Monjas de clausura, una vocación en extinción

0
217

Renunciaron a las pompas, el ruido y las vanidades del mundo para recluirse hasta el final de sus días en un antiguo monasterio de Bogotá en donde el silencio y la rutina de la vida son exactamente iguales a los de hace más de hace 100 años, cuando en la ciudad no había automóviles ni teléfonos. Hoy, son escasas 20 monjas de clausura viviendo dentro de los límites de unas murallas que las separan del siglo XXI. Su existencia la tienen integralmente dedicada a la oración, a la contemplación y a los oficios domésticos.

Estas monjas recibieron a HispanoPost detrás de las rejas del locutorio, lugar donde una que otra vez atienden visitas de sus parientes. Nadie, excepto ellas, tiene permitido entrar al corazón de este convento de clausura papal, uno de los más rigurosos del catolicismo. 

Es un monasterio de la Orden de La Visitación de Santa María, creada hace 400 años. Tiene presencia en 31 países y 18 de sus conventos están en España. El de Bogotá fue fundado en 1892.

Hace ya medio siglo que estas monjas no se cubren el rostro ni las manos pero sí el resto del cuerpo con hábitos rigurosos de la cabeza a los pies. Antes hablaban con los suyos en el locutorio a través de cortinas que impedían verlas. Hoy, en ese lugar actualmente es posible verlas a través de una reja de hierro.

Las vocaciones cada vez escasean más: eran 37 hermanas y hoy solo quedan 20, en su mayoría enfermas debido a la edad avanzada. La rutina empieza a las 4:30 de la mañana.

Algunas jóvenes han sido enviadas a servir en conventos de Europa, donde las vocaciones ahora son más escasas que en América.

El Monasterio tiene un terreno enorme para cultivos de frutas y verduras que, con la valorización de la tierra urbana en la ciudad, su valor es incalculable, pero no se vende. Hay una iglesia contigua con oratorio y un coro cubierto con celosías que no dejan ver a las monjas cuando cantan en misas a las que tiene acceso el público del vecindario. Es una edificación de corte gótico que, con el terreno para cultivar, ocupa una manzana.

Para ingresar a la congregación las futuras monjas, convertidas en novicias, deben prepararse durante nueve años. Una vez admitidas del todo dedicarán el resto de su vida a adorar al Señor, de quien dicen ser sus esposas.

Cada día se ofician dos misas y cuando no están dedicadas a rezar hacen la limpieza del enorme monasterio, cosen sus propias prendas, cocinan y lavan. Cada una de estas actividades es asignada por la madre superiora, quien, curiosamente, es una de las monjas más jóvenes.

Sor Ana Margarita, de 39 años, es monja desde hace 22, la mayor parte de su vida religiosa la ha pasado los monasterios de Valladolid y Madrid, España. De semblante afable, dice que su sueño era ser modelo de pasarela, pero recibió un llamado de Dios para enclaustrase en el convento.

Ancladas en el tiempo, las religiosas solo pueden salir, con permiso de la superiora, para ir al médico, votar en elecciones, o comprar alimentos. Solo hay un celular a cargo de la madre superiora y otro para la delegada de las enfermas. Tienen internet restringido y una dirección de correo electrónico. Únicamente pueden acceder a páginas pías católicas, como las del Vaticano y la curia. Pasa lo mismo con el cine: ven películas muy de vez en cuando y todas deben ser cristianas y relacionadas con historias de santos.

Las hermanas Ana Margarita y María Teresa aseguran que no les falta ninguna de las tentaciones y placeres que existen en el mundo carnal y materialista que bulle al otro lado de la muralla. “El señor va llenando los vacíos del corazón poco a poco”, asegura la hermana María Teresa, que es monja desde hace 37 años. Mientras tanto, la hermana Ana Margarita dice que en el monasterio no hay lugar para el aburrimiento. “Que uno tenga anhelos de salir a pasear te digo que no, personalmente no me ha pasado”, puntualiza.

Actualmente existen más de 3.000 monasterios de Clausura en el mundo, 900 de ellos en España. Otros ya han cerrado por falta absoluta de vocación, hecho que, por ejemplo, la hermana María Teresa atribuye a las nuevas tecnologías. “La tecnología ha invadido mucho el corazón de los jóvenes”, enfatiza esta monja que también estuvo de clausura en África.

El Papa Francisco les ordenó el año pasado a las monjas del mundo: “No utilicéis el Internet para evadiros de la vida contemplativa”.