«Perdona a tu pueblo, Señor»

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Son las 23:13 de la noche en España. Una noche en la quedará fija en nuestra retina el puñetazo que le atiza un jovenzuelo gallego al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en su Pontevedra natal. 

Acabo de colgar el teléfono tras una conversación con otro joven de Pontevedra, una ciudad muy pequeña donde al final todo se sabe y todos se conocen. Este, menor también, tiene risa floja cuando le pregunto por este chaval desorientado en la vida, el agresor. 

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Le pregunto qué es lo que le hace gracia y me responde «buah, es que le dio de lleno en toda la cara y le dejo sin gafas». Vamos, que Andres de V., alias Capi, se ha convertido en un minihéroe para esos minicerebros que están todavía en fase de desarrollo. «Es que todos los de las Mocedades Galegas son así y más estos que van al fútbol a armar bronca. Está con los radicales del Pontevedra, los Mocidades Granates», me cuenta. O sea, más de lo mismo: Ultrassur, Riazor Blues, Boixos… pero esta vez de Pontevedra.

Como de juguete. ¿Pero este chico a qué se dedica?, le pregunto a mi interlocutor. «No sé, a lo mismo que todos» obtengo como respuesta. Más gallego imposible. Uno no sabe si sube o si baja. ¿Pero a ti te parece bien lo que ha hecho?… «Es que me ha hecho gracia», tengo como respuesta. La respuesta de la ignorancia. En este caso ha situado a Pontevedra en el mapa; pero en el de la ignorancia y el retraso.

Mírenle si no, con esa cara imberbe y un tanto apardalada, cómo sale en la fotografía esposado por la Policía pero sonriendo y haciendo el gesto de la victoria. Estoy seguro de que su gesta no ha sido iniciativa propia; este tipo de valientes lo son detrás de las redes sociales, donde sus perfiles son privados y sólo quién él quiere (los de su círculo) pueden ver y leer las barrabasadas que escribe. 

Sospecho que tras él hay un encargo: «tu suelta el puño y dale bien. Total eres menor y no te va a pasar nada. Un rato de «correctivo», bronca en casa y luego ídolo de masas de descerebrados», supongo que alguien le diría. Porque él solito no lo planifica. Pero esto es sólo fruto de mi mente calenturienta.

Y ahora, ¿qué? El chaval se ha pasado todos los pueblos posibles, a Rajoy le ha dado un argumento (además del puñetazo) y éste ya lo está amortizando; ha aparecido en La Coruña horas después sonriente… y sin gafas. Y que no me diga su equipo de Campaña que no tenía otras de repuesto. Hay que dejar claro que hoy es una víctima, y la imagen inmediata es la de Presidente sin gafas. Y si fuera listo, que lo es, diría que este ataque es consecuencia del aliento a la violencia que los insultos de Pedro Sanchez, candidato del PSOE, le propinó en TVE el pasado lunes. Estamos en campaña y todo vale. 

Pero volvamos al chaval, ese quinceañero que es capaz de apellidarse con todo tipo de adjetivos que estoy seguro que desconoce su significado, un chiquillo capaz de amenazar de muerte a un periodista, Eduardo Inda, de amenazar al Partido Popular con organizar un atentado contra ellos, blablabla. Da un poco la risa leer cómo defiende al régimen castrista de Cuba y tratar de argumentar una defensa y alabanza de documentales proCastro cuando me jugaría el cuello a que ni siquiera los ha visto. Es más, no creo que sepa ni siquiera situar Sierra Maestra en el mapa de Cuba, si es que no confunde la isla con Barbados señalándola en un mapa. ¿Sabrá quiénes fueron José Martí o Camilo Cienfuegos? Pues eso. 

A veces los complejos tienen esas cosas: buscan válvulas de escape en zonas de refugio donde la mediocridad y la falta de recursos les lleva a intentar destacar utilizando la radicalidad como símbolo de distinción. Y no es que el niño venga de los suburbios y playgrounds de Harlem, del mundo de la droga y la oscuridad. Todo lo contrario, su familia es una familia con formación y educación. Buena posición. Eso sí, lo que haya pasado en esa casa con la puerta cerrada solo ellos lo saben. Pero suena a que este niñito necesita un Hermano Mayor con mano recia. 

Bueno, crecerá y ya se arrepentirá. Si no lo hace, habrá fracasado y ya no le veremos en los correcionales sino, ojalá que no, en centros donde a veces ve la luz del sol. 

«Perdona a tu pueblo, Señor» cantaba mi abuelo.

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