Venezuela vista desde la ONU

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Además de contar con indiscutible mérito histórico de crear las condiciones para el nacimiento de la hiperinflación en una nación petrolera, uno de los rasgos más despreciables de la actual dirigencia venezolana consiste en negarse aceptar la existencia de la crisis humanitaria que corroe los cimientos de la sociedad. La renuencia a colocar la retina en torno a la insólita secuencia de penalidades que vive hoy el venezolano.

A esa compleja tarea, que consiste en negarle a la gente aquello que está bailando ante sus ojos, se han entregado, además del propio presidente Nicolás Maduro, su canciller, Delcy Rodríguez; el embajador ante la OEA, Bernardo Alvarez; el diplomático Roy Chaderton; el Ministro de Planificación, Ricardo Menéndez; el Vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, y otros funcionarios, igualmente desprovistos del sentido del honor, la decencia y la responsabilidad.

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En el trabajo de darle la espalda al sufrimiento de la población, ahora que el desmantelamiento de la economía venezolana se siente en todos los rincones, se ha destacado particularmente Diosdado Cabello, esclarecido dirigente del aparato de gobierno chavista, quien, en lugar de ofrecer algún tipo de reflexión en calidad de proposición, o de, al menos, asumir en parte su responsabilidad en esta hecatombe que fue advertida, usa sus alocuciones públicas para acusar de lo ocurrido a terceros, y no pierde ocasión para proferir, ante neutrales y adversarios, nuevas amenazas punitivas.

Las declaraciones de Bak Ki Moon, Secretario General de Naciones Unidas, en torno a la crisis humanitaria venezolana como realidad objetiva e insoslayable, por supuesto que han venido a convertirse en el mentís perfecto a la impresentable lista de funcionarios venezolanos que hoy la siguen negando.

Lo afirmado por Bak Ki Moon sobre Venezuela debe poner a pensar a muchas personas.  La Secretaría General de Naciones Unidas tiene un perfil muy específico como cargo, en virtud de las delicadas misiones que suele adelantar esta organización en todo el mundo.  Son instancias que demandan muchísima prudencia y capacidad para negociar. Si algo no hará jamás un funcionario de la ONU es probar la experiencia aventurera de los políticos tradicionales al declarar.

La palabra de Naciones Unidas goza de enorme credibilidad, a pesar de las inconformidades existentes en torno a sus insuficiencias ejecutivas.  Por eso, por el carácter técnico de muchos de sus proyectos, y lo atemperado de su proceder diplomático, es que los capítulos de Naciones Unidas para temas sociales y culturales siguen siendo muy escuchados: hace unos años, por ejemplo, el propio chavismo había hecho suyo un informe de las FAO que le concedía algunos méritos en temas sociales y alimentarios, y que en su momento fue explotado a conveniencia. Es sólo ahora, que las cortinas de la verdad han quedado corridas, que el chavismo corre a esconderse denunciando la existencia de un complot.

Si Bak Ki Moon hace un esbozo de la crisis humanitaria venezolana es porque está absolutamente seguro de lo que está ocurriendo en el país. Habría ocurrido lo mismo con Kofi Annan, Javier Pérez de Cuéllar, Boutros Ghali o Maha U-Thant. Nadie se equivoca con estos temas desde Naciones Unidas.

La crisis venezolana es una paradoja en sí misma: en analista Moisés Naím ha afirmado que el derrumbe  venezolano es muy poco frecuente en naciones de tamaño medio, organizadas en torno a la actividad petrolera y con algunos peldaños del desarrollo que estaban, al menos, parcialmente consolidados.

El vocablo “humanitaria” coloca al conspicuo elenco de mentirosos del gobierno de Maduro ante una penosa situación frente a la comunidad internacional, y, por supuesto, frente a su propio país.

No estamos hablando de una crisis estructurada, necesariamente, en torno a diferencias políticas o trabas institucionales: el país sudamericano es un estado disfuncional, gangrenado por la corrupción y el hampa. Una sociedad desprovista de productos elementales para la vida hace ya varios meses, con draconianos aumentos de precios, y cero voluntad política para enmendar, escuchar, deponer o rectificar.

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