“El hambre hace que las tripas me estrangulen el estómago”

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    “Lo peor que hay en la vida es acostarse sin comer nada en todo el día”, afirmó Miguel Urbina en exclusiva para HispanoPost. Él es un hombre de 57 años de edad que trabaja, de vez en cuando, como “guachimán” (vigilante) y previo a la cuarentena acudía diariamente a comedores populares para poder alimentarse, al menos, una vez al día, ya que el sueldo no le alcanza.

    “La pandemia me ha cambiado la vida totalmente”, dijo. Contó cómo “el hambre hace que las tripas me estrangulen el estómago”. Cada mañana sale de su casa a recorrer el centro de Los Teques, escudriñando entre las calles y la basura algo con que saciar su necesidad.

    Sobre su espalda carga un bolso con varios potes llenos de agua para aguantar el hambre, mientras consigue algo o goza de la benevolencia del prójimo. “He tenido que comer de la basura. A veces duro hasta dos o tres días sin comer, tomando pura agua, agua y agua”.

    Aunque no le avergüenza confesar que le ha tocado rebuscar entre los desechos, Urbina dijo: “La gente nos mira como miserables. Yo creo que los que no están, están mejor que nosotros”. Y es que, según datos oficiales de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cerca de 9 millones de venezolanos están en riesgo de sufrir desnutrición aguda.

    Sin pena, Urbina se levanta la franela ante la cámara para mostrar su contextura y explica que lo que tiene en su estómago es un pedazo de pan que comió la mañana anterior, al tiempo que critica la gestión del Estado: “El gobierno se preocupa por cosas que no son necesarias. Yo no soy chavista ni de los otros. Rezo todos los días por la gente buena, porque de la mala ya Dios sabrá qué hará con ellos”.

    Urbina, a pesar de su condición económica, reconoce que la crisis ha golpeado a Venezuela desde mucho antes de la llegada del COVID-19. “Escuché que supuestamente, el presidente había efectuado un aumento. Ese aumento es sumamente triste porque un kilo de sal la semana pasada costaba 30 mil bolívares y hoy pregunté y está en 70 mil bolívares”.

    Aseguró que no recibe ningún tipo de apoyo de la administración de Nicolás Maduro: “No recibo la bolsa CLAP porque donde vivo me dijeron que ya están completos y ahora todo se disparó más del doble. Cuando este señor (Maduro) aumenta algo tan miserable. Estamos ganando menos que Haití, menos que Cuba. Somos el país, a estas alturas, que ganamos menos en el mundo”.

    “No voy a robar”

    Urbina reflexionó sobre las pocas oportunidades que les brinda esta dura situación a las personas que, como él, están en estado de vulnerabilidad. “Uno no halla qué hacer, robar no lo haré porque eso sería peor. Lo único que le queda a uno es revisar y comer de la basura, a veces uno medio come si consigue algo”.

    Contó que la semana anterior, caminando por la carretera Panamericana en busca de comida, consiguió una bolsa de pan árabe en proceso de descomposición, pero aún así se lo comió. “Tenía moho, estaba verde por un lado, pero eran cuatro pancitos y hasta guardé uno para desayunar al día siguiente. Es algo que nunca, en mis 57 años que tengo, nunca lo había vivido”.

    Añadió que, en ocasiones, compra cambures y después de lavarlos bien los come con todo y cáscara para sentir que está consumiendo un alimento más completo: “Con esta cuarentena todo se vino abajo, como las torres gemelas de Nueva York. Esta situación es bastante triste. Hay personas que a veces me dan los buenos días y no les contesto, porque, a veces, para mí los días no son buenos (…) ¡Son tristes!”.

    Urbina califica esta situación como “un sacrificio en vida”, por lo que se apega al poder de la oración y a la fe. “A veces me pongo a hablar fuerte en el metro y la gente me toma como loco, pero es que esto es inaguantable. Solo nos queda rezar para que termine esta cuarentena y reabran los comedores y así poder recibir, aunque sea, una comidita”.

    Cigarros y limosnas

    Ismael Méndez es un hombre de 84 años de edad que se dedica a la venta informal en el centro de Los Teques. Recuerda que la venta de cigarrillos detallados o por cajas le ha dado de comer desde los tiempos de Pérez Jiménez. También rememora algunas detenciones policiales, durante los 6 años de mandato del gobernante, por estar en las calles trabajando informalmente.

    Hoy en día, explica que para poder comprar algo de comer debe vender al menos tres cajas de cigarros. “Es que el arroz está caro”, dijo. En un día bueno de ventas, su ganancia puede ser de unos 100.000 bolívares, lo que, de acuerdo con los nuevos “precios acordados”, Méndez no podría adquirir ni siquiera un kilo de harina de maíz precocida, porque su monto supera los 165.000 bolívares; mientras que el kilo de arroz blanco tipo 1 se ubicó por encima de los 195.000 bolívares.   

    Con esos 100.000 bolívares, Méndez solo podría comprar un kilo de sardina fresca, por un monto de 85.171 bolívares. Pero no le alcanzaría para llevarse un kilo de sal a su casa y tener con qué sazonar las sardinas, porque su precio supera los 68.000 soberanos.

    Unos pasos más adelante, estaba Pedro Gil, un hombre de avanzada edad sentado en el suelo de la calle mientras comía un plátano que le acababan de regalar. “La cuarentena me ha cambiado la vida para bien mal. No he conseguido comida, todo está cerrado. Estamos comiendo como los pájaros”, dijo.

    Explicó que para sobrevivir se vale de las limosnas y la caridad de quien le puede regalar algo para saciar el hambre: “Yo comía todos los días en los comedores sociales, pero ahora para sobrevivir pido limosna para poder comprar algo de comer. Este plátano me lo acaban de regalar y es mi única comida del día”.

    Sin embargo, Gil no pierde la esperanza de que cuando termine la cuarentena él pueda retornar a los comedores populares o que algún buen samaritano le permita cuidar alguna parcela donde pueda vivir y trabajar para alimentarse. “Yo tengo parcelita, pero no sirve de mucho porque no me alcanza para comprar semillas. He visto muchas personas en la misma situación que yo y hasta peor”.