El recurso de la traición

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El Presidente de Ecuador, Lenin Moreno, no ha tenido más remedio que traicionar en forma cierta, evidente e inmediata a su antecesor, Rafael Correa. Su supervivencia política depende hoy de quebrantar la fidelidad que, obligatoriamente, debía guardarle a quien fue su mentor y durante un gobierno de diez años continuos se cubrió con un manto de pulcritud simulada. Pero que al mismo tiempo construyó una máquina que se comió vorazmente la mayor parte de las utilidades de la bonanza petrolera más grande de todos los tiempos. Que no volverá jamás.

Hace solo tres meses que Moreno asumió la presidencia y en ese corto período ha debido sacudirse con fuerza –como lo hacen los perros al salir del agua– parte de un lastre inmenso de corrupción heredado para que el país vea con sus propios ojos que la crisis económica que le sube pierna arriba no es culpa suya sino de quien le traspasó un país en bancarrota.

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Una vez asumió la primera magistratura, Moreno acudió de entrada a la prensa –el sector más odiado, perseguido y agredido por Correa– para extenderle la mano y ofrecerle plenas garantías de libertad y pedirle que no se pare en mientes buscando y denunciando todos los hechos de corrupción posibles. Por primera vez en años, los representantes de ese sector volvieron a ser recibidos con cortesía en el palacio presidencial y tardaron en digerir la inusitada propuesta que, en principio, daba para suponer que podría tratarse de una trampa sofisticada.

Lenin Moreno fue el candidato escogido por Correa para sucederlo y se entregó en cuerpo y alma a conseguirle el triunfo hasta lograrlo. El compañero de fórmula fue Jorge Glas –ladrón empedernido–, quien ya venía ejerciendo la vicepresidencia y también fue reelegido. Con esta partida de naipes quedó asegurada la presidencia de manera plena bajo la batuta de Correa: en caso que el actual Presidente muera –lo que no es nada descartable dada la fragilidad de su salud, producto de la tetraplejía que padece por un disparo que recibió en la médula espinal– el poder no tendría por qué perderse.

Pero Moreno optó, desde el primer momento que tuvo terciada la banda residencial, por atreverse a revelar que sería autónomo, le impidió de plano a Correa instalar una oficina personal en la casa de gobierno y, sin tardanzas, le retiró al vicepresidente Glas todas las funciones oficiales, los aviones y los carros que traía desde el gobierno anterior. Lo redujo a la condición que prevé la Constitución: ser un simple órgano congelado para entrar a funcionar en caso que el Presidente muera o se retire por cualquier motivo.

El paso siguiente consistió en abrir las compuertas necesarias para que corriera a rodos la primera riada de podredumbre de las coimas de Odebrecht, lo que involucra con evidencia meridiana a Correa, a Glas y a otra veintena de burócratas. Entretanto, desde Lima se abren paso las denuncias irrefutables, valerosas y constantes del exiliado periodista Fernando Villavicencio sobre la gigantesca tramoya de corrupción montada por Correa para saquear la riqueza petrolera del país, de lo que hacen parte, además, el Contralor, el Procurador, el Fiscal General, algunos bancos, la mafia y la Asamblea Nacional, entre otros. Se estima que la fortuna escondida de Correa supera los mil millones de dólares. Es el saqueo más grande de la historia al Ecuador.

“Lastimosamente, ingeniero Jorge Glas, lastimosamente el dedo apunta cada vez más hacia usted”, indicó Moreno en una declaración pública reciente durante su proceso de ruptura con sus correligionarios y predecesores.

La “Revolución Ciudadana”, acreditada marca política con la que Correa llegó al poder y asumió el control omnímodo de todos los órganos del estado, se cae a pedazos y hiede.

Pero Correa y los suyos todavía tienen en sus manos las cuerdas de la justicia que durante una década ha emitido fallos y sentencias redactados en la Presidencia de la República. Una serie de correos electrónicos revelados por la periodista venezolana Patricia Poleo muestran que todos los despachos judiciales del país obedecían directamente a la Presidencia de la República, por intermedio su secretario jurídico, Alexis Mera, quien –por otra parte– lleva tres meses esperando que Washington diga si lo acepta o no como embajador del Ecuador.

En uno de los correos, Correa aprieta a Mera para que ponga a Patricio Pazmiño, presidente de la Corte Constitucional, a fallar de manera arbitraria e inmoral en contra de la vernácula justicia indígena. “Que no pase lo de siempre, que te desentiendes de esto. Esta es tu responsabilidad”, ordenó.

De la misma manera, los rábulas de Correa –Gutemberg Vera uno de ellos– redactaron en sus oficinas una sentencia contra El Universo, el diario más grande del país, que condenó a sus directivos a pagar cárcel y una indemnización de 40 millones de dólares en castigo por haber emitido opiniones que disgustaron al Presidente. El fallo de primera instancia fue ratificado, sin controversia ni derecho a la defensa, en un tribunal de apelaciones y en casación en la Corte Suprema de Justicia.

No obstante, el correísmo, fiel a su propia y esencial impudicia originaria, no ha mostrado consistencia moral alguna ni solidaridad de cuerpo a la hora de la verdad. Mientras Correa se guarece en Bruselas y hace el conteo regresivo para ir a la cárcel –básicamente por ladrón– sus fieles mosqueteros de otros días, flaquean.  El congresista Jorge Yunda –para citar un caso–, quien prometía poner las manos sobre el fuego por Correa o lanzarse al suelo para servirle de alfombra todas las veces que fuera necesario, ahora se encoge de hombros para adoptar una posición más cómoda: “Uno se siente como hijo de padres divorciados, uno no sabe si irse con la mamá o el papᅔ.

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