La venganza

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Un largo camino nos ha llevado por un proceso doloroso en los últimos 21 años. Ninguno de nosotros es el mismo. Nuestros sueños, expectativas de vida, proyectos y hasta la estructura familiar -que es nuestro centro y reposo- se vieron trastocados.


El chavismo llegó para cambiarnos a todos, para destruir lo que nuestros antecesores habían construido con esfuerzo, pero también para dejarnos ver que no éramos quienes pretendíamos ser. La gran mayoría del país creyó en ese proyecto revolucionario y la minoría de entonces prefirió desconocer esa realidad y se empecinó en demostrar una superioridad intelectual y moral. Nos desconocimos entre todos. Acechar y desaparecer cualquier iniciativa privada fue el objetivo político para implantar un modelo autoritario y así evitar cualquier resurrección civil, democrática.

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Y Chávez murió y otro capítulo se abrió. El odio implantado como estrategia política -luego de tantos años bajo ideologización cubana- siguió su cauce; y las triquiñuelas para preservar el poder se perfeccionaron. La distancia entre unos y otros -como sucedió en nuestra larga Guerra Federal- continuó mostrando su lado más feroz en el ya cristalizado proceso polarizador. El resultado: muerte, pobreza, inequidad, injusticia, tristeza, abandono.


Del otro lado de la balanza, muchos de los que tenían la responsabilidad de colocar un contrapeso se perdieron en sus propios intereses, egoísmos y torpezas. Otros, es sabio decir, decidieron adentrarse en el corazón del país y escucharlo, comprenderlo y así acompañarlo en esta larga ruta de desamparo. Organizaciones no gubernamentales, liderazgos comunitarios, grupos religiosos, empresarios, instituciones benéficas, profesionales, trabajadores, estudiantes, ciudadanos de a pie. Todos ellos, la llamada resiliencia silenciosa.


La pandemia de la COVID-19 nos ha transformado nuevamente y el encierro nos ha obligado a mirarnos con más detenimiento, no solo como individuos sino como sociedad. ¿Dónde estamos? Con el levantamiento del control de cambio y del control de precios y en vista de la crisis de ingreso para el Estado, luego del desmantelamiento de Petróleos de Venezuela y de todo el aparato productivo, una nueva economía está tomando forma. Esta vez sin intervención del Estado, sino de manos de los que se quedaron. De la esa iniciativa privada cargada de emprendimiento y buenas ideas.


Y no, no todos son enchufados y al definírseles así desde otros territorios se les ofende. Son emprendedores que han decidido con su propio dinero hacer empresa, hacer país. Ciertamente es un tímido movimiento dentro del sector comercial, pero puede ser la vía de acceso a otros destinos productivos como la manufactura. No hay que ser ingenuos y reconocer que la exención impositiva para las importaciones beneficia a este movimiento en detrimento de la industria, pero ese despertar en un país azotado por la hiperinflación y que vivió años de escasez de alimentos es al menos un alivio.


La activación del liderazgo vecinal y del trabajo conjunto entre alcaldías y empresas como Hidrocapital o Cantv se percibe como inéditas. La gente decidió buscar soluciones por su cuenta. Huérfana de ayuda estatal y abandonada por una fórmula de gobierno opositor -reconocida fuera de Venezuela, pero sin capacidad de mando ni cambio- que solo ofrece sanciones como único mecanismo de cambio político y que se ha ido aislando al igual que lo ha hecho la administración de Nicolás Maduro.


El lenguaje de odio continua allí entre ellos. Vociferando su éxtasis orgásmico en redes sociales cada vez que se sanciona -con razón, sin duda alguna- a uno de sus adversarios políticos. Y así mismo sucede desde quienes tienen el mando. Sin capacidad de ofrecer nada. Solo lanzan amenazas, imprimen miedo y prometen quedarse por toda la eternidad. Esa es la venganza que, según el proverbio, se convierte en una enfermedad que se come la mente y envenena el alma.


A veces pareciera que hay dos luchas. La de esos por mantenerse en el poder y la de los otros por tomarlo para ejercer su más furioso sentimiento de venganza. Ninguno construye, solo marcan el camino al Hades.

Mientras tanto, llegó el tiempo de los que se quedaron. Luchan contra las críticas y las etiquetas, van contracorriente y se enfrentan al reto de darles de comer a los que no tienen nada, a los olvidados, a los que la venganza se llevó por delante.

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