Modernidad o perversión

    0
    303

    El ejercicio de pensar nos lleva por un paisaje variopinto. Según sea nuestra formación, así juzgaremos los matices que la realidad nos presente. A menos formación individual, mayor flexibilidad para interpretar los temas que se nos presentan.

    Este pensamiento inicial abre la puerta al sano ejercicio de tratar de entender en qué mundo vivimos. Es una práctica sana y valiosa que nos ayuda a entender qué es lo que buscamos en nuestro diario caminar, tanto en lo individual como en lo colectivo.

    Una sana práctica es comparar la sociedad que hoy compartimos con la que compartieron nuestros padres o abuelos, analizando los resultados que ellos y nosotros hemos obtenido. Entendamos algo: la base de nuestras sociedades descansa en los valores colectivos e individuales de quienes la integramos. A valor más fuertes, sociedades más fuertes; a valores más permisivos, sociedades más flexibles y tolerantes.

    Los valores que nos revisten son parte fundamental del mundo que pretendemos construir. Por ello, si bien la evolución es ineludible, los principios que rigen nuestro ordenamiento moral deben ser en la medida de lo posible, instransigentes, pues pretendemos a traves de ellos conservar nuestra escencia y conservar el orden social.

    No es válido, a partir de este criterio, regatear la justicia, abrir el camino a la aplicación asimétrica de los preceptos sociales ni mucho menos adulterar la  aplicación del conocimiento con fines espurios. Estos y muchos otros preceptos que han caído en una discusión perturbadora nacida desde posiciones que representan a minorías, son inaceptables. La justificación de que todos podemos manifestarnos y que eso es suficiente para invocar un derecho que vulnera el de las mayorías, se ha convertido en la piedra angular que pretende llevar a punto de choque a nuestras sociedades.

    Nadie niega el derecho de petición que nos asiste a todos en las diferentes sociedades. Sin embargo, es cuestionable invocar esa libertad para avasallar a quienes optan por el diálogo y se ven arrinconados por quienes pretenden justificar temas que aun generan controversia, como la percepción del orden social que hoy rige y que muchos quisieran modificar de acuerdo a sus conductas personales. En esto, entran en juego el cuestionamiento al derecho a la vida de los no natos, la estructura de la familia como hasta ahora conocemos, el matrimonio entre personas del mismo sexo o algunas otras prácticas que se suponen son parte de conductas individuales pero que suponen un riesgo real para quienes no son partícipes ni seguidores de esos apetitos.

    La sociedad debe evolucionar. Ese ha sido su sino. Sin embargo, debe defenderse su estatus de aquéllas variaciones que plantean la apertura de una era de evolución desordenada y que provocará una mutación para la cual no todos estamos preparados ni de acuerdo.

    Invocar la libertad para disolver bruscamente la solvencia moral o abrir variantes para temas polémicos, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, es un tema que debe ser discutido ampliamente porque perturba la estabilidad de nuestras ya conflictivas sociedades. Hoy se trata de esas variaciones y allí puede estar el gran riesgo, pues se podría abrir la caja de pandora de posiciones a cuales más cuestionables.

    Julio Ligorría