e Tras dos tandas de flexibilización de la cuarentena por el COVID-19, Venezuela se volvió a encerrar. En solo dos semanas la curva de contagio se incrementó casi al doble y con ella la angustia de muchos, aunque para algunos pareciera no importar mucho.
El fin de semana pasado me tocó ir a Mariche, porque un empleado de mi papá nos consigue las bombonas de gas con el consejo comunal de allá y hay que irlas a buscar, explicó Alexa. Pasar por allá, agudizó mi angustia. Durante la cuarentena he ido unas cuatro veces, cada vez que voy veo menos gente sin tapabocas, ni distanciamiento.
Es increíble, la gente pareciera que no entiende la gravedad. Había gente al pie de la calle vendiendo comienda sin los equipos de seguridad y gente bebiendo alcohol o comiendo en las puertas de sus casas rodeadas de más personas. Incluso había dos abuelos jugando dominó en la calle, añadió.
Lorena, que vive cerca de la redoma de Petare, contó que ha decidido no salir más de su casa. Yo bajaba todos los días, siempre tenía una excusa para salir de la casa, pero ante el incremento de casos decidí recogerme. Ahora ni al portón salgo, me da pavor contagiarme y enfermar a mi chamo.
Por su parte, José, trabajador de la Alcaldía de Chacao, recuerda que la semana pasada tuvo que acompañar al alcalde Gustavo Duque en varias actividades y confesó: Yo, la verdad es que ya ni quiero ir a trabajar. Siento que el virus me está persiguiendo. Yo vivo en Caricuao, donde hay muchos casos confirmados y trabajo en Chacao, donde recientemente se descubrió un caso. A donde me mueva, ahí está el COVID.
Cercados por el virus
En un grupo de amigas, todas residentes de distintas zonas del municipio Sucre, comentan sobre la cercanía de nuevos casos de coronavirus diagnosticados recientemente. Yo me siento cercada por el virus y vivo con miedo porque mi mamá es diabética. Aunque ella no sale de la casa, yo debo salir al super o al trabajo de vez en cuando y uno no sabe, pues, dijo Andrea.
Yo juraba que empezaría a trabajar la semana pasada, menos mal que no fue así, porque El Cafetal está infectado de casos y yo tengo que moverme mucho por la zona, comentó Sandra. Ya creo que virus será el único que logrará que deje de fumar, porque ni siquiera quiero bajar al kiosco a comprar cigarros. Aquí la gente no entiende y se te acerca mucho.
Vanessa confesó que está a punto de perder su relación: Yo, los primeros meses, estaba toda romántica, que extrañaba a Dani y todos los días le decía: ´Ojalá se acabe pronto esto para vernos´. Ya ni a él lo quiero ver (risas). «No quiero salir de mi casa, no quiero visitas. Yo le dije que se mudara cuando empezó todo esto y él no quiso, ahora que no venga porque él es lindo y bello. La verdad, es que, Vanessa ha superado varias crisis de celopatía en cuarentena.
Cierre preventivo
Ante el aumento de casos, desde la administración de Maduro se decidió volver a la cuarentena radical en cinco regiones del país y la capital no se quedó atrás. Sin embargo, la medida de cierre del Metro y el ferrocarril solo duró un día, mientras que los distintos alcaldes tomaron sus propias medidas de cierre preventivo.
En mi caso, desde que comenzó la cuarentena decidí distanciarme. Pocas son las veces que he salido de casa a otras actividades que no sea hacer mercado o ir a la farmacia, desde el 13 de marzo que decidí encerrarme. Aunque he acudido a un par de reuniones puntuales en estos casi cuatro meses.
El jueves me tocó salir de la casa y debía recorrer tres municipios para llegar a mi destino. Cruzar de Sucre a Chacao, pese a lo que creía, fue bastante relajado. El par de funcionarios que vigilaban la alcabala en la frontera de ambas jurisdicciones, al parecer, se habían tomado un descanso cuando pasé.
Lo caótico llegó cuando intenté cruzar de Chacao a Baruta, cerca de 45 minutos estuve en cola a la altura del puente de Las Mercedes. ¿La razón? Una alcabala con dos uniformados de la policía local mantenía parcialmente cerrado el acceso vial, solo un canal estaba disponible. Para pasar el conductor debía mostrar un salvoconducto que explicara su ingreso al municipio.
Tras el control del salvoconducto y al llegar al destino, me midieron la temperatura una primera vez. Una chica que ingresaba a la torre detrás de mí le preguntó al vigilante cuánto registró el termómetro de pistola. El funcionario no muy contento con su pregunta le respondió: Pase tranquila, la tiene normal.
Y, ¿cuánto es normal?, dijo la muchacha mientras caminaba hacia el ascensor para subir, casualmente, al mismo piso al que yo iba. No entiendo por qué se molestan cuando uno pregunta. Ellos sí pueden saber en cuánto tengo la temperatura, pero yo no. Esta no es la primera vez que me pasa, refunfuñaba.
Al llegar a la oficina, a la que íbamos ambas, un segundo chequeo de temperatura nos esperaba al entrar. Antes de que la mujer preguntara, la recepcionista de la empresa le dijo: Pase adelante, tiene 35,7 grados de temperatura, por favor aplíquese alcohol en las manos. La mujer sonrió y se hizo a un lado para darme paso.
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