Centroamericanos renuncian al «sueño americano» y optan por migrar a México

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    El Río Suchiate es la pesadilla del inminente Presidente de EEUU, Donald Trump. Situado entre Tecún Umán (Guatemala) y Ciudad Hidalgo (México), este río separa ambos países por escasos 50 metros. Decenas de balsas inflables, conocidas como ‘cámaras’ cruzan de un país a otro cada día de manera ilegal con migrantes procedentes de El Salvador, Honduras y Guatemala, así como de Cuba, Haití y países africanos.

    Asimismo, este lugar es un centro neurálgico de tráfico ilegal de mercancías entre Guatemala y México, dado que ningún agente fronterizo ni policial controla el trasiego de barcas que van de un país a otro transportando desde alimentos hasta todo tipo de productos ilícitos.  

    Toda la migración centroamericana y de los citados países pasa por este lugar, sobre todo por la noche para evitar cualquier control policial, si bien en esta zona es inexistente. Una vez en México, los migrantes intentar llegar a los EEUU por tierra o bien tratan de lograr una visa de refugiado para poder vivir en este país. La opción de quedarse en México es cada vez más mayoritaria, sobre todo, por la llegada del nuevo Presidente de EEUU, Donald Trump, quien ya ha anunciado que continuará con la política de deportaciones a la que se sumará la construcción de un muro en la frontera de México que, además, pretende que sea sufragado con el dinero de ese país.

    HispanoPost ha podido comprobar la facilidad que supone atravesar de manera ilegal de Guatemala a México a través de una de las balsas que cruzan el Río Suchiate, para lo cual solo hay que pagar 10 quetzales (1,3 dólares). En menos de cinco minutos, se pasa de un país a otro sin sellar ningún pasaporte ni pasar ningún control migratorio, lo que convierte este lugar en un auténtico coladero de tráfico ilegal de personas y de mercancías.

    Una vez en suelo mexicano, muchos migrantes se ponen en manos de los ‘coyotes’ que esperan en la orilla para conducirles hasta la frontera con EEUU eludiendo a la policía. Incluso el paso peatonal a través del cual se llega al Río se denomina ‘Paso del Coyote’.  Mientras, quienes no cuentan con recursos económicos se trasladan a la ciudad de Tapachula, donde tratan de pernoctar en alguno de los albergues gratuitos antes de iniciar su larga travesía hacia los EEUU o bien allí esperan a que se resuelva su petición para ser reconocidos como refugiados en México, tal como han solicitado en 2016 unos 8.000 migrantes centroamericanos. Esta cifra es muy superior a las 3.500 solicitudes que se presentaron el año anterior en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR).

    Así, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ya ha advertido de que con la elección de Trump, las peticiones de asilo en México se van a incrementar, de forma que en el 2017 podrían alcanzar la cifra de 22.500. Solo durante el pasado año, EEUU detuvo a cerca de 410.000 personas en su frontera suroeste con México, lo que supone un aumento del 25 por ciento en relación a 2015, la mayoría procedentes de El Salvador, Honduras y Guatemala.

    “EEUU YA NO ES UN SUEÑO”

    “EEUU ya no es un sueño, sino que la gente viene para quedarse en México”, asegura, en declaraciones a Hispano Post el Padre Flor María Rigoni, de la Congregación de los Misioneros de Scalabrini, quien lleva más de 30 años atendiendo a los migrantes que se dirigen al país vecino.  Rigoni gestiona el Albergue Belén, en la ciudad de Tapachula, que acogió en el 2016 a un total de 6.000 migrantes. “Olvídate de que sea una emigración económica. Nosotros tenemos aquí en nuestras puertas nuestra pequeña Siria centroamericana”, recalca, en referencia a la violencia que sufren en sus países de origen los centroamericanos que deciden viajar a EEUU o quedarse como refugiados en México. El religioso recuerda uno de los testimonios de una migrante centroamericana, que tras ser preguntada por el motivo de su viaje le contestó que “cada uno de nosotros lleva un ataúd en su espalda porque cada momento y cada lugar puede ser nuestro cementerio”.

    Daniel Legardo Martínez, de apenas 20 años y procedente de Honduras, explica a las puertas del Albergue Belén, que ha venido en “busca del sueño americano”, de forma que su “misión” es llegar a EEUU, dado que reconoce que no puede regresar a su país, donde las pandillas “intentan reclutar a los jóvenes y yo no quiero”. Debido a ello, lamenta que tuvo que abandonar sus estudios y decidió abandonar Honduras, después de que le amenazaran con matarle si se negaba a integrar una de las maras dedicadas a la extorsión y al asesinato.

    Chanel Waldor, de 25 años, y procedente de El Salvador, huyó de este país, dado que es una persona transgénero y ahí “nos tenían prohibido dar a conocer nuestro género y nos obligaban a vestirnos de chico”. Asegura que varias personas transgénero fueron asesinadas y desaparecidas, de forma que decidió abandonar El Salvador el día en el que recibió una llamada telefónica en la que se le advertía de que sería la “próxima víctima”.

    Waldor, que ha solicitado la visa de refugiado para poder vivir en la capital de México, afirma que tampoco pudo ejercer su trabajo tras estudiar estética y belleza. “La madre de un pandillero tenía un salón de belleza y hasta me prohibieron ejercer mi profesión”, denuncia, al tiempo que explica que se vio obligado a vender chicharrines e incluso las pandillas le extorsionaban exigiéndole 6 de los 15 dólares diarios que ganaba.

    VIOLENCIA DE GÉNERO

    Otro de los motivos por el que emigran muchas mujeres es la violencia de género. Este es el caso de Ana María Romero, hondureña de 22 años, que ha pedido la visa de refugiado para poder vivir en la ciudad mexicana de Monterrey. Romero viaja con su hijo de cinco años, con quien pernocta en el Albergue Belén de Tapachula. En ambas piernas tiene las marcas de un balazo que le disparó su pareja, quien, según relata, la maltrataba, disparaba tiros en la casa, golpeaba al niño e incluso lo quiso violar. “Me escapé por la noche, porque me andaba buscando para matarme y me vine como pude sin dinero”, señala, al tiempo que revela que debido a la celeridad con la que tuvo que huir, dejó a sus otras dos hijas gemelas de 8 años con la familia del padre.

    Jessica Siamara Villatoro, de 19 años, también abandonó El Salvador huyendo de la violencia intrafamiliar. Embarazada de ocho meses, decidió dejar su país junto a su novio de 22 años, después de que la madre de éste la amenazara de muerte por tener una relación con su hijo. “Sí, tengo miedo, mucho miedo”, reconoce, a pesar de lo cual subraya que “no hay ninguna intención de regresar nunca más a El Salvador por nada del mundo”. La joven y su pareja han optado también por quedarse en Monterrey y no viajar a EEUU, para lo cual ya han tramitado su visa de refugiado, aunque esperan que con el nacimiento de su hijo en México puedan quedarse a vivir en este país.