«No hay nada que pueda salvarte más que aquello que te sostiene en la soledad»

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Martha Durán acaba de ganar la XXII edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana con su novela Ver morir a los perros.

La autora, nacida en el estado Trujillo en el año 1976, presentó su obra con el seudónimo Miss West; y el jurado, integrado por los escritores Elena Cardona, Mariano Nava y Fidel Maguna, decidieron por unanimidad reconocer su creación entre 139 manuscritos originales.

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En el año 2017 emigró a España, junto a su esposo y su hija. Vive en Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid. Desde allí comentó, con toda la frescura y la transparencia de un río, que hubo un momento que no se creyó este triunfo.

Sencilla y cálida, Martha acepta la entrevista vía telefónica.

Pareciera que desconoce las palabras apariencia, representación, montaje. Uno intuye que lo postizo jamás la ha visitado. Y que detrás de ese hilo de voz, que reúne tonos andinos, caraqueños, maracuchos, y ahora españoles; solo hay observación, reflexión, y una búsqueda discreta de la verdad.

La Fundación para la Cultura Urbana comenzó la edición de su novela, para su posterior publicación. Ahora lector alguno puede conocer esta obra. Sin embargo, conversamos con la autora sobre su proceso de creación, sobre la diáspora, la migración venezolana, y tantos otros temas comunes a los venezolanos, se encuentren o no dentro del país.  

– ¿Cómo te sientes tras haber ganado por decisión unánime del jurado, en un concurso que evaluó 139 manuscritos?

-He pasado por todas las etapas. Primero la mente en blanco, de no poder creerlo. Luego, pensar que me lo estaba inventando; en mis ganas de que así fuera. Después, con calma, entendí que esto significaba un cierre.

Esta novela la he estado pensando desde antes de 2017. Pensándola. Y ya se concretó. La empecé a escribir a finales de 2020. Después la terminas, la corriges dos, tres, cuatro veces, y sientes que es un proceso que no termina nunca; porque mientras no se fije la novela en papel, con una publicación, yo podría estar corrigiéndola toda la vida.

Empezando por allí, es un cierre que te da una tranquilidad enorme para seguir adelante. Es un proyecto culminado. Ahora viene un proceso muy bonito que es ver tu libro en papel, y que la gente lo lea, que es una de las cosas con las que uno sueña más.

El hecho de que haya sido una decisión unánime es un honor grandísimo. Así como la cantidad de manuscritos que concursaron. Uno sabe que hay gente valiosísima que envió sus obras: es de los concursos más importantes que quedan en Venezuela.

Siento que este premio es un honor, una responsabilidad y una alegría inmensa.

– Para quienes no te conocen, ¿quién es Martha Durán?

– Uno es muchas cosas. Cuando te hacen una pregunta así, uno comienza, inevitablemente, a definirse por lo que ha hecho durante su vida.

Estudié Letras en Maracaibo, mi ciudad adoptiva porque soy de Trujillo. A los 17 años me fui a la Universidad del Zulia (LUZ), y allí me quedé por más de 10 años.

El estudio, que va trazando tu camino, te define ciertas cosas. Una de ellas fue irme a Caracas, a hacer la maestría en Estudios Literarios de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y, mientras estudiaba, trabajé en la Sala Mendoza durante cuatro años.

Fue una experiencia genial porque hizo que el mundo del arte y la literatura quedaran unidos por siempre conmigo. Ese es el lugar al que siempre he querido ir.

Después volvería a Maracaibo y ya luego, con mi esposo y mi niña, nos vinimos a España en el año 2017.

Si quisiera atajar tu respuesta, ¿puedo resumir que eres una artista, escritora, esposa, madre y migrante?

-Una vez que ya eres inmigrante, no lo dejas de ser nunca. Eso también te define, y no necesariamente para mal. En el sentido del extrañamiento y de la nostalgia del país; que siempre está allí. Sino también en otros sentidos, en la parte más amplia del término.

Empiezas a ser una extraña en tu país, siendo también una extraña en otra parte.

– ¿De qué va tu novela Ver morir a los perros?

-Es la historia de Camilo Arias, un profesor universitario de literatura quien vive en la ciudad de Maracaibo solo con su perro; y se centra en el mes de marzo de 2019, cuando ocurrió el apagón en todo el país.

Fue un hecho muy significativo. No es por nada que se han escrito cosas, que se ha hablado mucho sobre eso, porque tanto para quienes estaban en Venezuela (mis padres todavía vivían allí en ese entonces) como los que estábamos fuera, concretamos un sentimiento que ya estaba presente.

No fue una oscuridad solamente física sino también simbólica. Un poco para dar cuenta de un país que se resiste a que lo sigan viendo como desvalido, como algo que no es realmente; porque sigue andando, sigue en pie, sigue funcionando.

Pero esa imagen que se tiene del dolor y de la oscuridad que se vive ahí, de alguna forma se vio reflejada con ese apagón. Sobre todo, los sentimientos encontrados que tenemos.

Si querías resolver algo no podías. Tenías que sortear muchas cosas. Y aunque tuvieras la mejor disposición o los medios para hacerlo, hubo momentos cuando el “no se puede” era “no se puede”. La novela se centra en eso.

A raíz de ese evento, hay una especie de constelación de otros personajes que confluyen en la vida de Camilo. Se van enlazando otras historias con la suya. Ocurre un quiebre, a medida que van pasando los días y las experiencias.

– ¿Qué significa Miss West, el pseudónimo que usaste al concursar?

-Cuando estaba haciendo los trámites para enviar mi novela al concurso, yo estaba leyendo Una habitación propia, de Virginia Woolf. Allí se hace mención a una escritora, que en realidad se llama Rebeca, y luego Woolf se refiere a ella como Miss West.

Proceso de creación

-Hablemos del proceso de creación de la novela: ¿Cuándo la comenzaste, y cuánto tiempo le dedicabas al día?

-Fue algo raro, pero lo primero que me vino a la cabeza fue esa imagen verbal: Ver morir a los perros.

A partir de allí, junto a otra imagen que está como a la mitad de la novela, tenía una escena ya lista en mi cabeza. Fue lo primero que escribí, y empecé por la mitad.

Comencé un proceso de documentación durante la pandemia, como les pasó a muchos; pues tenía más tiempo para trabajar en mis propios proyectos.

Estaba leyendo mucha poesía. Autores de Maracaibo, del grupo literario Apocalipsis: Hesnor Rivera, Miyó Vestrini, entre otros; y me senté a escribir en el último trimestre de 2020.

Escribía por las mañanas. Cuando hay niños sabes que cuando ellos duermen tienes un tiempo precioso para hacer un trabajo en solitario. Desde antes de las 6:00 de la mañana hasta las 10:00am, más o menos, me sentaba a escribir y generalmente escribía uno o dos capítulos al día.

A veces pude estar una semana con un solo capítulo, y terminé en febrero de 2021. Tenía la novela bastante clara, sí.

Esa es la primera parte: volcar en la escritura todo lo que tienes dentro. Después sigue un proceso que es bastante largo, que está entre la escritura y la corrección.

Es una revisión: puedes mover cosas importantes. Ahí estuve alrededor de tres meses más.

-A juzgar por el tiempo en el que la escribiste, podríamos deducir que tienes oficio de escritora consolidada. No fue una cuestión de inspiración.

-Es la primera novela que escribo. Siempre había escrito cuentos, y yo creo que eso me ayudó. Escribir cuentos es mucho más rápido. Vas cerrando escenas, cerrando momentos. Aquí trabajaba los capítulos y los iba cerrando de forma similar.

No desde el punto de vista narrativo, pero sí en el ritmo de la escritura, aunque le dediqué muchísimo más tiempo del que se le puede dedicar a un cuento.

– ¿Cómo te llegó la idea, ocurre de pronto, como una especie de fogonazo, un flash, o a través de sueños, lecturas? Cuéntame un poco de eso.

-Yo creo que es muy raro que el proceso no sea así. Digamos la primera imagen, cuando se te ocurren las ideas. Cuando empiezas a pensar cómo lo vas a plantear.

Ciertamente tiene que ver con algo que te toca directamente y que en tu mundo, de alguna forma, hay esa necesidad de contar algo que tú estás viendo.

Siempre he estado ligada al mundo universitario. Mis padres son profesores universitarios de la Universidad de Los Andes. Mi madre de Lengua y Literatura y mi padre de Ingeniería.

Yo también di clases en la Unica, Universidad Católica Cecilio Acosta, en Maracaibo. Estás en ese mundo y ves muchas carencias, muchas situaciones difíciles.

Injustas, en muchos casos, porque en algún momento los profesores universitarios, en la historia reciente de Venezuela, siempre fueron muy respetados y muy valorados por la sociedad. Incluso por los gobiernos.

El profesor universitario se fue viniendo a menos, por condiciones que fueron desmejorándoles la vida. Y obviamente esto tiene que ir, digamos, hacia adentro: lesionar cosas de la persona.

También hubo lecturas. Recuerdo que por esa época leí un cuento de Norberto José Olivar que se llama “Una muerta maravillosa”, y bueno… me lesionó, me dolió.

Me pareció hermosísimo, pero a la vez duro. Ahí se fue gestando la idea de querer contar cosas, muchas cosas, sobre eso.

En mi caso, la imagen que tenía clara era la del personaje, la del profesor de literatura, y Maracaibo. Al escribir le rendía una especie de homenaje a esa ciudad, y también le expresaba una especie de nostalgia. Ella me acogió tan bien y eso hizo que, de alguna manera, intentara retratarla.

– ¿Cuándo supiste que serías escritora?

-Siempre tuve claro que quería ser lectora, pero escritora no me sentía capaz. Porque tú lees, lees y lees, y dices: “Guao, no voy a escribir jamás algo así”.

Incluso, al terminar de estudiar Letras mi idea era dar clases.

Quería, sobre todo, estudiar literatura. Entender las novelas, las obras que leía, la poesía. Analizarla, no como autora sino como lectora.

Pero bueno, ya después, siempre estás haciendo un ejercicio, luego otro, y así vas probando. Hasta que vas, de alguna manera, entendiendo que puedes hacerlo y que puedes escribir otro poco; que a lo mejor este te quedó bien, este te quedó un poquito mejor; y justo en ese momento fue cuando me di cuenta de que el proceso creativo me gustaba muchísimo. Aunque sufra mucho, porque yo no soy de los escritores que la pasan bien escribiendo.

Es un sufrimiento sabroso, si lo decimos en venezolano. Estás luchando contigo mismo, con tus conocimientos, y con tus emociones. Es muy agotador el proceso y, al mismo tiempo, de las mejores experiencias que hay.

Es un poco adictivo también. Terminas una cosa y empiezas otra, y así vas. Ya después no puedes parar de escribir.

– ¿Recuerdas ese primer escrito?

-Sí, fue cuando hice mi primer taller de escritura, de narrativa, con Orlando Chirinos, en la Universidad de Los Andes.

Nos inscribimos un grupo de la universidad. Yo tenía un cuento que era como un resumen de la vida de un personaje. Un texto lleno de datos. Espantoso.

Era bastante malo, una biografía. Y Orlando Chirinos me dijo: “Vuélvelo a escribir y quítale todos los datos”.

– ¿Entonces ya para ese entonces querías escribir?

-Es que tú puedes escribir muchas cosas para ti, pero el paso de mostrarlo y de que otro lo lea, yo creo que es uno de los pasos más importantes para la escritura.

Uno escribe para uno mismo, pero, en realidad, eso es mentira. Porque si fuera así, escribes tu obra, tienes tus libros y te gustas tanto, ¡que ya!

Mentira. Eso es mentira.

¿Sabes qué? Yo soy una defensora cien por ciento de los talleres de escritura. ¿Para qué? Para que lleves tus textos ante otros, ante un lector potencial, y hagas el ejercicio de exponerlo; y de salir de esa dinámica de escribir para ti misma.

A partir de ese primer clic dirás: “Mira, mira, lo que escribí”. Y que el otro te diga: “No me gusta nada”, “cambia esto”, “es aburrido”, “está muy bien”.

Ese diálogo es fundamental y no puede darse con los amigos. A menos que tus amigos sean escritores.

Sería como que me dijeras que le enseñas todo a tu madre. ¡Claro que le puedes enseñar todo a tu madre!, pero ir a un taller es enfrentarte al Otro. A su objetividad, y también a su subjetividad.

El segundo taller, de Monte Ávila Editores, fue con Carlos Noguera. Yo estaba en Maracaibo y tenía una necesidad grandísima de hacer maestría, de irme a Caracas.

Allí compartí con Gabriel Payares y Keila Val de la Ville, entre otros. Para ese entonces escribía con más constancia.

Después hice un libro de cuentos y en el año 2007 quedó finalista mi libro, en el Concurso de Autores Inéditos, que se publicó posteriormente.

– ¿Cuál es tu rutina de trabajo?

– No escribo todos los días, pero sí procuro leer a diario. Y antes de escribir un nuevo proyecto hago una pausa para pensar cosas, para nutrirme.

Mientras mi hija está en el colegio, aprovecho la mañana para escribir. Vivo en Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid, y doy clases en varios centros culturales. Dicto cursos de novelas, de escritura creativa, de cuentos, y ahora estoy con uno sobre puras narradoras. Dedico las mañanas a preparar mis clases, y las tardes más algunas noches estoy con los cursos.

Maracaibo o el impulso para escribir una novela

– ¿Cómo se puede conciliar la idea de una ciudad tan festiva y luminosa como Maracaibo, que uno tiende a asociar con alimentos como los patacones o la música de la gaita; con el drama económico y social que también alberga?

-Yo recuerdo que llegué a Maracaibo en el año 1993, en plena feria; y yo venía de un pueblo, de Trujillo, de los Andes.

Uno es más callado, más tímido. Y ya yo, a la semana, tenía mis diez mejores amigos. Luego esa ciudad cambió tanto, porque antes de venirme, en el año 2017, había una tristeza en el ambiente, en la gente.

Aunque el maracucho siempre está bromeando, se percibía ese dolor en el colectivo, y eso es muy fuerte.

Esa es una sensación que, de alguna manera, me empujó a escribir por esa ciudad tan bonita. A la vez, sientes que la estás extrañando sin haberte ido. Fue uno de los impulsos que me hicieron escribir la novela.

-Si te fuiste a España en el año 2017 y comenzaste a escribir en el 2020, significa que cargaste con ese “guayabo” durante tres años; dicho en buen venezolano.

-Es un guayabo que se extiende a todo el país. Es un sentimiento por el país entero.

– ¿Qué sientes?

-Esto de lo que ya se ha hablado tantas veces. Esto de que estando allí, ya sentías que te habías ido. Fíjate, en los dos últimos años que estuve en Maracaibo yo no tenía con quién tomarme un café. Ya no tenía amigos en la ciudad. ¡Es que no tenía a nadie!

No conocía a nadie. Me había quedado sola en esa ciudad donde tenía tantísimos amigos. Mantenía mi amistad con Valmore Muñoz, profesor de la Unica; y con dos o tres más. Pero si un fin de semana me provocaba tomarme un café con alguien, no había con quién. Todos se habían ido.

Es un poco esto que llaman el insilio: sentirte extraño, ajeno, sin que haya habido una distancia geográfica, sin que te hayas tenido que desplazar, moverte de tu tierra para sentirte así.

– ¿Esa sensación persiste, aunque tus padres estén ahora contigo en Madrid?

-Sigue. Ya en Venezuela yo no tengo familia de sangre. Solo amigos, sobre todo en Caracas. Pero, aunque ellos estén aquí, es como si arrancaras una raíz, una planta, que se trae todas las raíces.

La plantas en otro lugar, pero, de alguna forma, en esa tierra se vienen muchas cosas y se extraña una cosa particular de humedad, de tacto, de la tierra, que es como si te hubiese quedado un hueco que no vas a llenar, realmente, nunca.

Uno se va transformando en otra cosa. Tiene que ver con algo que realmente quieres mucho.

– ¿Cambió tu forma de escribir al mudarte a España? ¿En algún momento te paralizaste o, por el contrario, todo ha fluido de manera más armónica?

-Es curiosa esa pregunta porque cuando escribes tú no estás pensando en un lector real, pero sí tienes un lector ficcional, ficticio, en mente. Tienes un destinatario.

Cuando tú estás en tu país tienes muy claro a ese lector ideal, el que tienes en tu cabeza. Sabes cómo hablarle, lo conoces, sabes qué le da risa, qué lo pone triste. Conoces su lenguaje.

Cuando te vas a otro país, aunque sea la misma lengua, es un lector desconocido. ¿Sabes? Tienes que comenzar por saber quién es. No es que estás escribiendo para él. Es que, de alguna forma, ya no sabes para quién escribes.

Es como si se te desdibujara ese lector ideal, porque te gustaría hablarle a tu lector habitual, el natural, que es el venezolano o latinoamericano; pero también te gustaría hablarle al del país en donde estás ahora.

Yo tendría que decir que si algo cambió un poco es eso, ese lector ideal. Escribes con algo menos claro en mente.

-Si no es muy personal, ¿por qué te fuiste?

-La niña acababa de cumplir dos años cuando nos vinimos. Era el año 2017, cuando hubo tres meses de protesta bastante fuerte.

En Maracaibo llegó un momento que trabajábamos para pagar camiones cisternas. En ese momento no existía la posibilidad de abrir la llave del grifo y que saliera agua. Los camiones eran cada vez más caros, más los apagones.

Fue un año muy difícil. Todo era tan cuesta arriba. Había cansancio y pensamos en la niña: en buscar un lugar donde estuviéramos tranquilos.

Yo puedo sortear otras condiciones, pero no la inseguridad. Esto de vivir con miedo todo el tiempo, a mí me paraliza mucho.

Llegó un momento que ir a la panadería de enfrente a comprar algo me daba miedo. Maracaibo es una ciudad muy insegura.

– ¿Extrañas?

– ¿A Venezuela? ¡Sí, sí, claro! La extraño todos los días. Uno extraña todos los días muchas cosas y es, además, un extrañamiento bonito. ¡Claro! Es que viví una vida muy bonita allá, y Venezuela sigue estando ahí.

No tenemos por qué sentir que hemos enterrado un muerto: Venezuela está ahí y está viva. Y el día que quiera volver, va a estar allí.

Extrañas cosas, pero sobre todo extrañas a la gente.

-En este mundo que a ratos se torna tan difícil de comprender, o en el contexto de Venezuela donde pudieras llegar a sentir que no siempre sucede lo que esperas; ¿Qué crees tú que puede aportar tu escritura, tu poesía, a este mundo y a su manera de apreciarlo, de entenderlo?

-Mira, a veces tú abres una novela y te encuentras con una frase, como la de Margarite Duras, en El amante, que dice: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde” y tú dices: “¡Uf!”

Es una frase que te lleva a otro lugar y te da a entender una profundidad en la imagen, tan dura y a la vez tan hermosa.

No sé si es la pregunta del millón: preguntarse por la función de la literatura. Para mí no la tiene, y la tiene toda. Es decir, no hay nada que pueda salvarte más que aquello que te sostiene en la soledad. Cuando menos dependes del Otro, de las condiciones externas. Es como si te sacaran frases e imágenes de ti misma, como si te estuvieses leyendo por dentro.

Entonces, lo que yo escribo no sé a dónde va. Yo espero que mucha gente pueda encontrarse con una frase que pueda subrayar en el libro. Si dice: “Me gustó esta frase”, yo me doy por servida.

¿Por qué? Porque desde el lado del lector es de las experiencias más enriquecedoras que hay. Aunque ellas te lleven a lugares donde de pronto no te gustaría estar, pero que reconoces que era necesario que estuvieras, para conocer ciertas cosas.

Lo que yo escribo no sé, pero lo que escriben otros tiene que estar en este mundo. Si no sería un mundo solo de guerra, de política, o dinero; y ese sí sería un mundo horrible.

– ¿Qué presentas tú al mundo en Ver morir a los perros?

– Voy a citar una imagen de un gran amigo mío, Valmore Muñoz. Él pudo leer la novela. Cuando la terminé se la envié y la leyó.

Él me dijo: “Tu novela es una novela para solitarios, pero es una novela de acompañamiento. Uno se siente acompañado, uno se siente escuchado”.

Me quedé con esas palabras y para mí fue suficiente. No sé si realmente logre entender al Otro con mi novela, pero al menos sí sé que quiero escucharlo.

Esa es una intención en mi escritura: desprenderme de mis propios prejuicios, de mis propias ideas (aunque es imposible que suceda del todo), y escuchar al Otro.

De alguna manera, este amigo mío lo pudo percibir y eso me gustó. Lograr eso ya para mí es suficiente y a la vez me sostiene a mí también. Escuchar al Otro en las lecturas, pero también escucharlo, incluso, en las noticias.

Cuando a la gente le dan el micrófono para hablar y puede decir lo que siente y suelta su frustración; o cuando lees un reportaje donde alguien está relatando su experiencia. Todo eso es tener el oído atento a lo que siente y piensa el Otro y de allí van saliendo voces, las voces de tus personajes.

Sus deseos, hacia dónde quieren ir. Es un ejercicio más de escuchar que de cualquier otra cosa. Después, cada quien tendrá su forma de escribirlo. Pero antes, es importantísimo escuchar. Porque si no estás escribiendo para ti, por ti, y eso termina siendo un ejercicio muy ególatra.

Crédito de la foto: Amadeo S. Nascimiento

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