Católicos, cristianos y otros trogloditas actúan contra el contagio de la homosexualidad

- Publicidad -

Hará 20 años de la noche en la que, al regresar a casa después del habitual cierre de la edición del diario en el que trabajaba, me topé, a eso de las dos de la mañana, con un enjambre de patrullas policiales y una aglomeración de cerca de 30 travestis que protestaban con enorme enfado alrededor del cadáver de uno de ellos, al que acababan de asesinar de varios disparos desde un carro de borrachos enfiestados que pasó de largo por el lugar donde se ofrecían entre las sombras para la prostitución, al lado de un hotel de cinco estrellas. Los ojos del muerto todavía brillaban perdidos con lo que parecía ser su último destello de vida. Uno de los orificios de bala lo tenía en la mitad de la frente.

Aunque acababa de dejar cerrada la edición del diario y la rotativa ya estaba andando, me detuve en el lugar para recoger la información básica y llamé a un fotógrafo desde el celular de entonces que cargaba, del tamaño de una botella de Coca-Cola.

- Publicidad -

– Este es como el tercer marica que matan en esta área –me reveló uno de los policías–. Son una plaga por aquí –precisó–.

A esa hora de la noche comenzaban a salir los clientes de las discotecas a buscar taxis, se amontonaron alrededor del muerto y mostraron satisfacción de que se tratara de un travesti. De pronto, un par de hombres sacaron el extintor de incendios del carro en el que se detuvieron a curiosear y, delante de la policía, vaciaron la espuma blanca sobre el grupo que protestaba por el homicidio de su compañero en medio de aquella noche bogotana, lluviosa y particularmente helada.

– ¡Nosotros también somos gente! –vociferaban empapados de espuma.

–¡Maricas de mierda! –respondían excitados los agresores.

– La gente odia a estos maricas– justificó otro de los policías que cuidaba la escena del crimen a la espera del camión de la morgue, que estaba demorado recogiendo otros cadáveres por la ciudad.

Han pasado dos décadas y el espectáculo de aquella noche continúa siendo para mí un patrón de la acostumbrada intolerancia en Colombia, un país en donde a diario mueren de física hambre niños indígenas de la paupérrima etnia wayúu sin que la opinión pública se inquiete y el gobierno nacional opta por argüir que se trata solamente de asuntos culturales sin importancia.

La semana pasada el ministerio de Educación promulgó una cartilla de 98 páginas titulada «Ambientes escolares sin discriminación», con la que obedeció decisiones judiciales que dispusieron combatir la  segregación y el matoneo contra los niños homosexuales. Hay casos de alumnos que se han suicidado al sentirse incapaces de resistir el aislamiento y las burlas constantes de sus condiscípulos y profesores.

Los jerarcas de la iglesia Católica y los pastores de innumerables sectas y religiones reaccionaron de inmediato contra la cartilla con el argumento de que su lectura volverá homosexuales a los alumnos que, sin serlo, la lean. Opinan que informar  sobre la homosexualidad como condición perfectamente normal de las personas a la luz de la ley y de la biología misma constituye un atentado inaceptable contra Dios, la familia y la naturaleza, como lo declaró el ex presidente Álvaro Uribe, quien ha hecho de la guerra fratricida una doctrina política, apoyada y estructurada sobre lemas fascistas y lugares comunes.

La unión inusitada para protestar de católicos, otros cristianos y la extrema derecha produjo inmensas manifestaciones públicas en varias ciudades para reclamar que se frene de inmediato la divulgación masiva de la cartilla escolar que, según alegan, convertirá en homosexuales a todos los estudiantes de Colombia en un esfuerzo pernicioso y equivocado por combatir la discriminación con el argumento de que los homosexuales son iguales a la gente «normal».

Para una inmensa mayoría colombiana, reconocer de manera abierta la existencia de la homosexualidad e imponer los principios jurídicos de la igualdad y el derecho a la dignidad plena de los homosexuales resulta ser simplemente una depravación con visos de epidemia.

Me resulta un poco extraño que los curas católicos, hoy reconocidos en general como el gremio pedófilo más grande e impune del mundo, no acepten que a los estudiantes de las escuelas se les instruya sobre la obligación de respetar y aceptar a los homosexuales como seres humanos enteramente normales.

Uribe denunció la cartilla como una ofensa a Dios (personaje mitológico, como Batman o El Hombre Araña, en el que libremente, por supuesto, se puede o no creer o reír) y contra la naturaleza, discurso que comparten sin objeciones los curas católicos y los pastores cristianos. Pero a ninguno de ellos, ni a quienes salieron como ovejas a las manifestaciones, les parece que sea contrario y ofensivo contra esa misma naturaleza la historia dogmática y sacrosanta de una supuesta «virgen santísima» que junto con una paloma bienaventurada tuvieron un hijo al que llamaron Jesús.

He hecho el ejercicio de preguntarles a algunos de esos creyentes si aceptan que el oso hormiguero es hijo de un oso y una hormiga y contestan todos que no, que se rata de un planteamiento estúpido.

Prácticamente ninguno de quienes salieron a las calles ha leído la  cartilla contra la cual protestan y lo peor que le encuentran a ese texto que desconocen es que Gina Parody, la ministra de Educación, es lesbiana declarada y, obviamente, está en todo su derecho de serlo.

La inmensa masa de gente «normal», defensora de Dios y de lo que llama «naturaleza» (que no es exactamente el medio ambiente ni la ecología), ha anunciado a través de sus voceros políticos y religiosos que vengará la difusión de la cartilla votando por el NO en el plebiscito que el Presidente Juan Manuel Santos convocará para que sean respaldados en las urnas los acuerdos logrados con las FARC en una mesa de negociaciones de paz.    

Es muy probable que la obligación de combatir la repugnante e intensiva discriminación escolar contra los chicos homosexuales en Colombia sea echada por tierra y las cartillas quemadas en una hoguera inquisitorial para salvar los acuerdos con las FARC. Es decir: seguirá la persecución contra los niños de conductas sexuales «torcidas» y estos seguirán suicidándose sin aceptar los tratamientos curativos que les ofrecen curas y pastores por medo de la oración y la fe. Se cambiará la persistencia de una atrocidad por la abolición de otra.

(Mientras esto escribo, mi amiga Natalia de la Vega informa por Twitter que una niña se lanzó al vacío desde el piso 26 de un edificio de Barranquilla porque fue el último recurso que encontró para evitar que la violaran un par de heterosexuales, es decir, «normales»).

- Publicidad -

Más del autor

Artículos relacionados

Lo más reciente

Los Delorean ahondan en los sentimientos de un triángulo amoroso con ‘Multiverso’

Los Delorean regresan a la escena con el estreno de su segundo tema promocional ‘Multiverso’, en esencia es el inicio de la trilogía que...

Eduardo Fernández: «A Maduro le conviene el cambio porque Venezuela necesita paz y civilidad»

El presidente del Ifedec, Eduardo Fernández afirmó este jueves que a Nicolás Maduro le conviene un cambio porque los venezolanos necesitan paz y civilidad,...

I Congreso Internacional de Ciberseguridad | Venezuela es el cuarto país con más ciberataques en Latinoamérica

“En el año 2023, América Latina recibió 200.000 millones de ataques o intentos de ciberataques. Venezuela fue el cuarto país más atacado de Latinoamérica”,...

¿Quieres recibir las notas de mayor interés en tu email?

Comparte con nosotros tu email y te haremos llegar las noticias de mayor relevancia directo a tu correo