Dignidad y servicio público

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    En estos tiempos de tribulación e inconsistencia política el sensible fallecimiento esta pasada semana del senador norteamericano John MacCain nos permite al tiempo que lamentamos su partida, hacer una rápida revisión del significado e impacto de su vida como político.

    Muchos se preguntarán por qué el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el primer ministro canadiense, Justin Trudeau,  el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, o la canciller alemana, Angela Merkel, le han rendido tributo, o porqué el periódico China Daily lo calificó hace unos día como “un titán de la política estadounidense” y de ser la “conciencia del Partido Republicano”

    En mi pasado como embajador en Washington tuve la oportunidad de conocer y tratar al senador McCain y conociéndole entendí que no se trataba de estar de acuerdo o no con sus ideas políticas sino de observar su conducta como político, reconocida por todos como un consistente líder que siempre buscó el consenso en los grandes temas de Estado.

    Se quiera o no en su historia hay una comparación implícita con nuestra política y con nuestros políticos latinoamericanos.

    Dos veces congresista y seis veces senador, McCain siempre dejó claro que sabía establecer distancia entre su partido y su conciencia.

    Conservador en el plano fiscal, halcón en el plano militar, McCain fue un rebelde que se movió a izquierda y derecha y que apoyó con frecuencia iniciativas que no iban en la línea de su partido.

    Apoyó decisiones de los demócratas no solo en el respaldo a la asistencia social médica. También en la política medioambiental criticó  a Bush por negarse a firmar el Tratado de Kyoto y cuestionó a Trump  dando su apoyo a programas a favor de los inmigrantes ilegales.

    Sesenta de sus ochenta y un años los dedicó a la tarea de servir a su pueblo y a lo largo de los mismos fue dejando invariable constancia de su carácter y de sus convicciones, la búsqueda del acuerdo y del consenso por encima de las fronteras ideológicas, la promoción del bien común más allá de cualquier otra consideración, así como el cuidado por el débil y el desamparado.

    Jamás ocultó sus credenciales conservadoras ni rehuyó la batalla política, pero en el momento de la verdad siempre antepuso los intereses de su país a sus propias conveniencias personales. Algo que casi nunca sucede en los congresos de nuestras latitudes latinoamericanas.

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