Voto a voto, como contando y recontando pequeñas monedas de una gigantesca alcancía, el Perú se salvó de nuevo, esta vez por un céntimo, del regreso a la Presidencia de la República del asesino, secuestrador y ladrón Alberto Fujimori, quien reapareció mimetizado entre el cuerpo de Keiko, su hija, primera dama, cómplice y encubridora. Los que pudieron haber sido en la práctica el cuarto gobierno del dictador japonés y un nuevo baño de sangre para ese país, quedaron atajados con unos pocos votos de más obtenidos por el afable economista Pedro Pablo Kuczynski (PPK), de 77 años, ex ministro de economía, ex funcionario del Banco Mundial y miembro de la prestigiosa comunidad judía de Lima.
Ganador de la Presidencia a duras penas durante este, su segundo intento, PPK no tiene un poder parlamentario que lo respalde si bien es cierto que el partido de Fujimori es el que posee mayoría legislativa y la izquierda una sólida bancada que no lo quiere y mucho menos lo apadrina. Este panorama, entonces, lo obligará, probablemente, a gobernar por consenso y lo alejará de toda posibilidad de ejercer la presidencia en forma totalitaria, despótica y, obviamente, sin balancines, como lo hizo el autócrata que esta vez estuvo a un pelo de regresar por medio de su anhelante e insatisfecha hija Keiko.
Resulta esperanzador el hecho de que PPK carece de antecedentes cleptómanos, como sí los tienen Alán García, El Cholo Toledo o el convicto Alberto Fujimori, quien, hasta donde tengo noticia, continúa en una cárcel desolada de Lima en la que es el único preso y donde purga sus delitos de lesa humanidad, como los colombianos anhelamos que los pague Álvaro Uribe.
El momento que le corresponderá a PPK es el de un país en paz, próspero y estable. Lo recibirá de manos de Ollanta Humala, un chavista rezagado que al final se resguardó de la propagación de la bacteria populista conocida como socialismo del siglo XXI, efluvio maligno que ha desprendido cuerpos enfermos y materias corruptas en casi la mitad de América Latina, aunque se encarnizó sin misericordia en Venezuela y Ecuador, al punto que no existe antídoto que lo combata con eficacia. Humala prefirió entregarse a las ansias insaciables de su esposa (especie de conejita tercermundista y vestida de Play Boy) para dejarla robar a sus anchas. Pronto estará presa y se le reconocerá, sin embargo, que fue su providencial arribismo el que apartó a su esposo de las influencias insanas del difunto Hugo Chávez y, ahora, de las de Nicolás Maduro, el operario de camión que lo sucedió.
PPK está casado en segundas nupcias con la estadounidense Nancy Ann Lange, prima hermana de Jessica Lange, actriz ganadora de una estatuilla en la última entrega de los premios Oscar. Se formó como economista en las universidades de Princenton, de Estados Unidos, y la británica de Oxford. Aunque habla el español con acento gringo, como ocurría con el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, es, a pesar de su nacionalidad estadounidense (dice que acaba de renunciar a ella), fundamentalmente peruano. En los años 60 huyó del país, perseguido por la dictadura militar del general Juan Velasco Alvarado, que gobernó desde 1968 (cuando depuso al presidente Fernando Belaúnde Terry) hasta 1975. Regresó a Lima en 1980 convertido en todo un gringo hecho y derecho, y ejerció el ministerio de Energía, que aprovechó para concederle exenciones tributarias a las explotaciones de petróleo y gas, debido a lo cual la izquierda armada lo declaró objetivo militar. Solamente habían pasado dos años de su retorno al país cuando debió retornar a Estados Unidos para salvar su pellejo. Ejerció la dirección de Planificación del Banco Mundial y luego administró un proyecto minero en el África Occidental.
El principal mérito político que PPK que se atribuye a sí mismo es el innegable de haber sacado al país de la catástrofe económica que la encontró el gobierno de Alejandro Toledo y enfrentado, con valor pero sin mayor éxito, la corrupción totalitaria heredada de Fujimori, que dejó al país en la ruina absoluta.
PPK es lo que se ha dado en llamar neoliberal, capitalista salvaje, vendepatria, proyanqui, etcétera, virtudes estas, en todo caso, propias de todos los presidentes peruanos de los últimos tiempos, incluso de los que lo han negado con mayor ahínco.
Gobernará hasta sus 82 años de edad, entre 2016 y 2021. La senectud podría limitar sus actividades, lo cual resulta ser siempre una gran ventaja en los países de América Latina. Cuando los presidentes de esta región del mundo se recogen a robar exclusivamente, a bailar en los prostíbulos y a viajar, como lo hizo el colombiano Julio César Turbay, por catastróficos que resulten al final, los países salen notablemente gananciosos; no sufren los estragos que dejan los trabajadores incansables, como el sanguinario y corrupto Uribe, de Colombia; el actual, Correa, de Ecuador, o lo que fue el mismo delincuente peruano Fujimori.
Sin la tiranía de regreso, con la economía estable y esperanzadora, el afectuoso PPK podrá acostarse a dormir en el palacio de Pizarro desde el primer día y dejar que el país crezca en paz mientras él, merecidamente, sobrelleva su vejez sin agitaciones y continúa recibiendo los aplausos del mundo por la consolidación de su mejor obra posible en un gobierno que no ha comenzado todavía: haber derrotado a la ultraderechista populista Keiko Fujimori