Vacunación en el Alba Caracas: después de 8 horas de cola, el pinchazo

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Ponerse la vacuna contra la COVID-19 en Venezuela es toda una prueba de resistencia para los adultos mayores. Estaba indecisa de vacunarme -cosa que mi hijo si quería que hiciera cuanto antes, él incluso me inscribió en la página Patria- debido a las historias de mis amigos sobre los obstáculos que tuvieron que enfrentar cuando se inocularon los días anteriores.

Como vivo cerca del Hotel Alba Caracas -uno de los centros de vacunación en la capital- me dije que si llegaba temprano no tendría que esperar más de cuatro horas, lo cual ya es bastante tiempo.

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Llegué antes de las ocho de la mañana y la cola se extendía desde la entrada del estacionamiento del Alba Caracas hasta la avenida Bolívar, atravesando el largo pasillo de los libreros y artesanos en Bellas Artes.

A las 8:30 am, una colaboradora del operativo gritó: “Las personas que recibieron el mensaje de texto vengan a hacer otra cola porque las van a vacunar primero».

Foto: Raúl Romero

Por supuesto, la cola se redujo un poco mientras que las quejas de la gente no se hicieron esperar. «Es una discriminación», expresaron varios de los presentes.

La fila comenzó a correr a razón de 20 a 30 pasos en varias oportunidades para detenerse durante 30 a 45 minutos, lo cual exasperaba los ánimos.

«Ojalá hoy podamos vacunarnos», dijo una mujer que acudió a la cita acompañada de su amigo de la infancia y sobre el cual estaba muy vigilante porque recién le descubrieron un principio de Alzheimer y temía que se le extraviara entre tanta gente.

Esta era la cuarta vez, narró ella, que intentaban vacunarse y aunque viven en Sebucán, se trasladaron la primera vez en carrito hasta el hospital de Los Magallanes, donde hicieron una larguísima cola y solo vacunaron a 100 personas.

El periplo siguió en el Seguro Social de Chacao, donde les dijeron que no habían realizado la reunión con las autoridades sanitarias para comenzar el operativo de vacunación. «En El Llanito nos remitieron al Alba Caracas», dijo.

Rociados como chiripas

En la larga espera se formaron grupos de conversación de adultos mayores, mientras otros que no trajeron banquitos buscaban donde sentarse, por lo que la cola dejo de ser recta.

Esto causo el disgusto de los militares y organizadores que forzaban a la gente a realizar la fila uno detrás del otro o podían perder el puesto para vacunarse.

A media mañana, varios de los que estaban allí sacaron «su arepita o sándwich» para matar el hambre. De repente, unos operarios pasaron a lo largo de la fila rociando con desinfectante a los adultos mayores.

«Le cayó ese líquido a mi arepa y es la única comida que traje», se lamentaba una mujer. En seguida, se mostró la solidaridad de la gente que le brindó alimentos a la afectada.

«Ahora sé lo que sienten las chiripas», expresó con ironía un adulto mayor.

La falta de baños fue otra tortura para las personas de la tercera edad; sobre todo, porque en esa etapa de la vida hay problemas de incontinencia. «En sus mítines ponen baños, pero ahora que los viejos se aguanten», manifestó una abuela.

En un negocio de los alrededores prestaban el baño a cambio de pagar 200.000 bolívares, lo cual fue un impedimento por la falta de efectivo.

«Tendré que aguantarme hasta llegar a la casa. Esa plata la necesito para el pasaje», dijo una mujer que vive en Guarenas.

Cuatro golfeados o un paquete de galletas María por un dólar y chupis a 200.000 bolívares ofrecían los vendedores ambulantes recorriendo la cola.

A la una de la tarde, la gente se alborotó para preocupación de los últimos de la fila. Pero no era una situación irregular, simplemente había llegado una vendedora de sopa y seco que ofrecía a uno y dos dólares, respectivamente, y las personas fueron a comprar.

Los militares volvieron a insistir a la gente hacer la cola, pero cuando se iban la gente volvía a buscar donde sentarse.

Dos y media de la tarde: nueva rociada de desinfectante.

Alba y sol

La cola fue un poco más llevadera en el pasillo de Bellas Artes porque se estaba a la sombra en un sitio techado.

La cosa se puso más dura cuando llegamos a la acera que daba al hotel Alba Caracas. El sol estaba picante y si no tenías paraguas o un buen sombrero te achicharrabas.

Se presentaron los mareos y bajas de tensión. «Aguanta viejita que ya vamos a llegar», decía su acompañante.

La cola se volvió más estática que nunca con la protesta de los presentes. «Seguro están pasando a los enchufados», expresaron varias personas.

Al fin, salió un sargento reclamando a los que vigilaban la cola por qué no ingresaban a la gente dentro del hotel. Entonces, la cola si fluyo y entramos al Alba Caracas.

En la entrada del salón Bicentenario del hotel había muchas sillas en las que se colocaban a la gente por filas para registrarlos y tomar sus datos -dirección, teléfono, correo electrónico, si trabaja o es pensionado- previa presentación de la cedula de identidad.

Esos datos eran escritos a mano en una planilla y seguidamente entregaban a la persona un cartoncito de constancia de vacunación de la primera dosis y la fecha de la segunda dosis dentro de 21 días.

De allí nos pasaron a otra fila de sillas para ingresar al centro de vacunación como tal. Enfermeras y enfermeros diestramente daban el pinchazo en el brazo inyectando la vacuna rusa Sputnik.

A la salida un funcionario entregaba dos pastillas de paracetamol para tomarlas si se presentaba reacción.

Eran las 4:15 pm cuando salí del Alba Caracas con un gran cansancio por el maratón experimentado y que, seguramente, me tocara volver a pasar cuando me pongan la segunda dosis de la vacuna anticovid.

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