2017 y el cambio gatopardiano

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¿Qué puede suceder en Venezuela si la dinámica de la presión ciudadana en demanda de una consulta popular sigue aumentando y no encuentra, en forma alguna, válvulas de escape institucional?

A primera vista, podría afirmarse que nada bueno. Así como el hartazgo general ante la clase dirigente chavista se ha consolidado con enorme rapidez en el tiempo reciente, las tensiones acumuladas en el país presentan procedencia diversa y un tiempo apreciable de gestación. En algún momento puede terminar ocurriendo que los desarrollos en Venezuela se desplieguen por cuenta propia, en direcciones opuestas, escapando de los dominios de la democracia, la participación, el pacto político o las soluciones negociadas.

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No hacemos una reflexión colocada sobre el aire, o presentada en perspectiva: la urgencia venezolana tiene fecha en el calendario. Venezuela necesita ir a una consulta popular para cambiar el actual estado de cosas, a más tardar, en enero de 2017.  El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, ha declarado que, si llega a término 2016, y finalmente no conocen cauce alguno las demandas de referéndum, las sanciones al país va a aumentar. Para Almagro, que ha cuestionado de forma directa la probidad de la dirigencia chavista, queda claro: la última sentencia en contra de Leopoldo López, en este, casi el último trimestre de 2016, grafica el fin de la democracia en el país.

La mayoría chavista del Consejo Nacional Electoral simula atender la iniciativa popular que coloca a las puertas de su sede la demanda del Referéndum Revocatorio. Lo hace demorando deliberadamente todos los plazos; violando los contenidos del reglamento aprobado por el propio ente rector y encarando las urgencias con enorme displicencia  y descaro.

La anunciada Toma de Caracas, pautada para el próximo 1 de septiembre, constituye un esfuerzo movilizador de las organizaciones de la Mesa de la Unidad Democrática, destinado a colocarle una cota particular, con un mensaje y un significado concreto, al desarrollo de este infartógeno último trimestre de 2016 que le tocará vivir a los venezolanos.   La idea es segregar una movilización totalizadora, incruenta, cívica, que ofrezca un mensaje claro y que pueda ser, además, replicada en otras ciudades del mundo. Una concentración pidiendo, exigiendo la consulta popular.

El interés por realizar el Referéndum Revocatorio en 2016 no es para nada antojado: si el chavismo y el CNE logran desplazar los contenidos de la emergencia social actual para el año que viene, no sólo el escenario se puede dinamitar por cualquier parte, sino que, a partir de entonces, quedaría formalmente facultado el Vicepresidente en funciones para cubrir una la eventual salida de Maduro.

Si la comunidad internacional, los partidos de la oposición, y la propia población, no apuran el paso, la parsimonia se puede imponer para consolidar un 2017 gatopardiano en Venezuela. Un cambio diseñado para que nada cambie. Para que nada cambie, y todo explote.

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