El estado actual del proceso político revolucionario se potenció en su momento histórico, cuando hubo un aumento del precio del petróleo de alrededor de 1.000% desde la llegada de Hugo Chávez al poder. Todo aquello es historia. La revolución bolivariana ya no emociona a sus aliados situacionales, quienes por años eran los estratos D/E de la población.
La quiebra de la industria del oro negro construyó una nueva realidad: diversas crisis robustecen el desamor a la revolución. Hoy, tras dos décadas rojas, Venezuela vive una evidente combinación de dificultades que hablan en concreto del agotamiento del proyecto chavista, para el legado de Chávez un verdadero nudo crítico.
En su momento Nicolás Maduro reconoció el “fracaso total” en materia monetaria y económica. Aseguró ante los medios “la dolarización que se vive en el país, puede servir para el crecimiento económico de Venezuela”. “Estoy seguro de que me van a acribillar por esto que voy a decir: ese proceso (de dolarización) puede servir. Yo no lo veo malo porque la auto regulación de un país que se niega a rendirse permitió un intercambio nuevo, productivo”.
Maduro, desde su llegada a Miraflores en abril de 2013, se mueve con un discurso psicoemocional, violento, divisionista y fabricando enemigos y guerras ficticias. En su gobierno las crisis se han trasformado en algo complejo, según los diversos análisis integrales, cuantitativos y cualitativos. Esta realidad deriva en que 83,0% de los venezolanos apunten en señalar que Nicolás debería salir del poder en el 2024, año de las elecciones presidenciales.
Evidentemente, la revolución bolivariana para continuar con sus estrategias de sobrevivencia política necesita apoderarse y activarse más en las calles, pero existe un problema: la caída libre de su capital electoral. Haciendo una abstracción de nuestras investigaciones de opinión, las conclusiones inmediatas son: Nicolás perdió la calle, la popularidad del presidente es precaria (18,3% de acuerdo a nuestros datos cuantitativos), la magia revolucionaria ya no funciona en su práctica, las narrativas redentoras que los atornilló durante 23 años en el poder fueron a parar al basurero de la historia, emergiendo una gran brecha que da paso hacia el desamor de un proyecto político que esperanzó a un pueblo vulnerable y desesperado de ser visibilizado, por considerarse sujetos y no objetos.
Las protestas en Venezuela germinan con mayor fuerza a partir de febrero de 2014 contra el gobierno de Maduro, como consecuencia de la inseguridad, salarios, alto nivel de inflación, y la escasez de productos básicos. A partir de esa fecha la situación socioeconómica de los venezolanos toma una dimensión existencial compleja. Las protestas sociales brotan por todos lados, la crisis motiva a salir a manifestar hoy día. Sin embargo, salir a la calle a elevar la voz contra el gobierno de Maduro, en este momento histórico, es considerado ser un traidor a la patria. Lo importante es ser «rodilla en tierra” y mantener la vieja consigna chavista: “No importa que se pase hambre, lo significativo es mantener la revolución cueste lo que cueste”.
Lo que no razona o no quiere razonar el presidente Maduro, que lo grave está en que la mayoría de venezolanos ya no creen en su discurso de que la compleja crisis país convoca con urgencia un cambio en lo político. Sin embargo, en la acera del frente está una dividida oposición venezolana, moviéndose cada una en sus estrategias y tácticas, por cierto fallidas; sin enfoque compartido en cómo lograr el objetivo para la transición política.
Pareciera que la oposición juega a un todo o nada, en el ajedrez político quiere un jaque mate, incluso hasta se espera la visión de la deidad de sus líderes políticos… al ritmo que va el país, llegaremos al 2030 con la revolución en el poder. Cada dirigente de la oposición quiere ser la “tapa del frasco”, y lo más grave es que parecieran estar convencidos de que para tomar Miraflores hay que tener una postura heroica y no se ubican en la necesidad de construir una oposición política UNIDA. La oposición no supo aprovechar sus timing. Eso se paga, y Nicolás no va a dejar pasar su oportunidad por su trascendencia.
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