La cuarentena no impidió cumplir con la tradición de comer pescado

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A pesar del aislamiento social a causa del coronavirus COVID-19, los venezolanos no dejan pasar desapercibida la Semana Santa intentando mantener la tradición de comer carne blanca, entre ellas el pescado.

Como si fuese una procesión los vecinos en Petare salieron a las calles, pero en esta oportunidad para comprar. Personas por doquier era lo que se observaba.

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«No quisiera que nadie me tocara, pero con tanta gente no puedo ni avanzar», exclamó una mujer mientras intentaba pasar entre la multitud.

Con colas de hasta una cuadra se encontraban varias pescaderías, sin cuidar el distanciamiento social los ciudadanos aguardaban afuera de los comercios hasta poder entrar.

Sin embargo, había algunos negocios que ya no tenían pescado y solo ofrecían carne. Con un papel en la entrada que decía: «Disculpe no hay pescado, esperando el próximo», evitaban que los que deseaban comprar la especialidad del mar gastarán su tiempo para ser atendidos.

En donde sí había pescado la cantidad de personas en la puerta apenas dejaba ver los precios por kilo, entre ellos se encontraba: roncador 280 mil bolívares, caribe 170 mil bolívares, arenque 80 mil bolívares y el tradicional pescado salado en 200 mil bolívares.

«Siempre intentamos comer pescado en Semana Santa, es la costumbre, solo que con esta cuarentena hay más cola que nunca», expresó Valentina Marín.

Por otro lado, las carnicerías apenas si tenían compradores, la atención estaba centrada en el pescado, algunas personas entraban a comprar cosas puntuales, hasta un hombre que aprovechó para ofrecer tapabocas: «Te los traigo a 10 mil, llévate tu tapaboca contra el coronavirus», dijo.

Menos tiempo para comprar

Cuando el reloj marca las 10 de la mañana las sirenas de las patrullas policiales les avisan a los petareños que es hora de volver a sus casas.

Pero la idea de intentar restringir más personas en las calles acortando el tiempo de compras, que antes era hasta las 12 del mediodía, hace que más de ellos se encuentren al mismo tiempo en los establecimientos.

«Desplazándose a sus hogares» es lo que se escucha de los parlantes de los efectivos policiales cuando, después de un rato de tocar incluso cornetas, los negocios mantenían sus puertas abiertas.

Los que pudieron entrar antes de la orden de cierre se quedan a puertas cerradas en los negocios, esperando que terminen de desalojar las calles para poder salir uno a uno.

De este modo, el panorama se va convirtiendo en un espacio desolado que al día siguiente volverá a revivir con el transitar de los venezolanos.

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