La cafetería de cristal: crónica del robo en Franca de Los Palos Grandes

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Ha pasado una semana. Jennifer López va a la avenida Urdaneta a reunirse con la inspectora del Cicpc (Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas) a cargo del caso del que el jueves pasado fue víctima, ella y más de 10 personas, y que ocurrió en el café Franca en Los Palos Grandes a las cinco de la tarde, cuando la luz del sol aún está presente y para algunos es buena hora para compartir luego del trabajo.

Llega a la División de Robo del Cicpc, a pesar de que la cita se ha cancelado y cambiado de hora por razones ajenas. Toma asiento y desde una silla relata lo vivido en un asalto que estima que duró cinco minutos o una eternidad.

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La razón por la que Jennifer fue a este café de pared de vidrio que le muestra a todo transeúnte lo que adentro ocurre ni siquiera fue su elección. Tenía una reunión de trabajo a la que asistir.

“Iba a reunirme con un fotoperiodista el jueves para hablar de un proyecto de comunicaciones que tengo en marcha. Él me dijo que tenía una reunión previa allí con otra periodista, que casualmente también es mi amiga. A pesar de que me propuso encontrarnos cuando terminara esa reunión, yo le dije que si no había inconveniente podíamos reunirnos los tres y así aprovechaba para ver a mi amiga con quien tenía tiempo sin hablar”, dice López.

La hora pautada del encuentro era a las 4:30 de la tarde. Sus dos colegas llegaron mediahora antes, pero Jennifer se atrasó buscando un lugar donde estacionar en esa calle de locales y restaurantes de una de las zonas consideradas las más seguras de la ciudad.

“A un cuarto para las cinco entré al local. Mis amigos estaban sentados en una mesa en todo el centro del lugar. Es la más espaciosa porque tiene un sofá y frente a él un par de mesas pequeñas y dos sillas que dan la espalda a la puerta. Ellos estaban sentados en el sofá y yo elegí una de las sillas”.

Saludó, se sentó y no tardó en pedir un café con leche que nunca llegó. 

“Habrán pasado cinco minutos cuando veo que la cara de mi amigo, a quien tenía enfrente, se puso pálida y automáticamente levantó sus manos mientras su mirada permanecía fija en la entrada del lugar. Giré mi cabeza hacia la puerta y vi a una persona que entró con un arma en mano y gritó: «Quédense tranquilitos, quédense tranquilitos. No queremos que alguien vaya a alterarse aquí porque el primero que se altere, se levante o haga algún intento le voy a meter un pepazo»”.

Cinco eternos minutos 

Los cinco minutos siguientes a ese grito fueron eternos para Jennifer, quien supo que esa fue la duración del asalto al ver la hora del celular que escondió como pudo. 

“Entraron dos hombres, primero uno y a poca distancia, el otro. El que entró primero al local estaba armado, vestía todo de negro y en su pecho colgaba un morral negro y rojo. Tenía un tapabocas que se quitó y una gorra, pero se veían sus rasgos. Era joven de veintitantos años y su actitud mostraba que estaba alterado, pero también que no era la primera vez que hacía eso, aunque sí estaba nervioso o ansioso o quizás era la adrenalina, pero por la manera como se movía, hablaba y todo su lenguaje corporal era de una persona acelerada”, dice Jennifer.

Cuenta que detrás de él entró su compañero. Un hombre con una camisa de tela gruesa color beige y pantalón oscuro. “Tenía un casco de motorizado que cubría toda su cabeza, también unos lentes y una mascarilla, ambos oscuros. Él prácticamente no interactuó con nadie. Se quedó en la puerta y nos veía a todos desde una visión amplia del local. También veía a la calle por ser un espacio tan visible desde afuera”.

Cuando el delincuente armado entró “fuimos los primeros a los que vio, estábamos en el medio del lugar y se concentró en mi amigo. Lo amenazó. Quizá le dio la impresión de que él podía reaccionar a lo que estaba pasando”, narra López al recordar.

“Saquen los dólares, saquen los dólares, saquen las carteras que quiero todos los dólares que tengan encima”, fue lo primero que pidió el hombre con la pistola. Jennifer recuerda que él dio unas tres vueltas entre las mesas pidiendo billetes de la moneda extranjera que se ha convertido en más popular que el bolívar ante una economía de hiperinflación.

Después de recoger los dólares, “pidió los celulares y a uno de los clientes que fue a trabajar al lugar, le quitó su laptop y quien lo acompañaba, el teléfono y la billetera. A mi amigo le quitó el celular, el reloj y también la billetera. A mí me quitó el monedero, aunque tuve tiempo de sacar de él la cédula y la tarjeta de débito”, dice Jennifer, quien perdió dinero, los documentos de su carro y su licencia, pero “de las cosas que más me duele de haber perdido allí son las fotos de mi nené de seis años. En ese monedero guardaba una colección de fotos de mi hijo desde que era muy chiquito hasta la más reciente que le tomé para el colegio”.

Mientras el robo ocurría, Jennifer no solo estaba nerviosa, se sentía desprotegida sentada en esa silla. “En una total indefensión. Por eso mientras el delincuente estaba concentrado en las pertenencias de otra mesa me arrastré al sofá donde estaban mis amigos y allí terminamos apretados los tres. Entonces, por lo menos podía ver de frente lo que estaba pasando y me sentía un poco más protegida”.

Con este nuevo ángulo, se percató que no a todos les quitó los celulares. “Las cosas que se llevó fueron de manera aleatoria. No a todos, sino que se acercaba y quitaba cosas específicas. No sé si porque estaban a la vista o cuál era su criterio. Y entre las personas a las que no nos quitaron el celular estábamos mi amiga y yo”, dice.

El veinteañero con el arma se tomó el tiempo de pasear por las mesas varias veces y de volver a pedir las cosas de los clientes presentes. Estaba tan cómodo que al terminar de quitarles sus pertenencias se sentó.

“Se sentó en uno de los muebles del local a arreglar dentro del morral todas las cosas que nos quitó. Eso me impactó”, expresa Jennifer.

Los ojos de López también miraban a la puerta cada cierto tiempo, no para huir. “Una de mis preocupaciones durante el asalto era que alguien llegara, que un nuevo cliente quisiera entrar en ese momento. Pensé que de suceder eso la situación hubiese sido de mayor peligro aún”.

Minutos de esperanza

El atraco no terminaba, aunque hasta el ladrón creía que sí.

“Se levantó, caminó hacia la puerta y pareciera que entre paso y paso se percató de que no había pasado por la caja. Volteó hacia allá, amenazó al personal del local que hasta donde recuerdo eran tres mujeres y un muchacho. Con pistola en mano pidió el dinero de la caja”, relata Jennifer.

Aunque ella no pudo ver muchos detalles de cuánto efectivo se llevó, sí escuchó y observó que él lanzó “algo pesado hacia la puerta y lo agarró la persona que lo acompañaba”.

Terminó por irse. Se fueron de la misma manera en la que entraron, primero el hombre de la pistola y luego el que hizo las veces de vigilante. 

“Al salir, el que estaba armado nos dijo: «No quiero ver a nadie que salga de aquí, si alguno sale detrás de nosotros le voy a disparar»”, narra Jennifer, quien recuerda que se quedó dentro del local evitando que el colega con quien fue a reunirse saliera tan pronto se cerrara la puerta. 

Fue entonces cuando “los vi pasar en una moto por el frente del lugar. El que la manejaba era el que siempre tuvo puesto el casco, y a sus espaldas iba quien estaba armado y nos quitó nuestras pertenencias personales”. 

Jennifer cuenta que por minutos las personas tuvieron la esperanza de que la policía capturara a los delincuentes a tiempo, “pero la situación no daba para eso. A pesar de que los policías tardaron muy muy muy poco en llegar, ellos se habían ido en una moto y ya eran minutos perdidos”.

“Apenas se fueron los delincuentes mi amiga llamó al alcalde y pidió que mandara un patrulla a Franca y un par de minutos después llegó el primer policía, quien empezó a hacernos las preguntas de qué pasó y cuántos eran. Luego llegaron más policías. Ellos levantaron el reporte”, dice.

Pero “ahí quedó todo, nos dijeron que fuéramos a la sede de la policía en Chacao y eso hicimos, fuimos a poner la denuncia, nos tomaron la declaración y un inspector nos advirtió que no podía entregarnos la constancia de esta porque no tenían una impresora que sirviera”.

Ahora, en la División de Robo del Cicpc, Jennifer López indica lo que le informaron. “Al parecer no se hizo bien la transferencia del caso de Polichacao al Cicpc y es poca la información que ellos manejan de las víctimas, por lo que necesitan que más personas que estuvieron en este asalto vayan al Cicpc a denunciar y quizá tener una pista de donde pudieran estar los delincuentes”.

Un caso no aislado

A pesar de que este robo a distintas personas en un lugar público ocurrió a plena luz del día en una zona considerada segura, los delincuentes siguen libres. Y entre las dificultades para atraparlos está que hacer un relato hablado de un victimario que tenía casco, lentes oscuros y tapabocas es cuesta arriba.

Sin embargo, Jennifer destaca que en el Cicpc se maneja información que señala que se trata de personas que “aparentemente han cometido otros delitos en la misma zona anteriormente contra transeuntes. Por ello, están trabajando con imágenes de seguridad”.

Según Fermín Marmol García, director del Instituto de Ciencias Penales, Criminalística y Criminología de la Universidad Santa María, si bien los delitos violentos como son los robos agravados pueden constituirse como un modus operandi casual, también pueden ser realizados bajo una planificación. De ser así, considera que es probable que el estudio para evitar las cámaras haya sido hecho. 

“En este caso donde hubo muchas víctimas en un mismo sitio, es evidente que la banda criminal previamente va a estudiar el lugar, las vías de escape y el patrullaje de la policía municipal. Razón por la cual la hipótesis a priori indica que esta es una estructura criminal de dos o más individuos que han hecho un estudio previo del sitio del suceso y la supervisión en el cuadrante al que pertenece este bien inmueble comercial. Por lo tanto, sortearon el tema de alarmas, de cámaras, entre otros aspectos”, enfatiza el criminólogo.

El experto advierte que “esto lleva como consecuencia que no debe tratarse de un caso aislado, es decir, esta es una estructura criminal que ha estado involucrada en otros eventos, tal vez en otros municipios y que va a seguir actuando. Ellos traspasaron la frontera entre al emplear su astucia para cometer delitos contra personas y propiedad y ya utilizan como medio las armas de fuego capaz de quitarle la vida a alguien. Cuando ya han traspasado esa frontera de la psicología criminal sabemos que es una estructura que va a seguir activa, planificando eventos criminales y estudiando a las víctimas potenciales”.

Mientras García expresa su análisis ante el hecho, Jennifer recuerda que la noche de ese día, de ese jueves, el último de octubre, también fue difícil. Fue recordar algo que no desea que nadie viva.

Ese día me costó dormir, sin embargo, lo que pienso es que por haber pasado por una situación como esta uno no debe cerrarse a continuar con la vida y compartir con las personas que uno quiere porque es lo que uno se lleva, limitarme a dejar de hacerlo es prácticamente dejar de vivir. Voy a seguir saliendo, aunque a lo mejor me va a costar regresar a ese lugar, pero sé que no podemos castigar a estas personas que están emprendiendo, apostando al país y produciendo un espacio para que los venezolanos se tomen un café en la tarde y se distraigan un poco. Ellos hacen un trabajo honesto, no podemos dejarnos vencer por el miedo”, expresa.

Lea también: Franca se pronuncia ante el robo del jueves: “La inseguridad no se atiende negándola”

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Abigail Carrasquel
Abigail Carrasquel
Periodista venezolana

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