Julián tiene 30 años vendiendo helados y cultivando afectos

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    La empinada calle que desde hace ya 30 años recorre a pie Julián Albarracín, no lo doblega. Ni siquiera a sus 68 años. Es más meritorio cuando se toma en cuenta que  lo hace empujando un carrito de helados.

    Comenzó vendiendo “cepillados” -granizados de frutas tropicales- porque no conseguía trabajo. Hoy ese “comercio de tercera categoría” le da un saldo favorable. 

    Levantó a sus hijos “sin pedir nada a nadie”. A eso suma, salud y una vitalidad que no ve en muchos de sus contemporáneos. Y es que Julián camina 4 kilómetros diarios y “hasta más,  porque es subida y bajada”.

    Su “zona” está en los alrededores de un colegio grande ubicado en Caracas, con estudiantes de primaria y secundaria, a donde pocos  heladeros llegan, por el esfuerzo físico que esa ruta conlleva. Ha visto niños que años después lo tratan con cariño ya siendo adultos, cuando llevan a sus hijos a la misma escuela en la que Albarracín ya tiene tres décadas. Y eso también lo coloca en su haber: los afectos que ha cultivado.

    Albarracín huyó de su casa en San Cristóbal, en el fronterizo estado Táchira al suroeste de Venezuela, cuando tenía 12 años. Escapó de un padre que lo maltrataba y que perdonó ya siendo adulto.”Hoy en día me siento satisfecho de la vida”, dice al repasar sus recuerdos. “Una vida linda y bella”,  que es el legado para sus hijos.