Todos estamos de duelo por Victoria

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Resulta curioso que uno conozca a una persona, o procure acercarse a su vida, justo el día de su muerte. Esto me acaba de suceder con la escritora venezolana, nacida en la ciudad italiana de Rímini, Victoria de Stefano.

El viernes 6 de enero, en la noche, minutos antes de soltar el celular para dormir algunas horas, entré en twitter y leí que ella había muerto. Me sorprendí, lo admito. Aunque yo sabía que la escritora tenía 82 años, la noticia me descolocó.

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Pensé inmediatamente en Ricardo Ramírez Requena, el director de la Fundación La Poeteca.

Hace algunos años le conté que quería entrevistar a nuestros autores y profundizar, estudiar, la literatura venezolana. Recuerdo que cuando le dije, emocionada, que había entrevistado a un escritor que vivía en el exterior, él me preguntó: “¿Y por qué no entrevistas a los que todavía viven en el país? Cerca de aquí vive Victoria de Stefano, y es una grandísima autora”.

No le hice caso a Ricardo. Vinieron los días y sus correspondientes tribulaciones. De hecho, ni siquiera escribo artículos para el mismo portal donde antes trabajaba. En algún momento la pandemia obligó a reducir costos y yo integré esa lista de reducción de personal.

Sin embargo, aunque el proyecto de estudiar a los autores nacionales se disolvió por falta de recursos; igual intenté leer a de Stefano en pandemia. No lo logré. Sentí que me exigía muchísima más concentración, y quietud de espíritu, de la que yo podía entregarle, así que desistí.

Su muerte me impulsó a hacer lo que jamás hago: enviar notas de voz o escribir mensajes por WhatsApp “a altas horas de la noche”. Me disculpé conmigo misma (y me justifiqué) alegando que el lugar común tendría un buen motivo: quería contactar a Ricardo para pedirle que me hablara de la autora, y así lograr hacer una nota decente. También toqué la puerta del profesor Luis Yslas, con idéntico propósito.

Ninguno de los dos pudo ayudarme directamente con sus testimonios. No obstante, como siempre lo hacen, me orientaron y sugirieron otras fuentes o entrevistados.

Así llegamos a este sábado 7 de enero. Pasan las horas, me avisan que para mi guardia está previsto que llegue el presidente de Colombia, Gustavo Petro, a Caracas, para reunirse con Nicolás Maduro.

Leo que se trata de la segunda reunión, después de la registrada el 1 de noviembre de 2022, y me comprometo secretamente con esa obligación, pero mi corazón, mi alma, eso que dicen que uno lleva dentro, en algún lugar sin nombre, solo piensa en Victoria de Stefano y me digo a mí misma que la muerte es una vaina muy seria. Así, con grosería.

Recordé que en días pasados subí al home del portal donde ahora trabajo una nota sobre Pelé y su funeral. Allí, no sé si fue el sacerdote que ofició la misa o el mismo presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva; pero alguno de los dos dijo que la muerte nos llevaría a todos en algún momento, incluso a un rey como Pelé.

Así estoy ahora: medio aturdida, sorprendida, triste sin ni siquiera haber visto a Victoria de Stefano jamás en persona. Triste, seguramente, porque tiendo a ser empática y hoy he hablado con personas que sí la conocieron, la leyeron, y la quisieron.

Cuando son las 4:22pm de este sábado raro y nublado, me siento a escribir la nota sobre ella. Decidida a contarles lo que otros me dijeron sobre su vida y su obra. Un tanto apurada y dividida, como siempre, con el periodismo que me reclama.

Con un oído atento a las sirenas de Odiseo, con ganas de escuchar qué quisieron decirle, y el otro pendiente del canal estatal para ver qué noticias emergen de esa reunión bilateral.

Acá compartiré cuatro testimonios breves que, sobre ella, compartieron sus amigos. Mi minúsculo homenaje a una autora que hoy más que nunca me recuerda cuántas lecturas tengo pendientes y cuánto debo dedicarme amorosa y realmente a ellas.

Director de Comunicaciones de la UCAB: “Victoria de Stefano, esa señora alta y bella que escribía novelas que te enredaban la vida”

Jaime Bello León cree que Victoria de Stefano fue una escritora que le sumó al español la música de alguien que sabe escuchar lenguas y que, por tanto, juega con ellas y con las ideas con acierto y brillantez.

El 29 de noviembre de 2022, Día de Andrés Bello, la UCAB le entregó la orden homónima a esta escritora. A propósito de ese día, Bello León le escribió estas palabras:

A Doña Victoria de Stefano la conocí primero a través de sus hijos, Rodrigo y Martín, en mis años de estudiante de Filosofía en la UCV. Luego, más tarde, tuve la suerte de leerla y de descubrir que esa señora alta y bella, escribía novelas que te enredaban la vida y te llevaban a hacerte preguntas. Las suyas son páginas que te atrapan, no por las anécdotas de los personajes sino por otra cosa. Las novelas de Victoria son una fórmula muy cuidada y sofisticada de meter al lector en el pensamiento, en la reflexión.

Hace unos meses, antes de Semana Santa, nuestro querido Marcelino, el hacedor de esta feria, me pidió que lo ayudara a que el rector, Virtuoso, se decidiera a incluir a Victoria de Stefano en la lista de la Orden UCAB.

El muerto lo que quiere es misa, le dije. Tan pronto pude, conseguí el momento oportuno para hablar con Virtuoso de la más reciente novela de Victoria: Vamos, venimos.

Le recomendé que no dejara de leerla, que se regalara unas horas de solaz. Le advertí, eso sí, que cuando se leía a Victoria uno tenía que alejarse de la superficie del día a día y dejarse llevar por esas voces que te sumergen y aprietan. Días después, el rector, me llamó para que habláramos de la programación de los 70 años de la UCAB y después estuvimos un rato largo conversando, felices, de la novela que es y no es el país, que es novela y es pensamiento.

Allí estábamos transitando las tesituras de los mundos de una gran escritora, maestra del lenguaje y del pensamiento. Gracias por estar aquí Victoria, gracias, por tanto.

Héctor Torres. Director de La Vida de Nos. Narrador: “Victoria tuvo una vida concentrada en el sentido de la belleza sin sucumbir a lo fácil”

No sé cuándo conocí a Victoria. La recuerdo desde siempre. En el ámbito literario, ella se caracterizaba por tener una amabilidad extraordinaria: siempre afable, siempre de buen humor, siempre amable; a pesar de ser tan inteligente y densa.

Ella dio clases en la Escuela de Filosofía de la UCV. No había tema que le resultara ajeno, pues tenía una curiosidad por la vida en general.

A mí me encantaba hablar con ella en todos los eventos. Era muy viva y nada difícil de entrar. Con ella presenté el libro de Ana Teresa Torres, Diario en ruinas; y una vez más sentí que a pesar de tener mucho músculo intelectual, ella siempre te hacía sentir bien.

Yo sabía que podía contar con ella, si le pedía alguna opinión; y también fue jurado del Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores; que nosotros organizamos.

Tenía un ego muy controlado, era muy segura de sí misma; por eso no tenía problemas de engreimiento. De hecho, yo tengo una anécdota con ella sobre el vino blanco. Alguna vez me dijo que si yo no conocía la calidad del vino, mejor pidiera tinto.

Entonces una vez estábamos reunidos y yo la cité, para a continuación pedir que me sirvieran vino tinto. Allí me dijo en voz muy baja: “Este sí que es bueno, pídelo”. Y nos reímos.

¿Qué si le pedí apoyo o la consulté para algo relativo a mi obra? No exactamente, pues ella era novelista. Su obra era exigente y fíjate tú qué contraste: era de una prosa tan difícil y, al mismo tiempo, tan amable con su interlocutor.

Tenía unas búsquedas muy particulares. En estos tiempos de twitter y de querer ser famoso a juro, ella tenía un trabajo de profunda reflexión, que le exigía al lector; con una presencia discreta en el área pública.

No era de tener opiniones políticas. Más bien su vida estuvo dedicada a pensar. Es fácil opinar y tener visibilidad, pero no lo otro. Esto la hace una figura peculiar dentro de la literatura en español.

Su dimensión solo se irá viendo con el tiempo, pues tampoco le interesaba agradar al lector, sino lograr que este se comprometiera con el texto.

Victoria fue bonita hasta al final. Supe que murió mientras dormía. Imagínate la paz que posees para irte de ese modo. Ella nos recordó que se puede tener una vida concentrada en el sentido de la belleza, sin sucumbir a lo fácil.

Su existencia y su obra nos invita a pensar que aún y en medio de este terremoto, en este país, siempre habrá espacio para la belleza. La vida de Victoria lo demuestra.

Diajanida Hernández, gerente de la Fundación para la Cultura Urbana: “La escritura de Victoria está emparentada con Clarice Lispector y Sergio Chejfec”

A Victoria de Stefano la conocí como uno conoce a los escritores. Primero, como lectora de sus libros (es una de las grandes escritoras latinoamericanas) y, ya antes de verla personalmente, le tenía gran admiración.

Era cuando trabajaba en el Papel Literario, de El Nacional, hace más de 20 años, y en alguna presentación de libros. Luego, tuve la oportunidad de comenzar a entablar una amistad con ella en alguna de las citas que convocaba la Bienal de la ciudad de Mérida. Esos eventos se prestaban para acercarse y compartir con los autores de forma cercana.

Me sorprendió mucho que me acerqué con respeto, y ella siempre fue muy cercana, muy amable. Era extraordinaria. Muy discreta, muy leve. Tenía una aparente timidez, pero esto no significa que fuese tímida; sino que tenía esa propensión a buscar la levedad y la discreción.

Era muy dulce pero no le gustaba el contacto físico. Entonces, esto se compensaba con sus maneras súper dulces y su sonrisa que te arropaba.

Su mirada era la mirada de la inteligencia. Esa mirada que siempre estaba cuestionando, pensando, que tenía una pregunta allí y, al mismo tiempo, con esa sonrisa pícara.

Yo destacaría que uno de los rasgos principales de su personalidad era su generosidad: Victoria era una de las escritoras más importantes de Latinoamérica y, por supuesto, de Venezuela. La escritura de Victoria está emparentada con Clarice Lispector y Sergio Chejfec.

Era una escritura del mundo interior, de la intimidad, del flujo de la conciencia. No solo muestra el afuera. Muestra muchísimo el interior y como era filósofa, especialista, además, en Estética, su obra está permeada por esto, por la mirada del pensamiento estético. Cuando la lees, miras esa otra arista de su oficio.

Lo mejor que podemos hacer es volver a sus libros. Tiene ensayos, diarios, novelas, y su escritura es de una limpieza y de una plasticidad increíble.

Su escritura muestra una sensibilidad y una inteligencia única. Si me pidieran que recomendara un libro, a mí me gusta muchísimo Lluvia, así como la novela Historias de la marcha a pie; importante por el testimonio de una época del país que allí está reflejado.

Me gustan también, muchísimo, sus diarios. En ellos puede verse su proceso de escritura. Me encanta leerlos porque me parece estar escuchándola hablar. Ella era una gran conversadora, y si ahora no me extiendo más es porque me duele su partida.

Diego Arroyo Gil: “En este país desconcertante, Victoria era la certidumbre de la entereza”

Conocí a Victoria en alguna parte, no sé dónde ni cuándo. Victoria siempre había estado allí y un día simplemente se apareció, como los ángeles. Luego tuve el inmerecido placer de ser el editor de su novela ‘El lugar del escritor’, publicada previamente a comienzos de los años 90 y ahora recuperada por la editorial Libros El Nacional, donde yo trabajaba.

A partir de entonces, aun sin frecuentarnos ni ser íntimos amigos, cruzaba correspondencia con Victoria con cierta regularidad y cuando nos encontrábamos siempre tenía una palabra amable y dulce para mí y para todos. No he dejado de pensar en ella desde que me enteré de la noticia, que me dejó estupefacto. Pienso en su austeridad vital, en la elegancia de su carácter, en su generosidad, en su deslumbrante y sobria inteligencia, en fin, en su belleza, que también está en su obra. En este país desconcertante Victoria era la certidumbre de la entereza. Era de una índole moral irresistible.

Poeta, ensayista y periodista Teresa Cacique: “Victoria fue, sobre todo, una gran amiga”

Puede que al principio resulte difícil leerla, porque sus novelas nos exigen que nos concentremos y que le prestemos mucha atención. Solo hay que leerlas, comenzar, seguir. Después de ese primer contacto, ya parte del camino está ganado.

En sus novelas tenemos un universo de pensamientos, y de autores, de intertextos. Todo el tiempo se presentan unas situaciones casi transgenéricas que Victoria escudriñó y supo llevar a su máxima expresión.

Realmente la vamos a extrañar muchísimo, no solo quienes estuvimos muy cerca de ella, sino toda la comunidad intelectual nacional e internacional; porque ella no solo era una referencia intelectual, con ella podías hablar de novelas, de literatura, de filosofía, de estética, de lo que tú quisieras. Y más allá de todo eso, ella fue una gran amiga, sobre todo.

Para quienes estuvimos cerca de ella, escucharla siempre era una fiesta, un privilegio. Era insaciable en sus estudios y lecturas, y sus conocimientos colosales.

De pronto las conversaciones comenzaban con un autor en común y de allí daba saltos cuánticos hacia otros que ella conocía y manejaba. Con sus lecturas nos alumbraba.

Echaremos de menos a la gran amiga que siempre se mantuvo en perfil bajo, pero que todo el mundo buscaba, llevaba, traía, visitaba en su casa, y allí se nos iba una tarde conversando. Era demasiado cálida y fraterna.

Ella vivía en la urbanización Sebucán desde tiempos inmemoriales, y yo también, pero estando cerca, a pocas cuadras, no la conocía. Siempre estuvo allí, hasta que un día, alrededor de 20 años atrás coincidimos.

Igual hoy hablé con otra amiga en común que la conoció desde hace 40 años. Es que todos, todos, Alberto Márquez, Elisa Lerner, Rafael Castillo Zapata, Marina Gasparini, entre muchos otros, estamos de duelo. Es un día de luto, de luto grave, por Victoria.

Foto: Fotografía de Ernesto Costante tomada de Prodavinci

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