria Rilke.

Yo me angustio por los millones de jóvenes que se pierden Romeo y Julieta. Son capaces de nombrar la obra, pero jamás la leen.

Todo está en la obra. Si tú eres un carpintero, tienes que tratar de ser el mejor carpintero.

-Hace algunos años, para otra entrevista, usted me dijo que “ser poeta es asumir un modo de existencia en el que se goza el martirio de descubrir quién es uno mismo, de sopesar las pocas cualidades y las escasas posibilidades que se tienen, ante los muchos defectos y las miles de trabas que te petrifican en cada uno de los instantes que quieres volar…” ¿Logró descubrir quién es usted?

-Eso es algo que uno descubre todos los días, pero mientras más viejo eres más descubres porque te vas despojando de banalidades o muletillas.

Llega un momento que descubres que puedes pasar un día de lo más alegre nada más que con un pan, leyendo un libro, o viendo un paisaje.

Tal vez eso tiene que ver con la vejez, pero la vida de todo ser humano, desde que nace y comienza a caminar, es un tratar de conocerse, aunque no lo diga.

Sobre todo, se trata de ser uno mismo.

Yo no quiero ser como Simón Bolívar ni como Brad Pitt. Puedo admirar a muchos, pero tengo que tratar de dar lo que yo puedo dar, y dar lo mejor posible. Eso forma parte de conocerse a uno mismo, y la poesía a mí me ha ayudado mucho. Primero porque me obligó a ser humilde. Me hizo entender la importancia de ser humilde para poder aprender. Si tú no eres humilde, tú no aprendes de verdad.

-También me dijo en aquella ocasión que sabía que no regresaría al país. ¿Sostiene todavía esa afirmación tan tajante?

-Sigo pensando lo mismo. Yo no voy a volver. No puedo volver. Primero, no voy a sacar la edad que tengo: yo podría irme a pie para Venezuela, pero soy asilado.

Tengo asilo en Italia, tengo papeles italianos, y con ellos puedo moverme por toda Europa; pero no puedo ir a Venezuela. No tengo papeles venezolanos. Tampoco tengo dinero para arreglar eso. Después, si me voy para allá pierdo el asilo italiano.

A estas alturas, no puedo perder ese asilo. Mi esposa y yo tenemos aquí un seguro extraordinario. Tenemos médicos al lado de la casa. Si sentimos un dolorcito, viene una ambulancia y nos lleva a un hospital que parece una clínica.

En Venezuela no podría pagar un médico y además quién me daría empleo a mí, si allá hay tanta gente joven trabajando por tres lochas o gratis. Y sobre la violencia venezolana, la detesto.

No te imaginas el sacrificio tan grande que eso significa para mí, porque yo amo mi país, Venezuela.

Yo me recuerdo todos los días de cada calle, de cada amigo. Del que se me murió, y del que sigue vivo. Así como recuerdo cada esquina, cada pueblo. Igual mi esposa. Pero no. Esa es la realidad: no puedo regresar.

Si estuviera de paso aquí y fuera un hombre de dinero, voy y vengo; pero no. En primer lugar, no tengo los recursos. Segundo, detesto lo que ocurre en el país.

Detesto que un hombre salga a secuestrar, a violar, o a matar gente, sin darse cuenta de que no está queriendo a su país; porque a un país así quién querrá visitarlo.

Quién querrá un país donde tú no puedes salir a la calle porque te matan para robarte un tomate.

Me pregunto: ¿Cómo es posible que mis hermanos de ciudadanía hagan eso? Eso no lo entiendo y no lo soporto. Creo que eso va para largo, como en Cuba, Nicaragua, o Rusia. Esas cosas van a durar.

Foto: Gabriela Pulido Simne

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