El fracaso de la OEA en Venezuela

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 Los países que integran la Organización de Estados Americanos no pudieron ponerse de acuerdo para concretar alguna resolución de fondo, que comportara un endurecimiento en sus posturas, en contra del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.

Luego de un largo remado para irse desprendiendo de tiranías y deslastrando de los hábitos del tercermundismo, en las narices de América Latina  se está configurando, con todas las de la ley, toda una dictadura en una de sus naciones fundamentales. Una gestión increíblemente corrupta, que no quiere rendir cuenta de sus excesos a los poderes constituidos, y que ahora quiere imponerle a la sociedad, por cuenta propia, un estado comunal que nadie desea.   De muy poco han servido los mecanismos persuasivos multilaterales, las sanciones previstas en algunos protocolos ni los acuerdos entre las naciones para prevenirla. La dictadura venezolana es una realidad.

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La propuesta presentada por México, que condenaba al gobierno de Maduro de forma severa, pudo inicialmente tomar vuelo con perfil mayoritario. Una declaración alternativa de las naciones del Caricom, sin embargo, con algunas consideraciones destinadas a entibiar el contenido final, produjeron una confusa situación en la cual lo único que quedó claro es que, aunque mayoritarias, las naciones que condenaban la dictadura venezolana no tenían los votos necesarios para apropiarse del contenido final de la resolución.   

Aunque lo que se ha discutido sobre Venezuela en el seno de la OEA al gobierno de Maduro le parece inaceptable, su dictadura queda relativamente de pie en el contexto, coexistiendo con una declaración que no le gusta, pero que sabe que en esta comprometida circunstancia que vive le funciona.

La única conclusión disponible hasta el momento es la misma: la OEA ha fracasado en la crisis venezolana.  A la dictadura venezolana la está salvando, además de su petrochequera, su procedimiento astuto y silente.  Lo que han adelantado Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López en Venezuela ha sido un de Golpe de Estado de maqueta.  Planificado y desarrollado en un lapso de año y medio, en contubernio con el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia.  Un golpe frio. Los procedimientos rupturistas planificados para desconocer el mandato obligante del voto popular no han comportado la toma militar del Palacio Federal Legislativo de Caracas, el despliegue de tanques de guerra ni el asalto a estaciones de televisión.

El desplumaje de lo que quedaba de institucionalidad en Venezuela ha sido llevado a cabo de manera progresiva, diferenciada, de forma quirúrgica, dentro de los confines de un debate político aparentemente democrático. Eso ha sido posible gracias a la explícita complicidad del general Padrino López, Ministro de la Defensa, y el poder de fuego de las Fuerzas Armadas Venezolanas, que han funcionado como disuasivo. Lo único que tiene en este momento Nicolás Maduro, además de una imperdonable indulgencia en ciertos sectores internacionales, es apoyo militar. Todo lo demás parece haberlo perdido. 

 La ausencia de un “pecado original” en materia de procedimientos violentos, a diferencia por ejemplo, de un Alberto Fujimori,  parece que es suficiente para algunos gobiernos de la región –pródigamente ayudados por Chávez y Maduro en estos años—para voltear la mirada y emitir incoloros comunicados concebidos para darle aliento a la dictadura.  

Con este curioso ejercicio de tensión dinámica, la dictadura de Maduro intenta, ahora, en medio de un marco general de protestas, que se han traducido ya en 80 muertes,  transitar por cuenta propia su ruta Constituyente, a sabiendas de que es una idea enormemente impopular y contestada en el país. Las bases comiciales y los mecanismos electivos que propone, completamente precocinados y fraudulentos, no fueron consultados por la población. Ni siquiera fue llevada a Referéndum la propuesta misma de celebrar la Asamblea.

El fracaso de la OEA ante la crisis venezolana será recordado por muchos años. Incluso a pesar de la tenaz y admirable gesta personal de su Secretario General, Luis Almagro.  El caso venezolano será tomado, de nuevo, como un excelente ejemplo en torno a la inutilidad de algunos procedimientos previstos para preservar la democracia, pero sobre todo, el respeto a la soberanía popular expresada en el voto. Esa que Maduro, Cabello y Padrino decidieron desconocer organizando el complot golpista de escritorio que hemos descrito.

La voluntad de conjurar la crisis venezolana en la comunidad internacional podría tomar cuerpo de otra manera. Hay una preocupación objetiva en el entorno de esta compleja situación de colapso en la cual la ha metido el chavismo, y en particular, la increíblemente inepta administración de Maduro. La oportunidad que acaba de dejar de perder la OEA, sin embargo, retrata perfectamente la circunstancia: el incendio de la política y la economía toman vuelo, y llevan ventaja, y los manuales de la diplomacia, que van mucho más atrás, son demasiado exquisitos y protocolizados para atender la contingencia. 

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