Docentes se diversifican: buscan nuevas formas para ganar dinero

La situación económica en Venezuela ha afectado a todos, en especial a aquellos que dependen de un sueldo mínimo integral que, desde el último anuncio presidencial, el pasado 1 de mayo, se ubica en 10 millones de bolívares, lo que equivale a aproximadamente 3,21 dólares mensuales a la tasa oficial de este lunes 7 de junio.

Este es el caso, sobre todo, de los docentes de los planteles públicos, quienes en reiteradas oportunidades han exigido mejores condiciones laborales porque el salario no les alcanza. Y mientras el gobierno de Nicolás Maduro analiza diversos escenarios para comenzar clases semipresenciales o presenciales en octubre de este año, según informó el ministro de Educación, Eduardo Piñate, el fin de semana, los educadores más de una vez han condicionado el regreso a las aulas a recibir una mejor remuneración económica.

Desde HispanoPost conversamos con dos profesionales de la educación, quienes han tenido que diversificarse y reinventarse para poder seguir adelante. Ellas cuentan sus experiencias.

Marlin Ñañez, maestra de preescolar, ha logrado huirle al hambre dentro de su hogar, pero eso no le ha evitado verle la cara a la tragedia en el salón de clases: “Yo trabajo en el turno de la tarde y llegó un niño que no había cenado. No había desayunado y no había almorzado, ese niño en el salón lo veía decaído, estaba pálido. Cuando le pregunto qué le pasaba, me dice que no había comido desde la noche anterior. Ahí se me partió el corazón, horrible, porque yo como mamá (…) uno deja de comer para darle de comer a comer a sus hijos”.

Ella es docente de educación preescolar, trabaja con los niños más pequeños, iniciándolos en la educación. “El sueldo es un sueldo súper bajo, que es un sueldo base de 1.365.000 bolívares. lo que nos incrementa un poquito son los bonos que nos dan. Cinco dólares los gasto, por decirte, haciendo mercado y traigo medio kilo de carne, como cuarto de kilo de queso y una avena. Es difícil”.

Oriana Aponte prefirió dejar de dar clases para enfrentarse de frente con la pandemia de la COVID-19 desde la Unidad de Cuidados Intensivos de una institución sanitaria. “A pesar de la situación que estamos viviendo en Venezuela, me siento orgullosa de laborar y tener dos profesiones que me gustan. Como maestra ha sido difícil porque no es fácil vivir un salario mínimo para mantener a una familia y recurrí a mi otra carrea que tenía guardada, escondidita, para cuando se presentara algo”.

Detalló que como maestra gana alrededor de 3.500.000 bolívares quincenales, un estimado de 1,12 dólares al mes. Comenzó a trabajar como enfermera atendiendo pacientes positivos para COVID-19 en el área de cuidados intensivos, porque siempre sintió curiosidad “de ver si de verdad existía el COVID y sí, fue una experiencia magnifica, pero también dolorosa, porque uno ve morir a muchas personas a raíz de esa enfermedad. Nunca he sentido miedo”.

Además, su situación económica cada vez se complicaba más. “Se me hacía muy difícil, porque tengo dos hijas. Soy madre soltera, tengo que luchar sola por ellas y se me hacía muy cuesta arriba. Daba tareas dirigidas, también. Prácticamente no las veía porque estaba hasta los fines de semana ocupada”.

Reinventarse y salir adelante

Ambas docentes tuvieron que hacer uso de la creatividad y reinventarse, buscando nuevas formas para ganar dinero. Esta decisión fue la que llevó a Aponte a ser una de las tantas heroínas de la salud, mientras que Ñañez la impulsó a aventurarse con el negocio de comida, que no fue tan próspero como esperaba. Luego decidió seguir dando clases, pero desde su casa.

“Me empezó a afectar en abril, ya que tuve inconvenientes familiares fuertes y me tocó ser como la cabeza de la casa. Mi esposo queda desempleado, mi papá es pensionado, mi hijo tampoco trabaja y me tocó a mí con un sueldo de esa base, que no nos daba. Tuve que hacer y vender tortas, galletas, ponquecitos y después se me ocurrió la opción de poner en la casa las tareas dirigidas y con eso, gracias a Dios, me sustento un poco más, pero si siguiera viviendo con el sueldo de docente, no llego”, contó Ñañez.

Contó que cuando comenzó con las tortas iba bien, pero al rato empezó el descenso. “Empecé con mis niños otra vez, porque la profesión de docente no es por el ‘súper’ salario, sino por el amor que uno le tiene a lo que uno hace. De verdad, que me encanta trabajar con mis muchachitos, es muy sabroso, pero el sueldo no ayuda. Fui reinventándome, igual trabajaba con los niñitos. Después comenzamos a vender perros calientes, pero en ningún momento me ha dado chance de decaer porque no puedo”.

La maestra de preescolar aseguró que no es la única de su gremio que se encuentra atravesando una difícil situación económica; sin embargo, da gracias a Dios porque al ser una familia numerosa, de siete integrantes, no les ha faltado nada. “Es fuerte, incluso una compañera la ha pasado mal porque a su papá le dio un ACV. Hemos tratado de ayudarla entre todas porque no tiene otra entrada. Muchas hemos dicho, cuando llegó el momento de decidir si nos incorporábamos, si íbamos o no a seguir y muchas hemos pensado en buscar trabajo en una tienda o en una empresa, aunque sea de obreros, porque el sueldo no da una base”.

Esfuerzo y recompensa 

Aponte agradece que su decisión de ejercer la enfermería le ha permitido no solo ganar “tres veces un sueldo mínimo”, sino que, a pesar de los riesgos, ha recibido como recompensa vivir la dicha de ver a pacientes vencer a la COVID-19 y volver a su hogar. 

“Tuve un paciente y lo conocí cuando llegó a terapia intensiva mal, muy mal. Tuvimos que sedarlo, estuvo más de una semana en un coma inducido y tuvo casi mes y medio. Ya cuando lo dimos de alta, salió caminando de ahí, gracias a Dios”, recordó.

Aunque esto no borra la nostalgia que provoca tener que despedir a un paciente o lo difícil que es, según cuenta, darle la noticia a los familiares de que no logró superar la enfermedad. “Es una tristeza enorme, porque sus familiares no lo pueden ver. Salen de ahí, todos cubiertos directamente al crematorio. Sus familiares ni siquiera se pueden acercar, me da mucha tristeza eso. Es lo más fuerte”.

Mientras, Ñañez invita a mantener la fe y las buena vibra de cara al futuro: “Seguir adelante, porque como dice el refrán: ´Dios aprieta, pero no ahorca´. Sé que hay días fuertes, días difíciles, pero todos los días hay que darle gracias a Dios, levantarnos con una sonrisa, así nos cueste un poco, pero seguir adelante”.