Después de 17 años, la masacre de los Wayú sigue impune

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    En menos de 20 minutos la vida se desvaneció para la familia Epiayú Uriana cuando paramilitares irrumpieron en su casa y mataron a doce personas, ocho de las cuales eran sus parientes. La masacre ocurrió el 28 de enero de 2001 en el resguardo El Rodeíto- El Pozo, de Hatonuevo, La Guajira.

    Cecilia (nombre cambiado por su seguridad), es una de las pocas víctimas de esta tragedia. Sus padres, sus cinco hermanos y un primo murieron por los disparos de hombres armados de fusiles que, sin mediar palabras, arremetieron desde un carro a las 10 de la mañana. Cuatro personas más también perecieron mientras departían desde la noche anterior en la fiesta de los Epiayú Uriana.

    La Policía del municipio se apresuró a divulgar la falsa versión de que la masacre había sido un ajuste de cuentas entre clanes wayú, al tiempo que descartó de plano que se tratara de una acción paramilitar. Si esto hubiera sido así, explica una de las sobrevivientes, se violaron al menos tres reglas de oro del código de honor de esta etnia: asesinar a menores de edad, matar de manera indiscriminada y tocar a las mujeres en medio del conflicto. Otro mandato violado es que cuando hay un problema entre familias se agotan las opciones de dialogar a través de “palabreros”, que son líderes que median para resolver las disputas.

    De origen humilde, su familia se dedicaba al campo, sembraban café y maíz, y criaban reses, por eso, recalca que su papá no tenía problemas de ninguna índole. “Mi esposo murió cuatro años después a causa de la pena”, rememora.  

    El autor de la masacre habría sido Rafael Barros, un narcotraficante conocido en la región, de acuerdo con el portal Rutas del Conflicto. Para la época, los paramilitares sembraron terror en el norte de Colombia y mataron miles de personas inocentes.

    Al sol de hoy, no ha habido verdad, ni justicia. Tampoco han indemnizado a las víctimas. Mientras tanto, Cecilia se rebusca la vida lavando ropa en el pueblo. Durante 14 años, Cecilia siguió viviendo en ese lugar que tanto dolor le ocasionó. En 2015 aplicó a un programa del gobierno de viviendas gratis para familias con escasos recursos y se ganó una casa en la que vive en Hatonuevo.  

    Un año después de la masacre, los paramilitares quemaron el mismo quiosco donde ejecutaron a 13 personas que bailaban y festejaban inocentes de que una tragedia así podría ocurrirles. La vida para Cecilia y sus hermanos sobrevivientes nunca fue la misma. 

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