Juan Sánchez Peláez: un largo poema para celebrar el centenario de su nacimiento

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A las 11:11 de la mañana, del sábado 1 de octubre, había solo seis personas dentro de la sala de La Poeteca donde sería el recital: dos señoras distantes entre sí, un joven junto a un señor mayor, y una pareja. Todos callados.

En el salón contiguo sí había voces y risas. Se sentía la fraternidad. Incluso, si se miraba de soslayo, uno podía creer que se trataba de una cena navideña. Parecía que allí estaba reunida una familia venezolana alrededor de una mesa. Agradecida por haber vivido un año más y preparada para recibir al redentor.

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¿Quiénes estaban allí? ¿Qué celebraban? Era el equipo de La Poeteca, junto a los representantes de la Fundación para la Cultura Urbana y del Archivo Fotografía Urbana, quienes organizaron en conjunto la lectura de la Antología poética de Juan Sánchez Peláez, publicada por la editorial española Visor; para celebrar los cien años de su nacimiento.

La “fiesta” ocurrió en el segundo piso del edificio Mene Grande. Allí queda la sede de La Poeteca. Una institución que con solo cuatro años de creada, maravilla por la potencia de sus convocatorias y el alcance de su trabajo.

Y si bien es cierto que al principio éramos muy pocos en la sala y estábamos como medio entumecidos: siete personas contándome; conforme los anfitriones pasaron del salón de al lado, al lugar donde se realizó el recital, la atmósfera fue cambiando. Como decimos en criollo: “Se entró en calor”.

La sala al inicio: 25 sillas plásticas (unas azules y otras violetas), 14 repisas blancas con libros desde el techo hasta el piso, tres mesas de madera clara que parecían de pino, dos sofás negros, dos butacas (una roja y otra gris), una vitrina y un florero allá a lo lejos.

La sala al final: El mismo mobiliario, solo que ahora el público que estaba en ella no era idéntico al que había llegado cerca de dos horas y media antes. No quedaban rastros de los seres rígidos y temerosos del principio. Ahora reían y hasta se abrazaban.

La mayoría de los presentes había participado en la lectura de los poemas de Peláez, sin que se les exigiera nada para hacerlo. Solo estar allí.

Ricardo Ramírez, director de la Fundación La Poeteca, contó que en la planificación del evento literario se plantearon grabar la lectura íntegra de la antología mencionada, de manera continua. “Como si se tratase de un solo poema de Juan Sánchez Peláez”, dijo.

En homenaje al poeta, hicieron una lista de invitados para que cada uno de ellos leyera y luego le pasara el libro al siguiente; como hacen los atletas con sus testigos cuando están en las pistas.

Por razones desconocidas (y quizás irrelevantes) muchos de ellos no asistieron a la cita. Lo importante es que la celebración no se detuvo. Ramírez agradeció a los presentes y en tono amistoso, amoroso, dijo: “Ustedes alcanzarán la inmortalidad. Ellos, no”. Todos rieron.

El también editor y escritor comentó que celebrar el centenario del nacimiento de un gran poeta era, para él, un enorme privilegio.

Peláez nació el 25 de septiembre de 1922, y el año que viene, el 20 de noviembre, se cumplirán 20 años de su muerte. Por eso, Ramírez anunció que La Poeteca continuará realizando actividades hasta entonces y no solo en este mes de octubre.

Habló de crear un concurso de poesía que lleve el nombre del poeta nacido en Guárico. Autor de los libros Elena y los elementos (1951), Animal de costumbre (1959), Filiación oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989); quien recibió el Premio Nacional de Literatura en el año 1976.

Trascendencia

“Este acto tiene una dimensión mayor por el contexto donde ocurre. Yo no soy de las Naciones Unidas. No estoy metido en un barrio. No llevo comida a la gente; pero nosotros ponemos en las manos de las personas la palabra poética y eso es sumamente poderoso. La palabra poética sostiene a muchas personas, dentro y fuera del país”, dijo Ramírez en sus palabras de bienvenida; al acotar que el recital era también un tributo a Malena, María Magdalena Coelho Bilbao, viuda del poeta, recientemente fallecida en la ciudad de Buenos Aires.

Diajanida Hernández, gerente general de la Fundación para la Cultura Urbana, agradeció de igual modo la presencia del público y fue la segunda persona en leer un poema del agasajado.

Después de ella continuó la profesora Irma Chumaceiro, el poeta Rafael Castillo Zapata, el editor Samuel González-Seijas, la poeta Daniela Jaimes Borges, y así, cada uno de los asistentes que quiso participar.

La poeta Daniela Jaimes Borges participó en el recital por el centenario del nacimiento de Juan Sánchez Peláez

Era, en apariencia, sencillo. Levantarse de la silla, tomar el ejemplar de la Antología poética de Visor que entregaba Hernández -con la indicación de cuál poema leer-, ir hacia el micrófono, y pronunciar los versos.

La experiencia personal: conmoción. Luego de un rato, sosiego.

Al leer los poemas hubo silencio y devoción. Como si se tratara de una misa, como si se estuviera dentro de un templo. Pero no temerosos, amenazados o  quietos. Más bien respetuosos, atentos.

Fueron muchos los poemas recitados y mucha la atención que se les brindó. Retuve y escribí apenas algunos versos:

“La tierra es una azucena mordida en vísperas de un viaje…”

“Somos huéspedes en la colina del ensueño…”

“Y yo he conquistado el ridículo. Con mi ternura, Escuchando al corazón…”

“Sigue la vida recta…”

“Es inútil la queja…”

“En la mayoría de los casos, uno no sabe nada…”

“Todo sucedió a vuelo de pájaro, belleza: a la vez mundo compacto, cerrado y libre…”

Quise quedarme con la sensación: una especie de paz al escuchar los poemas; y también alegría, al ver cómo los organizadores de la actividad, Lennis Rojas, Leonardo Laverde, Luis Miguel Sequera, Ricardo Sarco Lira, y Mario Giménez, asistente a la dirección de La Poeteca, caminaban entre las personas tan entusiasmados.

“¿Cuál es el legado de Sánchez Peláez en la literatura venezolana?”, aproveché para preguntarle al poeta Rafael Castillo Zapata.

El profesor, con toda la didáctica cultivada en 33 años de docencia en la Escuela de Letras de la UCV, respondió: “La mayor parte de los poetas que uno recuerda, lo hace porque nos dicen algo que nos ha tocado. La poesía nos dice algo que nos conmueve. Nos hace mirar como no miramos normalmente. En el caso de Juan, él tiene una tonalidad surrealista. Sus imágenes tienen mucho que ver con el sueño, con lo imaginado, con lo fantástico y, al mismo tiempo, con lo cotidiano que le ocurre al hombre común. Su poesía es una joya y él es un maestro, porque nos ofrece la capacidad de ver lo real con otros ojos.  Se trate de la imagen de la sopa de un campesino o un relámpago de iluminación”.

Castillo Zapata lo conoció. Era su amigo. Recuerda que la primera vez que lo vio fue en la casa de Altamira donde vivía con Malena; donde lo fue a visitar acompañado de otro amigo en común, Luis Pérez-Oramas.

“Juan era un tipo muy amable, sencillo, parecía una niño grande. Él acostumbraba a recibir a sus amigos por las tardes, en su casa. Allí siempre estaba campaneando un whisky. Rodeado de plantas, con el murmullo del agua alrededor y el sonido de las ranitas. Luis Alberto Crespo, María Auxiliadora Álvarez, Victoria De Stefano eran algunos de los visitantes de esa casa, donde brillaba una luz muy particular. Mucha provenía de él y también de Malena”, recuerda el también ensayista y crítico literario.

“¿Y qué le dejó de aprendizaje a usted?”, le pregunto. Contesta en una palabra y sin dudar: “Humildad”.

Luego complementa la idea: “De Juan aprendí a vivir en la plenitud de ser lo que se es. Sin ningún aspaviento. Eso significa estar tranquilo en sí mismo. No tener ínfulas, ni ostentar nada. ¡Imagínate! Siendo el poeta que era, tan grande, era muy dulce, y hasta hablaba bajito”.

“¿Por qué habría que leerlo?”, le insisto al profesor. Con toda la serenidad que pudiera emanar de un monje tibetano, Castillo Zapata responde: “La poesía no tiene sustituto. Es un alimento del alma. Una persona que está deprimida puede salir del atolladero en el que está metido, con ella. La poesía no te miente. Es un golpe al pecho. Es una conmoción. No es una caricia”.

“¿Pero cómo a una persona que está allí tumbada y triste, se le puede dar otro golpe; eso no la tumbaría aún más?”, le pregunto.

El poeta sintetiza: “Si no se levanta después de la conmoción de la lectura de un poema, se jodió. Se quedó en su pantano”.

El poeta Rafael Castillo Zapata leyó ante el auditorio de la sala de la Fundación La Poeteca

Y en una gracia, una bendición, o un golpe de suerte que me regala la vida, sigo conversando con quien fuera fundador del Grupo Tráfico en el año 1981 (junto a Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin e Igor Barreto); quien también por esos años conformó el grupo literario Guaire.

“Así como para la ejecución óptima de los pasos de ballet hay un límite de edad, ¿tiene la poesía un límite para ser leída?”, añado.

Él me explica: “Hay niveles. Hay unos poetas que son más accesibles que otros. Si alguien nunca antes ha leído poesía, puede comenzar leyendo las Odas elementales de Pablo Neruda, leer a Aquiles Nazoa o a Andrés Eloy Blanco. Puede que en un momento no esté listo para un determinado autor, pero luego de un tiempo y de otras lecturas, sí lo estará”.

“¿Le gustó el homenaje?”, le digo. “Sí, estoy contento, porque a Juan yo lo quise mucho. Nosotros somos ricos en cuanto al material y la obra de nuestros autores; muchos de ellos desconocidos fuera. Difundirlos es parte de nuestra responsabilidad histórica”, subrayó.

“¿Y por qué no lo hemos hecho?”, le pregunto, antes de despedirlo.

“Porque a nosotros los venezolanos nos encanta un musiú. La tendencia es a tener mayor interés hacia lo externo. No vemos nuestro propio patio”, dijo.

Recuperando la memoria de un país

Ricardo Sarco Lira también estuvo en el recital. Acudió como miembro del Archivo Fotografía Urbana. Es licenciado en Artes y desde su campo de trabajo comentó cómo esta fundación contribuyó en la celebración del centenario del poeta.

“Nuestra fundación persigue la preservación de la memoria visual del país. Nuestros archivos tienen más de 100 mil imágenes, entre fotoprensa y álbumes familiares. Tenemos una alianza estrecha con la Fundación para la Cultura Urbana y, para este evento, divulgamos todo el material fotográfico del poeta que se requirió tanto en los medios, la prensa, como a nivel de redes sociales”, comentó.

Y en esa necesidad, esa urgencia, de recordar nuestra historia civil, de remarcarla y de sabernos parte de una tradición, La Poeteca también dijo “¡Presente!”

Ricardo Ramírez me comentó, luego del recital, que el poeta Arturo Gutiérrez Plaza le aseguró que hace algunos años Juan Sánchez Peláez, y no otro, era reconocido como el principal poeta de este país.

“No era Rafael Cadenas, ni Hanni Ossott, ni Eugenio Montejo. Juan Sánchez Peláez era el bate y mira cómo 20 años después lo recordamos, pero tampoco es que lo tengamos tan presente. Estamos acostumbrados a la intervención del Estado. A esas celebraciones grandes. Ahora lo que nos queda es el esfuerzo individual”, indicó.

Ramírez luce modesto y claro al hablar sobre el alcance de la Fundación La Poeteca. Sabe que es una institución pequeña pero esto no lo amilana. Recalca que el poder de la palabra poética tiene una capacidad política, social y artística transformadora de los individuos.

Lennis Rojas dijo: «Espera     no te empecines     empínate talante propio», al leer al autor homenajeado

Por eso informa con alegría que la sala ofrece al público cerca de 10 mil títulos, y que a los autores editados por ellos se les puede descargar gratuitamente en su página web.

“Este es un espacio amable donde siempre hay café gratuito. Aquí a nadie se le perturba ni se le pregunta nada. Es un lugar donde puedes reposar el afán del día. Me parece una locura no venir para acá. Lo que sucede es que en medio del entorno cultural que vivimos, hay serias dificultades para entender esto: parece inverosímil. Y vender lo inverosímil resulta retador”, agregó.

Diajanida Hernández también estaba contenta y con ánimo festivo. Aseguró que trabajar con la cultura ofrece sus réditos solo que estos no son cuantificables, pero dijo que sí los tenía y que eran importantes.

“La poesía hace que reflexionemos. Nos conmueve, nos estremece, nos reconecta con las cosas importantes de la ciudad. Y eventos como estos buscan que preservemos la memoria de nuestros hacedores civiles. Nos ayudan a reconstruir un país, un tejido social que pareciera estar muy roto. Sánchez Peláez es una voz fundamental en nuestra poesía y la idea es que al leerlo nos veamos a nosotros mismos. Conocernos y reconocernos a través de él”, explicó la gerente general de la FCU, quien también es docente en la Escuela de Letras de la UCV.

Allí fue donde leyó al autor homenajeado por primera vez. No recuerda con exactitud a través de cuál profesor conoció la obra del poeta: Camila Pulgar, Jorge Romero, Rafael Castillo Zapata o Eleazar León. Lo que sí recuerda fue el estremecimiento que registró al leerlo y cómo después de allí, “todo pareció revelación”.

Diajanida Hernández muestra un ejemplar de la Antología poética de Sánchez Peláez coeditado por la FCU y la editorial española Visor

“A la poesía no hay que entenderla. Hay que dejarla que fluya, apreciar su musicalidad. Juan Sánchez Peláez puede ser un tanto hermético pero cuando uno escucha su cadencia, descubre imágenes muy conmovedoras. Quizás no agarres todo el poema, pero un solo verso de él que guardes te hará pensar en ese universo que construyó. Se trata de eso, de buscar ese verso, esa imagen”, añadió Hernández.

Fotos: Cortesía Fondo para la Cultura Urbana y La Poeteca

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