Mañana en la batalla pienso en ti

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Quiero hacer una breve nota sobre el legado del escritor español Javier Marías, quien murió el domingo 11 de septiembre en Madrid con 70 años de edad.

Busco la definición de esa palabra, legado, y el diccionario me recuerda que se trata de una cosa material o inmaterial que se deja en testamento o se transmite de padres a hijos, de generación en generación.

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A tres días de su muerte es mucho lo que se ha escrito sobre su obra: vendió cerca de ocho millones de ejemplares de sus 14 novelas, cuatro libros de cuentos y decenas de colecciones de ensayos; sus libros se tradujeron a 46 idiomas y solo la novela de 1992 Corazón tan blanco, publicada en inglés en el año 1995, vendió 1,3 millones en Alemania, según detalló Clay Risen en un obituario publicado en The New York Times.

En su texto, Risen explica que Marías recibió prácticamente todos los premios reservados a un escritor en español y con frecuencia se le consideraba como favorito para ganar el Premio Nobel de Literatura.

Con todo y estos laureles, el legado que Marías dejó en mí es más silencioso, quizá más modesto, y, al mismo tiempo, más intenso. Imborrable en mi memoria.

En el año 2002 yo trabajaba como productora del noticiero vespertino de la emisora radial Radio Caracas Radio. Tres años antes había muerto mi madre, en un accidente de tránsito. En ese entonces llegué a creer que, de algún modo, yo moría un poco con ella.

Trabajaba porque era imprescindible, aunque todavía no me había graduado en la carrera de Comunicación Social de la UCV.

Así las cosas, mis días transcurrían casi que en modo de piloto automático. Rendía en las asignaciones profesionales, pero personalmente me sentía devastada.

Recuerdo los días de abril de ese año. Fueron jornadas intensas donde hasta los conductores de vehículos de la planta radial colaboraron al colocar el micrófono en las miles de ruedas de prensa que ocurrían a diario; porque los reporteros, como se dice en criollo, no se daban abasto.

De abril recuerdo los disparos en la avenida Baralt contra una manifestación que pretendía llegar al palacio de Miraflores. De abril recuerdo Puente Llaguno y sus pistoleros. También la locura que luego se acrecentó, conforme pasaban las horas, y se desconocieron los poderes públicos.

La supuesta renuncia del entonces presidente Chávez, y su regreso de película, dentro de un helicóptero; con el posterior juramento frente al crucifijo.

De abril también recuerdo mis pesadillas. En todas ellas había gente gritando. En todas ellas las personas caían sobre el asfalto luego de que alguien les disparara, sin misericordia ni piedad. En todas ellas sangre y muerte. Dolor y gritos.

Pero en abril llegó, al mismo tiempo, una cierta salvación a mi vida: la novela de Javier Marías Mañana en la batalla piensa en mí.

Han pasado 20 años de esa lectura. Mentiría si escribo que recuerdo con exactitud el argumento. Reviso en internet y una sinopsis breve me indica que el protagonista de la misma se llama Víctor Francés, y que se trata de un escritor frustrado que presta su pluma a otros.

Este autor es invitado a cenar a la casa de Marta Téllez, el personaje de una mujer casada a la que apenas conoce y cuyo marido está de viaje en Londres.

Víctor no podrá consumar el adulterio, pues Marta comienza a sentirse mal y muere. Él huye de esa casa y deja a un niño de dos años durmiendo en una de las habitaciones.

Añade la búsqueda que esa infidelidad no consumada obsesionará al protagonista de la historia; y el narrador se convertirá desde ese momento “en una sombra que se finge quien no es, que disimula sus intenciones, que no quiere ni busca nada pero, sin embargo encuentra”.

Mañana en la batalla piensa en mí, merecedora de los premios Fastenrath 1995, Internacional de Novela Rómulo Gallegos 1995, Fémina Étranger 1996 y Letterario Internazionale Mondello-Città di Palermo 1998, habla sobre el ocultamiento y el olvido, y sobre el engaño, que quizá es nuestra condición natural”, dice la sinopsis.

Para los críticos no es la mejor novela del autor. Para mí simboliza el inicio de la sanación de mi alma. Marías me acompañó por unos días y viajamos juntos hasta el pueblo costero de Choroní, en el estado Aragua, donde acudí para limpiarme de tantos pesares: de la ausencia intempestiva de mi mamá y de la sangre que de manera continua se iba destilando sobre las calles de mi extenuada y, al mismo tiempo, imbatible ciudad, Caracas.

Javier Marías nunca sabrá que fue un abrazo cálido en mis días de invierno en pleno trópico. Mucho menos que se llenó de sal y de arena en las costas del Caribe. Y ni imaginar que luego lo leería en un breve ensayo titulado “El relato como resistencia a la muerte” y que una frase extraída de allí se mudaría conmigo a cada una de las decenas de casas a donde he vivido en los años recientes.

“No creo que la literatura tenga alguna misión específica, ni siquiera sé si tiene función. Solo sé que hay textos que nos ayudan a comprendernos mejor a nosotros mismos o al mundo, o aun mejor que nos ayudan a ver lo difícil que es comprender nada y nos siembran una duda y nos hacen percibir lo incierto de todo conocimiento, la imposibilidad de saber nada”, asegura el autor.

Un párrafo que transcribí a mano en una especie de cartulina y que luego pegué detrás de las puertas principales de cada una de las casas donde he vivido. El equivalente, para mí, a esas sábilas o crucifijos que algunas familias ubican a la entrada del hogar para protegerse de cualquier mal o peligro.

Ya no recuerdo si la cita la extraje de la revista literaria Imagen. Pero eso ahora no importa. Lo que sí recuerdo es que ha sido como una especie de letanía de rosario que me repito cada mañana, y que durante años me dice, de manera amorosa: “No desesperes. Tampoco busques explicaciones o respuestas únicas. No existen. Y si insistes mucho en buscar alguna congruencia dentro de lo disruptiva que es la vida, hazlo, al menos, a través de la ficción, de la creación”.

¿Por qué? Porque en palabras sencillas, como lo explica Sandra Navarro Gil en su ensayo “La literatura según Javier Marías”, la ficción es el reino de lo que pudo ser y nunca fue, y solo allí se llega a un futuro posible de la realidad.

Así sobreviví. Así he sobrevivido. Desplazándome entre la realidad, y el registro que hago de ella gracias al oficio de periodista; y los márgenes de la ficción, donde imagino distintos y más esperanzadores finales para cada historia atroz que he llegado a conocer.

Por eso, que no es poco, mañana en la batalla pensaré de nuevo en ti, Javier.

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